Monday, January 24, 2005

Instrucciones para un correcto acercamiento al deporte de la cetrería


1. Primero que nada debes creer que tu vida es tan interesante como una película. Nota: Si no puedes aislar momentos de tu vida y verlos desde los ojos de alguien más, olvídalo. No estás listo.

2. Escucha el sonido de las águilas mientras trabajas en la actualización de tu blog, su chillido amortiguado por la distancia. Siente curiosidad.
3. Sube por las escaleras de servicio al tejado de tu hogar con la niña a la que amas pero que ama a otra persona. No le mires debajo del vestido, te lo ha pedido.
4. Es muy importante que sepas esto, que no te ama, sobretodo que lo sepas a través de una carta erótica y muy precisa que leíste porque te la mandó por accidente, cuando en realidad estaba destinada a su novio.

5. Asegúrale que desde el tejado de tu casa se pueden ver águilas. Las águilas deben ser cafés y sus picos deben ser amarillos, tanto como sus garras. Se posarán sobre la copa de uno de los pinos del fraccionamiento donde vives y ahí tendrán también un nido con sus aguiluchos. Debe hacer frío.
6. Al subir utiliza tus binoculares y busca en la copa de los árboles. Siente pánico al no encontrar las águilas y comienza a imaginar distintas explicaciones, que en realidad son excusas, del porqué de la ausencia de las águilas.
7. La niña a la que amas debe tener un interés desmedido por la naturaleza, los animales, los seres vivos. Debe ver Animal Planet o Discovery Channel religiosamente. De chica su madre debió llevarla al bosque en compañía de su amiga-artista-bohemia para abrazar árboles y sentir su energía a través del cuerpo. Te deberá contar esto con un dejo de nostalgia. Nota importante: La niña a la que amas es un ideal, un constructo de distintas personas que conoces. La incapacidad de comprometerte con alguien real juega un rol importantísimo en la cetrería.

8. Recuérdate a ti mismo que la cetrería ―del latín acceptor, accipîter, gavilán― fue un deporte popular en la edad media. De hecho, recuerda, algunos relieves en las planicies de Siria han dado a conocer que se practica desde hace miles de años. Explícale a la mujer que amas que no debería confundir el origen etimológico del término con el de cetrero, que no es sino una especie de ministro que fungía en la Iglesia con capa y cetro. Deja de hablar al respecto si y sólo si amenaza con tirarse del tejado a menos de que te calles.
9. Imagina cómo sería tener un par de binoculares con visión nocturna. Imagínalo bien, mientras buscas con tus mediocres Nikon señales de las aves. Podrías espiar a las distintas personas que viven cerca. Podrías salir de tu casa por las noches y ver en la oscuridad, como en aquella escena de The silence of the lambs. Todo sería cubierto por un verde fosforescente y un blanco luminoso. Como si estuvieras en el fondo del mar.
10. Antes de darte por vencido en este primer acercamiento a la cetrería, dile a la mujer que amas: «Te quiero, me da gusto que seas parte de mi vida». Espera a que conteste. Algo.

