Thursday, April 30, 2015

Hacia el estilo global



La novela múltiple, de Adam Thirlwell, es parte de un proyecto de traducción amateur que inició en 2007 con la publicación de Miss Herbert (o The Delighted States, en Canadá y los EEUU), una versión anterior de este título que se apoya fuertemente en el diseño gráfico (incluye fotografías de autores, de la máquina de escribir utilizada por Nabokov, reproducciones de dibujos de Saul  Steinberg, juegos tipográficos, etc.). Sólo algunos de esos adornos han sobrevivido en la sobria edición de Anagrama, pero se han conservado los lugares comunes (como que una traducción también puede ser un original), así como algunas ideas perniciosas sobre el estilo y la novela globales.

Un traductor, concluye el británico, puede hacer un mal trabajo y enfrentarse a un libro escrito en un idioma que no domina; si se trata de una obra que, en su original, es lo suficientemente buena, el estilo sobrevivirá. Si es así, concluye Thirlwell, nos hemos topado con una obra auténticamente internacional o cosmopolita (los términos que, sintomáticamente, ha elegido como equivalentes para universal). La idea se extendió a Multiples, una colección de traducciones editada por Thirlwell que se presentó primero como el número 42 de la popular revista McSweeney's, en enero de 2013, y después en una edición de Portobello Books: «doce relatos en dieciocho idiomas de sesenta y un autores» (aunque el ejercicio no fue absolutamente fiel a la idea del traductor amateur: se incluyen versiones realizadas por maestros estilistas que no son extraños al oficio, como J.M. Coetzee, John Banville o Lydia Davis).

Explica el autor: «Durante mucho tiempo, estuve dedicado al desarrollo de un proyecto para demostrar que las novelas se podían trasladar a cualquier idioma». Es decir, que existe la posibilidad de traducir, aunque no existen las traducciones perfectas. A ratos, siguiendo al Nabokov tardío, parece que Thirlwell entiende por ello traducciones literales. También parece creer que son cada vez menos los lectores políglotas y que el resto espera, ante un título traducido, el mismo libro: un «múltiplo» auténtico. La novela múltiple se enfrenta constantemente a falsos problemas de ese tipo, y rara vez ofrece algo más que un tratamiento superficial de su tema. Lo que sí ofrece, en cambio, es una estrategia típica del "autor global": el adorno literario, la abundancia de datos interesantes. Así, se nos ofrece una retahíla de anécdotas («homenajes», dice Thirlwell) de autores que han sido clave para la historia de la novela o la literatura, como Sterne, Cervantes, Flaubert, Kafka, Joyce, Beckett, Perec, Gadda, Gombrowicz, Kryznawoski (o Krzhizhanovsky, como lo mantiene, inexplicablemente, Aleix Montoto, el traductor), Borges o Nabokov (cuyo Curso de literatura europea es un referente constante para Thirlwell), y otros escritores a quienes se les otorga una autoridad injustificada, como Milan Kundera.

La lista obviamente recuerda el trabajo de circulación global de Enrique Vila-Matas, quien ha hecho una obra, ¿parasitaria?, a partir de anécdotas de una historia de la literatura supuestamente marginal (sus libros han sido traducidos al menos por veinticuatro personas distintas a unos veintinueve idiomas). De la carta que Thirlwell le escribió al español, cuando lo invitó a participar en Multiples: «Me gusta su obra desde hace muchos años, y en cierto modo mi lectura de su obra fue parte de la inspiración detrás de este proyecto. No puedo leer en español, así que he tenido que leerle en inglés, o más generalmente, a través de un tercer idioma, el francés. Historia abreviada de la literatura portátil en particular, la he releído muchas veces».

Ah, sí, el tercer idioma. Thirlwell cree que se proyecto es ambicioso y de carácter utópico, que resultará en trabajos colaborativos e internacionales, pero en realidad sólo está ensayando una estética fiel al mercado global y la circulación de cierto producto (la novela que puede traducirse sin grandes dificultades). En este contexto es común hacer versiones a partir de versiones (pues escasean los especialistas y los escrúpulos). «Todas las producciones futuras», escribe, «estarán felizmente basadas en los hechos de la triangulación. Porque además de ser leída, la traducción de una novela puede ser traducida. Éste es uno de los últimos principios de este proyecto: la verdad del Tercer Idioma». Thirlwell hace de un vicio extendido la base de su "teoría" de la traducción: «Y puede que esto no sea más que un modo de decir otra cosa: no existe ninguna novela en la que la forma y el contenido sean idénticos. Ese deseo es tan vano como el de un estilo perfecto, o un lenguaje privado. Un lenguaje privado no es ningún lenguaje». Esto, por supuesto, no es verdad. Quizá por eso Thirlwell se muestra particularmente irritado por la obra de Samuel Beckett, a quien encuentra deliberadamente entrópico, en una lucha constante contra el lenguaje público o comunicativo, de conclusiones histéricas y en una malsana o problemática lucha contra el lector (Thirlwell piensa, ante todo, en el lector, ¿o sería mejor decir en el consumidor?). Nos recuerda que en julio de 1937 Beckett le escribió a Axel Kaun, quien trabajaba para Rowohlt, a propósito de una traducción que le habían encargado de unos poemas de Joachim Ringelnatz. El irlandés escribió: «He leído los tres volúmenes, he escogido veintitrés poemas y traducido dos a modo de muestra. Naturalmente, lo poco que hayan perdido en el proceso sólo se puede evaluar en relación a lo que tuvieran que perder en el primer lugar, y debo decir que este coeficiente de deterioro me ha parecido insignificante, incluso cuando es más poeta que rimador». Significativamente, el párrafo inmediato de la carta es omitido en el recuento de Thirlwell: «De esto no se debe deducir, de ninguna forma, que una traducción de Ringelnatz no encontrará interés o éxito con el público inglés. A ese respecto, sin embargo, soy totalmente incapaz de realizar un juicio pues la respuesta de un público pequeño o grande es cada vez más misteriosa para mí, y lo que es peor, menos relevante. Pues no me puedo alejar de la inocente antítesis que, al menos en lo que respecta a la literatura, algo merece o no la pena. Y si es absolutamente necesario ganar dinero, lo hacemos en otro lado».

Thirlwell y Beckett saben que se puede traducir una obra y que ello puede implicar el encuentro con un público internacional, incluso el éxito. Para el británico se trata de una prueba (siempre a posteriori) del valor literario de la obra (de su «cosmopolitismo»). Pero Thirlwell –cuyo trabajo ha sido traducido a unos treinta idiomas, que es uno de los mejores novelistas jóvenes de 2003 y de 2013 de acuerdo con Granta y el ganador del premio Betty Track por su novela Política, que también recibió el Somerset Maughan– decidió ignorar la clara advertencia de Beckett: que el éxito, el público o el lector internacional poco o nada tienen que ver con la literatura.

Esta reseña apareció en la edición 101 de La Tempestad.