Friday, January 30, 2009

Algunos eventos extraños

Hace un par de días, después del trabajo salí a tomar unas cervezas y al regresar a casa, contento y alegre, descubrí que la camioneta de un vecino, estacionada, sin las luces encendidas y sin el motor andando, tenía una puerta trasera abierta. Pasé junto a la camioneta y me pareció ver a un hombre dentro, recostado. Pero de inmediato esta impresión se esfumó. Entré a la cochera de mi casa pero dejé la puerta abierta. Salí del auto, mochila al hombro y me acerqué con cautela y en el mayor silencio que me pude permitir hasta la camioneta del vecino, a unos pasos de mi casa. Estaba desierta, me asomé dentro y olisqueé. No distinguí nada especial. Si la noche estaba estrellada, no me percaté; cerré la puerta y regresé a casa, como si fuera una resolución especial, una decisión que fuera a formar parte importante de los años venideros.
El otro día, entre sueños, la angustia de morir y dejar cosas pendientes.
El otro día la sensación de que alguien (acaso mi primo, no lo sé) me estaba gas-lightingeando (la cantidad del shampoo no ha cambiado en lo que parecen meses).
Hace un momento, acá, leí esto:
"En mis escritos me interesé tanto por las falsificaciones que al final se me ocurrió el concepto de las falsificaciones falsas. Por ejemplo, en Disneylandia hay pájaros falsos que funcionan con motores eléctricos que emiten graznidos y silbidos cuando pasas junto a ellos. Supongamos que una noche nos metemos en el parque con pájaros reales y los sustituimos por los artificiales. Imaginen el horror de los encargados de Disneylandia cuando descubran la broma cruel. ¡Pájaros reales!"

Thursday, January 29, 2009

Sobre la entrada anterior



Ayer, mientras paseaba por Fffffound, vi esta caricatura. Hoy en la comida hablábamos sobre lo difícil que son algunos periódicos electrónicos de leer (el New York Times en oposición al legible El País) o las columnas interminables de actualizaciones de eventos en "tiempo real" de algunos otros periódicos. También se habló de cómo ha subido el papel. Y de la deforestación. No hablamos de Tala, de Bernhard. Hablamos de la posibilidad disminuida que tendrían algunos escritores de mantener la figura del "escritor", si, en el futuro, cuando ya no hubiera libros, sus textos en línea estuvieran acompañados de un "si quiere seguir leyendo, pulse aquí". Me gustan las páginas que se actualizan una vez al día con de uno a tres textos bien pensados. Se lee más en la red pero más rápido. Yo, mortal disminuido, a la semana tengo 23,000 visitas en la bitácora electrónica, según el contador. Las visitas tienen un promedio de dos minutos de duración. Mucho, más rápido y furioso. Hay cierto romanticismo en el ocio electrónico.

En otras noticias, más importantes: durante la comida vi un chihuahueño cruzado con galgo. También: me la he pasado todo el día en la oficina ocupado en diversos asuntos, ¿cuándo fue la última vez que usted se ha ocupado de tan poca cosa?

Bueno, bonito y barato

Javier Moreno, en esta entrada a la bitácora electrónica de la revista electrónica Hermano Cerdo, comienza hablando sobre esto:

"Pensaba ayer, mientras leía [un texto de Manuel Espigado sobre la producción de literatura en español y su relación con las nuevas tecnologías] en la insistencia frecuente entre los comentaristas literarios en la supuesta influencia negativa del mercado (o lo comercial) en la calidad de los productos disponibles en las librerías. A veces sospecho que detrás de esa opinión hay una de esas teorías románticas antisistema que pregona la precariedad del oficio artístico como única vía hacia su dignificación. La popularidad de un producto cultural es vista con malos ojos. El éxito entre el gran público es siempre el producto de una trampa mercantilista hábilmente concebida por algún genio malévolo que se relame ante la vista de las ovejas desde su penthouse en un edificio en Madrid, Barcelona o Nueva York. ¿Pero es así? ¿Realmente es el mercado tan terrible, tan odiable? Creo que no."

En efecto, tener éxito o el bestseller no es necesariamente malo. Esto lo sabemos.
Más tarde, agrega, como una sugerencia hacia la superioridad del libro electrónico sobre el libro no electrónico:

"El fetichismo del libro está en nuestra contra, pero pensaba yo hoy mirando mi ejemplar de Donde yo no estaba, de Marcelo Cohen: ¿no sería hermoso que este monstruo de 726 páginas en tipografía tamaño medio-bajo pesara y tuviera el tamaño de un libro de bolsillo sin que eso implicara que la tipografía me dejara inevitablemente bizco y probablemente con embolia tras tres páginas? A mí lo que me gusta es leer, no cargar libros".