Sunday, January 23, 2005

Algo sobre pornografía, malos hábitos y una lista

Dejábamos la puerta del estudio de mi padre abierta para no levantar sospecha. En una ocasión, en una sesión así, vimos Historia de O y en otra vimos cortos de películas hentai. Historia de O probablemente es una de las películas más aburridas que haya comenzado a ver en mi vida. Los cortos hentai, por otro lado, fueron una maravilla que le trajeron alegría a mi vida como casi ninguna otra experiencia lo ha podido hacer.
Lo cual, creo, no es algo que hable demasiado bien sobre mi vida.
Bajábamos el volumen de mi laptop y yo procuraba poner atención a lo que sentía, sentado en silencio junto a una de mis mejores amigas, mientras veíamos algo de pornografía. Tal vez lo imaginé, pero en una escena de fellatio (y de caricatura japonesa), observé un movimiento involuntario en sus labios. Cuando escuchaba que alguien caminaba cerca, cerraba la ventana y bajaba el volumen. Mi amiga entonces me observaba y probablemente juzgaba en silencio.
A un costado del Palacio de Bellas Artes le pregunto a Julián, un amigo: "¿Me vas a comprar un video porno?". Había un puesto de videos. "No, no lo haré", me contestó sin detenerse. Caminábamos hacia Café la Habana, después de visitar unas librerías. "¿Por qué no?", le pregunté deseando no haber gastado tanto y poder haber comprado un video. "Porque se ve mal". Había mucha gente en la calle y supuse que tenía razón. Se hubiera visto mal que compráramos un video ahí mismo, frente a todas esas almas bellas. El señor del puesto estaba desplegando la mercancía sobre el suelo, frente a un Samborns. Una niña, presumiblemente su hija, bastante pequeña, le ayudaba a acomodar los videos que el señor le pasaba. "Quiero decir", precisó Julián, "que esos videos siempre se ven mal. Una vez compré uno con mi tío".
En una ocasión una amiga me prometió que me compraría un video y hasta la fecha no ha cumplido, así como no he cumplido yo en regalarle un libro de Bolaño. Tal vez un hecho esté relacionado con el otro.
Café la Habana. Julián sabe que iba a escribir sobre esto. Es difícil escribir sobre algo cuando varias personas lo han vivido. Comenzaré diciendo que aquél sábado había una promoción en las tortas cubanas, de a dos por una. Y también: al entrar al Café la Habana, huele muy rico, huele a café. Y esto otro: un anciano entró al local y al vernos en la mesa puso cara de eterna tristeza y salió por otra puerta. Sospeché que estábamos en su lugar preferido. Pobre hombre.
Hablando de los pobre hombres, el doctor Zagal, amigo, jefe, profesor e hipocondriaco, nos alcanzó en el Café la Habana y luego nos llevó a gastar más dinero en unas cervezas. Y a caminar más por el centro y a alargar el día.
Ahora, una lista sobre las lecturas que haría mi mujer ideal:
1. Los detectives salvajes
2. Cualquier libro de la sonrisa vertical
3. Todos los libros de Houellebecq
4. Todos los libros de la editorial McSweeneys
5. Algo, cualquier cosa, de Robert Walser
6. 2666
7. Las siete biorutas para obtener un cuerpo perfecto
8. En realidad con que le guste leer, cualquier cosa, es suficiente
Antes de empezar a escribir esto, sabía que me arrepentiría. Escribí porque sentí una obligación.
Me rasco la cabeza y me huelo la mano. Huele a grasa. A veces me lavo los dientes en la regadera. Lo sé. Es asqueroso. Es terrible. Soy una mala persona. Pero al menos no orino en la regadera. En fin, no a menudo. Ahora tengo comezón. Me pongo nervioso cuando me coloco en una situación vulnerable.
He olvidado qué iba a escribir para concluir esta entrada. Más tarde lo recordaré y añadiré un poco de sufrimiento de mi vida: "Ah, era eso".

Thursday, January 20, 2005

Fotosíntesis

Dios mío, detesto cuando esto pasa. Escribí una entrada a esta bitácora, que era fabulosa. Inteligente, divertida y graciosa, como casi nunca lo es. Hablaba un poco sobre mi cotidianeidad, para variar, pero por alguna extraña razón había conseguido encontrar el equilibrio perfecto entre lo banal y lo clásico, lo universal y mi particular. Hice referencias que sólo podrían ser entendidas por mi generación y que, a la vez, tenían un alcance en el horizonte temporal que superaba todas nuestras vidas. Juntas.
Comenzaba con un relato sobre cómo es mi mañana en el trabajo, en el mausoleo que es la facultad de filosofía. Hice descripciones atinentes y puntuales de una de las secretarias de la facultad, misma a la que tengo en estima. Su gusto por las chicas superpoderosas y Guns and Roses no pasó desapercibido, ni los chistes que nos contamos a manera de rutina casi todas las mañanas. "¿De qué te ríes?", me pregunta, por ejemplo. "De que tú te estás riendo", le contesto. Ahora, deben comprender. Cuando escribí esto, nuestro diálogo parecía mucho más ingenioso. Y luego: "Si llorara, ¿llorarías también? ¿Vas a hacer todo lo que yo haga?". "Oh, no lo sé, ¿a ver? Llora."
También hice una descripción que lindaba con el Nouvea Romain, pero no tan aburrida, de la oficina de mi jefe. De todos los esqueltos de cartón que tiene aquí, de las ilustraciones de Posada que también tiene aquí (hay una en particular que recibió mi atención incondicional, en la que un esqueleto con sombrero se arrodilla frente a un esqueleto con faldas; se titula, "La declaración"). De todo ello inferí una obsesión o un temor a la muerte sufrido por mi jefe, que es hipocondriaco. Después escribí sobre todas las particulas muertas que deja sobre el teclado, tal vez se daba a su caspa, y el eterno asco que me provoca.
Después hice un fabuloso listado de los problemas de esta bitácora electrónica, que cada vez se asemeja más a las que escribía Doogie Howser, joven-médico-genio. El problema, concluía, es que este blog trata más sobre mí que sobre el nido de águilas que vive en mi fraccionamiento. Rompí mis propias reglas. No puedo hablar sobre otra cosa que no sea yo. Y cuando estuve a punto de solucionar este problema, con una epifanía que nunca más volveré a vivir, entró mi jefe a la oficina, donde escribo esto, y tuve que apagar la máquina sin oportunidad para publicar la entrada. Una vez más, creo que he privado a la humanidad de un bien mayor y mi utilidad en este mundo se ha reducido, una vez más, a darle un poco de agua Bonafont a la planta que vive aquí, en una macetita de cerámica. Lo cual, en todo caso, no es tan malo. Mis aspiraciones han sido satisfechas. Viva la planta.

