Friday, November 15, 2013

Entorno familiar



En "El libro de los reyes y de los tontos", incluido en La enciclopedia de los muertos (1986), Danilo Kiš (1935-1989) expone los mecanismos de la calumnia: "Existen sólo dos maneras, igualmente ineficaces, de defenderse. (Nadie ha inventado aún la tercera.) O bien calla, convencido de que la gente no tomará en serio las mentiras que circulan sobre usted (impresas, no lo olvide), o bien, indignado, contesta usted a la calumnia. En el primer caso, dirán: se calla, porque no tiene nada que alegar en su defensa. En el segundo: se defiende porque se siente culpable. Si no se siente culpable, ¿por qué diablos tiene que justificarse?". El relato, concebido como un ensayo en torno a los orígenes de Los protocolos de los sabios de Sión (su lugar lo ocupa el ficticio El complot o las raíces de la quiebra de la sociedad europea) es de 1983 y cuestiona la opinión comúnmente aceptada de que los libros sirven sólo al bien.  Recurre a la estrategia predilecta de Kiš (que lo coloca en la tradición de Schwob, Poe y Borges): yuxtaponer bibliografía ficticia y real para otorgar verosimilitud a sus relatos. Así, se cita a un infame pintor diletante (autor de Mein Kampf) para apoyar la idea de que probar la falsedad de un libro como ése es "precisamente la prueba de su autenticidad".

Kiš insistió en esta parábola, que señala la fuerza de la mentira y el escándalo. Ahí están "La historia del Maestro y el discípulo" o "Los perros y los libros", de Una tumba para Boris Davidovich (1976). Pero tuvo conocimiento de esa fuerza en su vida también: tras la publicación de Una tumba... se desató una polémica idiota (se le acusó de plagiar fragmentos del libro) que, al menos, dio pie a un título significativo: Lección de anatomía (1977). Entre los "plumíferos" a quienes Kiš imparte una lección destaca el lector perezoso y malintencionado Dragan M. Jeremić, quien incurrió en una serie de malentendidos (acusó a Kiš de tomar datos [¡!] de ciertos libros; los mismos que se enumeran en una nota aclaratoria). "Estos malentendidos", explica un Kiš inclemente, "se producen sólo porque Jeremić no sabe nada sobre la esencia de la literatura y porque es un idiota literario". El libro es más que una compilación de insultos: es una explicación puntillosa de una poética (en algún momento, Kiš compara el ejercicio con el del mago que revela sus trucos).

Es placentero (morboso) atender los detalles de un escándalo literario y la maestría con la que un autor talentoso expone a enanos. Pero también se llega a conclusiones deprimentes: nada ha cambiado entre los literati.

Esta reseña de Lección de anatomía de Danilo Kiš apareció en La Tempestad 92, septiembre-octubre 2013.

Thursday, November 14, 2013

14. XI.2013

Estábamos en un elevador, el otro Guillermo y yo, de una versión futurista pero venida a menos de la Cineteca Nacional. En el elevador iba una muchacha a la que Guillermo, el otro, se acercó para oler con lo que podría describir como intenciones indecorosas. La muchacha se escandalizó y molestó y al salir del elevador comenzó a increparlo y regañarlo. Mientras esto ocurría yo me encontraba con Lilián López y Blanca, una amiga que estudia a Walter Benjamin, quienes habían ido a la Cineteca para ver La vida de Adèle. Se veían preocupadas por la forma en que subía de tono la discusión entre la chica del elevador y Guillermo. Entonces el sueño adquiría un ritmo de persecución: les preguntaba a Lilián y Blanca cómo salir y me dijeron que, creían, había un pasadizo secreto por los baños. Corrí, cruzando salas y corredores que me recordaban más bien a un Cinépolis, hasta llegar a los baños –había orina en el piso– donde encontraba un pasadizo que descendía hasta llevarme a un ducto de ventilación de dimensiones industriales. Había mallas en ambos extremos. A través de una un grupo de niños de aspecto peligroso me ofrecían sustancias ilegales a precios módicos. A través de la otra sólo se veía luz. Me dirigía a donde se encontraban los niños, quienes se dispersaban apenas me veían llegar. Entonces el sueño adquirió un tono disparatado: me lanzaba a un terreno baldío de lo que parecía una ciudad de Medio Oriente (había casas de lodo y terracota, sombras, textiles, artilugios extraños) y, temo decir, de pronto yo me convertía en una especie de Wolverine que peleaba contra un hombre monstruoso.

Estábamos en la casa de la persona con la que no me he reconciliado y, tras una discusión clara y justa, nos reconciliábamos. Dábamos paseos peripatéticos, visitábamos un supermercado y regresábamos a su casa donde nos esperaban varias personas, muchas de ellas desagradables. Una sombra deambulaba en un piso superior.