Creo que ambas cosas pueden convivir, el fetichismo del libro (que es también una cosa hermosa) con productos como el mismo Hermano Cerdo o Biblias que pueden leerse en un PDA o un e-book. A mí, debo decir, me gusta leer libros. Que, bueno, se cargan. Pero igual, para llegar a un lugar conviene moverse -y supongo que uno podría ver cómo es París o una ciudad particular a través de ese cochecito de Google que, en realidad, va y lo ve y luego lo representa electrónicamente. Todo esto es complejo. Se habla mucho de ello. Hay mucha opinión. En esta bitácora, por ejemplo. Y en la otra. Hay algo, sin embargo, que he notado. Y es que ahora compro muchos menos discos que antes. Y curiosamente, bajo menos música que antes -poco a poco ¿me ha dejado de interesar la música? No diría tanto. Como paso la mayor parte del día frente a ella, escucho (y leo) casi todo a través de la computadora. Pero no es hasta que llego a casa por la noche (soy un oficinista anónimo, no lo olviden) que siento que finalmente voy a poder leer. Libros. En mis manos. Es una actividad física, la que llevo a cabo por la noche. Ahora mismo que tecleo esto, sin embargo, me percato de que ésta también lo es. Es complejo, les digo. Digamos, por mientras, que el texto de Moreno es "thought provoking". Me gustan los bonitos libros que ha hecho McSweeneys. Me gusta que puedo pedirlos en línea. Me gustan los bonitos libros de Tumbona. Pero nunca he visto si puedo o no pedirlos en línea -tengo la librería cerca. Pero volviendo a mi argumento deshilvanado: tener la posibilidad de tener muchos libros, ¿no les quita también un poco el valor que poseen como objetos? Se acumulan los libros en mi casa, es verdad, no creo que llegaré a leer todos los libros de mi biblioteca, pero me gusta más la idea de que serán estos los que me sobrevivirán, que pasarán de mano en mano, acaso, y no, digamos, un Kindle o un Ipod sujeto a mayores inconvenientes. Y es así como interrumpo mi entrada para irme a comer.

Wednesday, January 28, 2009

El mejor momento del día

Sofi dice: (08:09:34 PM)
puse la lavadora y olvidé meter la ropa
Sofi dice: (08:09:34 PM)
soy un fracaso :(
Sofi dice: (08:09:39 PM)
no sirvo para nada :(

Guerras

Nucleares.

Tuesday, January 27, 2009

Dientes

Anoto aquí para soltar la mano: Hace unas semanas me compré las novelas en torno a Rabbit, el personaje de Updike, encontré la compilación en el Péndulo, en inglés, más bien barata. Y ahora tengo que escribir el obituario de Updike para subirla a la rama electrónica de la revista donde trabajo. Luego por eso no hay que comprar los libros de los amigos de uno, siempre cabrá la duda de si está relacionado que murieron porque compramos o no sus libros. También es buena idea no escribir sobre algo cuando apenas sucedió. También sería buena idea que uno compre los libros de sus amigos, para que no mueran de hambre. O invitarlos a comer a cambio de que nos regalen sus libros. Se acerca la hora de la comida, aquí en la oficina. Tendré que escribir sobre la muerte de Updike al regreso.
Ahora que falleció Foster Wallace (anoche pensaba en él, curiosamente) intenté leer Infinite Jest, no la terminé. Lo haré después, me imagino. La urgencia se come lo importante, es bien sabido. Creo que lo leí en una tira de Mafalda, eso, hace mucho. Me acuerdo que una amiga, Adriana, cuando trabajaba en la rama electrónica del Reforma, se quejaba mucho de la obsesión que tenían allí con el tiempo real. Es comprensible.
Y para terminar de soltar la mano, les presumo que me llegaron los siguientes libros (en el trabajo, en lugar de plan dental tengo plan de libros): Las diabólicas, de Jules Barbey D'Aurevilly, La muerte del león, Henry James, Memorias de un enfermo de nervios, Daniel Paul Schreber, De la elegancia mientras se duerme, Vizconde de Lascano Tegui, Help a Él, Fogwill. Los libros se amontonan en casa, me duelen las muelas.