Thursday, January 13, 2005

De vuelta a la Necrópolis: Facultad de Filosofía

Hasta anoche, la parte favorita de mi nuevo juego de video había sido un nivel en el que debía atravesar caminando un pantano. En él, la luz de media tarde le da un color ambarino al agua y la vuelve transparente. Se pueden ver representaciones de chacalotes y truchas nadando en la representación de un ambiente acuoso. El cielo de vez en cuando se ilumina con un resplandor todavía más fuerte que el del sol poniéndose. Son soldados enemigos que patrullan la zona sobre máquinas voladoras. Mi juego es un poco extraño.
En fin, ahora la parte favorita de mi juego toma lugar en la cima de una montaña. Ahí, el entorno son nubes ligeras y delgadas (mi personaje se agota más en este nivel, pues el oxígeno es escaso y la presión atmosférica es más alta; se pensó en todo), y hay irregularidades en el terreno. A falta de vegetación, debo utilizar el uniforme apropiado (entro al menú de opciones y utilizo la opción "chocochip" para el cuerpo y "desert" para la pintura de la cara) y utilizar las pequeñas colinas para ocultarme de los soldados enemigos. Y, desde ahí, con toda la calma y desapego en el mundo, les vuelo la cabezota. Me pregunto: si no trajeran pasamontañas, si tuvieran caras, ¿me costaría trabajo? Creo que lo más me atrajo de este nivel son las águilas que chillan y vuelan sobre la meceta. El sonido Dolby es un regalo de los dioses: cuando dejo un cadáver ficticio sobre la montaña ficticia, puedo escuchar los sonidos casi reales de las aves de rapiña picoteando la carne. La carne virtual.
Sólo juego videojuegos cuando mi cabeza está embotada. Terminé mi tesis. Y no podré presentar mi examen hasta julio. Burocracia. Estupidez eterna. También: Me acerqué a una niña que leía en la cafetería. Tenía tiempo con ganas de conocerla y un día sin dormir. Cuando le pregunté, me dijo su nombre, qué estudiaba y qué hacía ahí, en la universidad, una semana antes de que comenzaran clases. Cuando me preguntó, le dije mi nombre, qué hacía en la universidad y cuántos años tenía. No pude darle una explicación cabal sobre por qué me veía más joven de lo que en realidad soy ni porqué olía como olía en ese momento o porqué movía mis manos y mis brazos sin control. Sólo me preguntó sobre lo primero, pero estoy seguro de que notó lo demás. Después de unos momentos de platicar, comencé a sentirme en paz y en un claro donde todo se había conciliado. La raza humana y Dios, los sexos y las naciones.
-¿Te parece bien si salimos un día a tomar un café?
-Sí, claro.
-...[sorpresa absoluta]
-Sólo deja le aviso a mi novio para que nos acompañe.
La crueldad humana no conoce límites.
Soy una nena, no aguanto nada.
Hoy he vuelto al mundo de los muertos. Archivé cuatro carpetas de interminables ensayos y artículos sobre Aristóteles, rey entre los muertos, Santo Tomás, Averroes, Avicena, Al-Farabi, Ab-Bundi, y algunos otros medievales cuya imagen les sobrevivió como nos sobrevivirá a algunos. Estoy en casa. Y sin embargo, sigo vivo. Por ejemplo: Ahora, tengo hambre y antojo de algo salado. Son las dos y media. Y debo irme. He fingido suficiente que trabajo.

