Wednesday, March 21, 2012

Leyendo a Lydia Davis

Cuando me enteré de que mi hermana estaba embarazada estaba sentado en la sala de la casa de mis padres. Esto ocurrió hace múltiples meses. Mis padres estaban ahí, también mi cuñado y mi otra hermana. La felicitamos y abrazamos, fue una ocasión alegre. Estaba pensando en eso hace rato que estaba solo, en el cuarto del departamento que rento, mientras leía "Glenn Gould", un cuento de Lydia Davis. Había leído tres cuentos más pero no fue hasta que leí ese que recordé el día en que mi hermana anunció que estaba embarazada de su primer hijo. Creo que lo recordé porque es el tipo de cosas en las que me hace pensar Lydia Davis cuando la leo. Otro modo de decir esto -aunque quizá no sea claro por qué- sería: cada que leo a Lydia Davis me dan ganas de escribir, de tal forma que regreso a la cantera de experiencias que tengo -rica o no- para tratar de crear a partir de ellas algo.
Alguna vez leí que esto es precisamente lo que hacen los malos artistas, retomar elementos particulares para hacerlos universales. He olvidado dónde leí esto. Algo que, por supuesto, no es verdad.
O que quiero creer que no es verdad.
En cambio recuerdo bien que fue a partir de su vida, y las cosas más particulares (como el haber pasado horas inspeccionando el feto de su hijo abortado espontáneamente), de donde James Joyce creó su obra.
¿Fue James Joyce o Samuel Beckett quien corregía sus libros incluso después de haber sido publicados? ¿O fue Valèry? Es alguna otra cosa que leí por ahí, una anécdota curiosa que revela un carácter. Creo que fue Valèry. Se cuenta incluso que alguna vez, asomándose a un libro abierto a través del escaparate de una librería, comenzó a corregirlo -en su cabeza. Un libro que no era suyo, quiero decir. Cómo fue que se conoce esta historia es algo que ignoro. No me gusta concluir que fue Valèry quien se la contó a alguien más pues sería descubrir que se trataba de un escritor en cierta medida vanidoso.
Pero la vanidad puede ser motor de la literatura, me digo, haciendo eco de alguna otra cosa que leí en algún lugar alguna otra vez.
Los cuentos que leí hace rato, durante la hora y media que tengo para comer, los leí en los quince minutos que me restaban de la hora y media, una vez que hube lavado los platos y trastes que utilicé, tras haber cocinado una carne asada, un huevo frito, arroz y tomates. Los leí sentado en mi cama, después de haber descubierto que no tenía apetito para tomar la siesta que normalmente tomo. Mientras lo hacía, mientras leía, quiero decir, me percaté de que escuchaba una bomba de agua -es decir, el zumbido de una máquina. El ruido se hizo todavía más claro cuando, de pronto, se detuvo. Y como cuando escampa, parecía que había pasado mucho tiempo, entre la aparición del ruido y el sonido del día desocupado por el ruido de la máquina.
En el cuarto contiguo dormía Óscar, un amigo con quien comparto departamento. En la sala dormía Monclova, su perra. Estaba de mal humor, Óscar, porque la perra había desconectado accidentalmente su computadora. Como la computadora está descompuesta de la batería, una vez que se desconectó dejó de operar y reproducir el video que Óscar estaba viendo. No pudo cargarlo de nuevo y se vio obligado a ver, en su lugar, las noticias. "No puedo comer sin ver algo", dijo, lo cual no es cierto, pero es cierto que quería ver ese capítulo de The River, lo que estaba viendo. Así que le gritó a Monclova y cuando yo le hice una broma me contestó también de mal humor. Pero estoy exagerando, pues en realidad me contestó fingiendo tener mal humor, sobre todo porque la broma que le estaba gastando (le estaba diciendo que era mi mejor y más fiel amigo, de todos mis amigos barbones, el mejor) la estaba haciendo con una voz chillona.
Otro de los cuentos de Lydia Davis que leí relataba el modo en que una persona constantemente pensaba en cómo sus sentimientos no eran lo más importante del mundo y que hubiera convenido no pensar constantemente en ellos. La persona que narraba relata entonces el modo en que, en efecto, algo así sería un verdadero alivio: no tendría que estar preocupada todo el tiempo por eso que sentía. Era un buen cuento.

2 comments:

Imelda Rebeca said...

Nunca he leído a Lydia Davis, pero me intriga por qué causa ese efecto en tí. En cuanto a los sentimientos: durante mi niñez, consideraba que no a muchos les interesaban, sólo mis ideas, bueno, era el mundo familiar en el que me movía. Después, gracias a los libros que leí, sentí que no sólo mis sentimientos son importantes, sino, sobre todo los de los demás.

Imelda Rebeca said...

En cuanto a escribir. De niña yo quería ser escritora, aún a veces, lo pienso. Escribo algo y lo leo, lo borro, o lo corrijo, se lo doy a leer a Jaime, mi primo y amigo favorito; me indica algo, no me parece, lo vuelvo a escribir no me convence, siento que no está ahí lo que quiero decir.En fin, es una pesadilla, a veces, otras,todo fluye y quedo feliz, hasta la próxima lectura.