También soñé con cuestiones relacionadas con el trabajo (en un taxi, mi jefe me daba pruebas de impresión que debía regresar, íbamos del sur de la ciudad hacia el norte de la ciudad, por Insurgentes).

Wednesday, November 13, 2013

13.XI.2013

Estábamos en una especie de librería, sentados en una mesa. La librería también era un restaurante. Y nos encontrábamos en Mérida y al parecer regresábamos de alguna especie de "evento literario". En la mesa se encontraba un amigo, que tiene unas tres o cuatro novelas publicadas. Llevaba boina y una guayabera. Hacía calor. También estaban otras dos personas, un hombre y una mujer, pero no las recuerdo. Antes de sentarme le había preguntado a una persona que trabajaba en la librería cuánto costaba un libro de Pessoa (que bien pudo ser El libro del desasosiego o un libro sobre la obra de Pessoa; creo que anoche vi en el Péndulo un libro sobre los heterónimos de Pessoa y se coló a mi sueño). Me dijo que lo iba a investigar y entonces me reuní con mis amigos en la mesa. Finalmente, el empleado regresó para informarme que tenía otra edición del mismo libro, más cara (publicada en Siruela) y que sólo podía venderme esa. Llevaba en la mano la otra edición, la barata, la que no me podía vender. "¿Por qué no puede venderme la edición más barata?", le pregunté. "Porque la de Siruela es más cara".

Monday, November 11, 2013

11. X. 2013

Estábamos en un solar. Había jóvenes, hombres y mujeres, vestidos todos con ropa deportiva y creo que estábamos realizando algún tipo de ejercicio marcial (algunos llevaban rifles). Hacía sol y cielo azul y un Cocker Spaniel llamaba de pronto nuestra atención, se arrojaba al suelo y se acostaba, sin disposición a levantarse: podíamos no sólo adivinar que había miedo en su rostro sino que ese miedo significaba que iba a temblar de inmediato. Tomamos las precauciones que pudimos (la mayoría se acostó en el suelo) pero el sismo fue de dimensiones catastróficas: se abrió la tierra. Pero descubrimos pronto que sólo se abrió el cascarón de la tierra: debajo de la plaza sobre la que llevábamos a cabo nuestros ejercicios marciales, cubierta por una piel de pequeños tabiques, se encontraba un suelo suave, de tierra negra, sobre la que caímos sin lastimarnos (excepto por algunos raspones producidos por los tabiques). Algunos aún sostenían con fuerza los rifles. Nos preguntábamos si estábamos bien. Todos estaban bien.

Friday, November 08, 2013

8.XI.2013


Estábamos en una parte de la ciudad más o menos despoblada, un solar cruzado por calles. Hacía calor y no queríamos estar demasiado tiempo a la intemperie. Le pedía que me esperara pues quería comprar una revista o que se adelantara y lo veía en el restaurante. Había expresiones del tipo "No te preocupes", pero expresadas con ansiedad –al parecer, hablé en sueños. La persona con la que hablaba era alta, de tez blanca, pelona, de rostro severo. Una camioneta negra nos esperaba, el motor encendido, vidrios polarizados.

Anoche intentamos llegar a tiempo a la taquilla del Cine Diana para comprar boletos y poder ver una película que sólo estaría ese día. Tomé un taxi a sabiendas de que Reforma estaba a vuelta de rueda –había dejado mi bicicleta en casa– y los reportes viales, que han adquirido un tono metereológico, informaban de un contingente que avanzaba por la avenida. Más tarde me enteraría de que eran manifestantes del CNTE, pero en la radio lo hacían sonar como si fuera un evento tóxico aéreo o una especie de plaga.

Al final no encontramos boletos y nos refugiamos en una especie de club social, donde hablamos sobre la crisis española (pero no sólo de eso) y comimos en abundancia. Quizá por eso, por la noche, hablé en sueños. Fue una buena noche.

No entiendo muy bien por qué sigo escribiendo aquí. Nunca estoy satisfecho. Lo de copiar las reseñas de los libros que he leído para La Tempestad tiene un sentido más lógico, una sensación de constancia que me alegra, pero esta otra cosa tiene una razón misteriosa que no comprendo y que no tiene mucho que ver con el placer sino, más bien, con la felicidad. Pero lo he dejado de hacer con la regularidad de antes...

Ya me había ocurrido que sueño con librerías, incluso con tiendas de cómics, pero no me había pasado con revistas.

Por alguna razón, quizá porque, por un capricho, empecé a leer Ciudad de Simak (lo tomé del librero de Elizabeth, sin avisarle), recordé a Franco Félix, leyendo en la calle. Una vez, camino al trabajo –cuando él todavía vivía y trabajaba acá– lo pasé en la bicicleta y sentí algo similar a la envidia cuando noté que él aún hacía eso de caminar y leer, algo que he dejado también de hacer (quizá por andar en bicicleta).

No es más difícil leer caminando que revisar el teléfono idiota mientras se camina.