Thursday, January 06, 2005

Esparta

Hoy tengo la mente dispersa.

En Tabasco mi padre observó que los tabasqueños se tragaban las eses al hablar.
-Aquí se tragan las eses al hablar, dijo.
-¿Las heces?, pregunté, francamente sorprendido.
-Sí, las eses, contestó, un poco irritado de que yo fuera tan distraído y no pusiera atención a sus siempre sabias observaciones.
-Guácala, dije yo sin comprender.

El cariño que le tengo a mi familia siempre se me hace presente cuando estamos todos de buen humor. Esto deberá ocurrir en todos lados. Particularmente cuando tu tía, tu tía se debe llamar Lourdes pero todo mundo deberá decirle Lulú (esto es muy importante), está cocinando a un lado de una de sus hermanas mayores. Esta hermana mayor, casi sobra decirlo, debe ser tu mamá. Ambas deberán estar pelando camarones que se comerán esa noche, porque esa noche deberá ser la noche del año nuevo. Y el ambiente deberá ser tropical. Si es así, ustedes olvidarán por completo las veces que se han enojado con estas mujeres, todos los momentos de grave angustia que habrán sufrido por cosas que, de recordarlas, considerarán en ese momento tonterías (porque es importante que las vean reírse como si aún fueran solteras y aún fueran niñas en una casa amontonada de provincia; es importante que las vean sin hijos ni esposos).
Es entonces cuando ustedes ser acercarán y tomarán un plátano del frutero y, atención, temiendo quebrar el encanto, el espíritu de complicidad que ambas sostienen, colocarán ese plátano junto a su oído como si fuera un teléfono. Muy seriamente, dirán: "¿Bueno? Sí. Él habla".
"Eres un tonto", deberá decir su tía, al momento que se ríe y toma un plátano también. "Hazlo de nuevo", dirá.
"Bueno. ¿Quién habla?"
"Soy yo, tu tía, tonto".
"¿Quién?"
"Tu tía."
"Es que no escucho"
"¿Y ahora?", su tía deberá estar gritando.
"Hola. Hola. ¿Hay alguien ahí?"
"¡Soy yo!"
Su madre y el resto de su familia deberá estar riendo o viéndolos con fingida indiferencia, oprimiendo los labios para no reírse.
"Es que no escucho".
"¿Y ahora?"
"¿Qué?"
"¿Me escuchas?"
"Espera. ¿Sabes qué? No te escucho."
"¿No me escuchas?"
"No. Es que tengo un plátano en el oído".
Hace unos momentos estuve viendo un desfile de modas en la televisión. Era un desfile de modas de Milán, de la colección del septiembre del año pasado. Toda esa carne sobre esos huesos. Las modelos caminaban como si estuvieran enojadas o como si supieran que si pisaran un poco más fuerte, milikilos de fuerza más, se desbaratarían. Así de cabronas. Saben. Por supuesto que saben. Por esos parecen bisturís. Por esos esos huesos hiliacos que se asoman de los bikinis. Ese caminar punzocortante. Nadie puede tocarlas. Cuando las cámaras las enfocan en los vestidores, durante las sesiones de maquillaje, sonríen. Todos esos colmillos. Y cuando no se percatan sus caras son de completa indiferencia. ¿A dónde van? Después del desfile, ¿alcanzan todos esos pensamientos? ¿Los proyectan a la disco, al departamento desarreglado y compartido con meseras/modelos/travellers? No puedo imaginar en qué piensan, precisamente. Son de dar miedo.
Las veía y pensaba: Helas aquí, nuestra vanguardia. Yo las entrenaría. Las arrojaría a una isla y las entrenaría personalmente para volverlas nuestro propio ejército especial. Un ejército letal y filoso. De mi familia y nadie más. Cuando muriera toda esa carne hermosa, entonces nos apoyaríamos, mi familia contra el mundo. La batalla sería más fuerte aguerrida, así, con seres queridos a tus lados.
Alguna vez escuché que los homosexuales en el ejército norteamericano fueron considerados por la historia de Esparta y como en él se invitaba al amor entre soldados. Uno pelea más fuerte cuando tienes al ser amado a tu derecha.
La verdad es que no lo sé. Tal vez llevar a mi sobrino a ver Los Increíbles, la película de Pixar, influyó demasiado en lo que escribo ahora. No fue sólo el tema de la película (¿alguien notó que el equipo de atletismo para el que corría Dash, el niño, se llamaba Los Espartanos?), sino saber que si ese niño de tres años se me perdía, se me quebraría el mundo. Y sólo fue una tarde. Como aquella otra, en la que me encargaron cuidarlo mientras dormía. No pude ver la televisión agusto.
Espartanos. Algunas cosas las tenían claras.
Ah, no sé, tal vez sólo quiera mi propio ejército de modelos milanesas. ¿A las señoritas de Milán se les llama milanesas? Tal vez un equipo de atletismo de modelos milanesas estaría bien también. Podría ser su manager.
He sido manager de equipos en varias ocasiones ya. Como nunca conseguí entrar al equipo, de basketball, volleyball o soccer (al de atletismo sí entré), fui su manager. Esto en 1996, cuando estudié un año en Indiana. Yo me encargaba de repartir agua y manejar el marcador. Nuestro equipo se llamaba Spartans. Todo esto ha sido intencional. Sólo quería hablar al respecto. Era una academia semi militar, de ahí el nombre. Era divertido. Era fácil hacer enojar a los padres del equipo contrario. Dejaba el reloj del marcador corriendo aún en tiempo fuera, por despistado. Y siempre ganábamos.

Monday, January 03, 2005

Mal, mal, muy mal

Despierto y escucho el mar. Esto es lo que hago en Cancún, instantes después de ser despertado: No me levanto, permanezco dentro de la sábana y escucho el ronroneo del aire acondicionado y como eterno fondo, la marea. Imagino, diario, que podría igualar el sonido si tuviera un televisor sin señal. Subiría y bajaría el volúmen de la estática hasta encontrar el ritmo de las olas. Pienso que esa noche, como todas las noches de estas vacaciones, escucharé el ronquido de mis abuelos mucho antes de conseguir conciliar el sueño.
Finalmente me levanto, descorro las cortinas y soy cegado por el sol. Cuando mis ojos se adaptan puedo ver el mar cristalino y casi transparente (puedo ver algunas rocas y cunetas de arena), asi como los cuerpos semidesnudos sobre los camastros y la arena. "Brinca", me digo al momento que le doy la espalda a la ventana.
Escucho las voces de mi familia en el desayunador y me dirijo ahí. Hacen planes sobre qué hacer ese día mientras yo bebo un jugo de naranja y tal vez un yoghurt. La noche anterior salí a bailar con un amigo y no tengo apetito para mucho más. Se sorprenden un poco cuando les digo que regresé a las cuatro pero pronto lo olvidan y se dispersan como moléculas. Me quedo solo y me sorprendo de no tener cruda. La verdad es que anoche no bebí tanto y me aburrí bastante. No pasó nada realmente emocionante. Ese tipo de vida nocturna no es para mí. Salgo al balcón y paso revista una vez más sobre el mar y la playa y las olas y pienso en la muerte.
Bajo a la playa con un libro y me encuentro con una de mis hermanas, la única que está en México. Me tiro en un camastro junto a ella y leo. Después dejo de leer. Cierro los ojos durante un rato. Después los abro. Siento el lento ascender del sol y el movimiento de la tierra y de mis intestinos y el de los cuerpos en bikinis y me preguntan si quiero meterme al agua. Me pregunta mi hermana. Entramos al agua. Un ola la revuelca. A mí no. Estoy tentado a abrir los ojos mientras estoy sumergido, pero sé que la sal me los irritará. Al final no me atrevo, salgo del agua, me seco al sol y después de un rato vuelvo a leer a Walser y a mirar el cielo y la carne que se mueve y los espacios que se acercan y separan entre sólidos.
Vuelvo al cuarto a cabo de poco rato con la excusa de avanzar en mi tesis. Antes de hacer eso, entro a la regadera y me enjabono y limpio del mar. Me visto. Salgo al balcón. El sol aún está arriba. Hace buen clima. Tenemos suerte. En ocasiones el cielo está nublado, pero no ahora, es uno de esos buenos días de vacaciones. Vuelvo a escuchar las olas y regreso dentro donde trabajo sobre esta laptop varias horas en mi tesis, hasta que oscurece. Después actualizo mi blog y me pregunto si mi vida podrá ser así, el resto del tiempo, sería genial o al menos tan placentero como un limbo con terminales nerviosas, pero sé que no será así porque ya llevo dos días de vuelta en la ciudad y tengo dolor de garganta.
También me duele la cabeza.
Y en lugar de trabajar en mi tesis, hago esto.