Sunday, January 25, 2009

Sobre la muerte de Idéfix

En la primera entrada que hice a esta bitácora electrónica, del domingo 19 de septiembre de hace cinco años, escribí que agradecía que mi perro Idéfix ya no viviera con nosotros pues en ese entonces a) mi perro se fue a vivir con mis abuelos y b) una familia de águilas se había instalado en un árbol de la privada donde vivo y temía que un día el águila descendiera y tomara en sus talones a mi perro -un Yorkshire miniatura, un buen manjar para aves de rapiña. Durante los cinco años que me separan de aquella entrada, en realidad vi pocas veces a Idéfix, cada que veía a mis abuelos, pues había dejado de ser mi perro para ser el de ellos. Envejeció, con el tiempo. Perdió la vista y renqueaba, siempre con la lengua de fuera, incapaz de mantenerla dentro porque había perdido ya la mayoría de los dientes. Me contaban hoy que no lo encontraban (entiendo que los perros se alejan de casa para morir). Pero no pudo haber sido así, me explicaron. Fuera de su vejez y ceguera, en realidad no estaba enfermo de nada. Todavía le faltaban algunos añitos, aunque se pensaba ya en "ponerlo a dormir". Como recientemente apestaba más de lo normal, dormía en el jardín trasero de la casa de mis abuelos. Hace unos días, al día siguiente de que mi abuela lo encerró en el jardín, ya no lo encontró (no pudo haberse salido). Y cosa curiosa, pues nunca le conté sobre mi temor de que se lo llevaran las águilas que entonces vivían acá, mi abuela teme que se lo haya llevado una lechuza.

Algunos

Cuantos errores.

Saturday, January 24, 2009

Estoy de ocioso

El otro día estaba en Conejoblanco esnobeando con los de la oficina. No, descansando con los de la oficina. No, tratando de acumular anécdotas que después podría usar, de algún modo u otro, pero de modo que el acumulamiento de anécdotas no fuera la actividad más importante sino la que envolviera el hablar y el convivir y el ya saben, con los de la oficina. Vamos poco a Conejoblanco: hay pocos periódicos, muchas revistas atrasadas y los libros que hay están muy caros como para comprarlos impulsivamente. Lo cual no significa que no compre libros allí, sino que siempre que lo hago me siento culpable (el mejor libro que he comprado allí, me parece, es el Diccionario filosófico de Voltaire, hace poco compré algo de Ibargüengoitia; generalmente, sólo compro café). También: va poca gente y nos gusta ver gente. Pero: aún así vamos, vamos seguido, los de la oficina y yo. Entonces: estoy ahí, sin estar al tanto de que estoy ahí para recopilar anécdotas, cuando tomo el nuevo número de Revista de libros de SP distribuciones (número 10, enero 2009). Y en la sección El rincón del librero vengo encontrándome con un texto titulado Sobre el trabajo de librero, escrito por Librería Conejoblanco.
Y pues aproveché para cometer la ingeniosidad de afirmar, en voz alta, que Miren, estamos en una librería que escribe textos (imagine aquí la librería sentada al escritorio) y Miren, de un momento a otro la librería comenzará a emanar sangre por las paredes (pues está viva, y eso es monstruoso). Etcétera.
El texto es un divertimento donde se cataloga a los distintos visitantes de la librería. Transcribo algunos, para su beneficio:
El que se sirve solo
Es aquel cliente que llega, saluda o no, revisa las secciones y autores que le interesan, generalmente no necesita de ayuda y nunca encarga ningún libro. [Mi vanidad me hizo creer que yo era este tipo de visitante].
El fan de un solo autor
Personaje que cuando necesita dar un regalo, ya sea a un nene o a un adulto, regala siempre lo mismo, a menos que se trate de su novia o novio.
El escritor que se busca
Nunca faltan y siempre da gusto saludarlos, nos conozcamos o no, pero sin falta se asoman al renglón de librero donde aparecen sus obras y en ocasiones se quejan porque hace falta alguna de ellas [De refilón, me he asomado al librero donde está la traducción que hice y al rincón en la sección de niños donde está el libro en el que colaboré; y siempre hojeo las revistas, buscándome, como si googleara mi nombre, vanidad de vanidades...]
El ocioso
Es aquel personaje que en realidad no quiere nada, nunca compra nada, se asoma por todos lados sin ver nada, hace recorridos muy parecidos al vuelo de una mariposa y sin que nadie se dé cuenta desaparece. La pregunta es: ¿por qué siempre regresa?
Me voy a comer.

Thursday, January 22, 2009

MySpace

Fragmento de una entrevista con Richard Kern. El resto, acá. ¿Está mal que esto sea lo único que me guste de Vice?

There are probably plenty of normal girls whose lives could be ruined by being in porno photos.


Oh yeah, for sure. But those girls’ lives are probably going to get ruined anyway, whether they do this stuff or not.

The porno business is dark.

And it’s gotten darker. I get these model one-sheets everyday, from all the porn agents, and it’s like, “She does double penetration, swallows, facial, cream pie, snowball, interracial, double anal, double vag.” But it’ll say something like, “No tickling.” Some weird personal thing. And then it’ll say, “Age: 18.”

And they used to just say if they did anal or not.

Yeah, and that would be something you’d get to once you’d been shooting forever and exhausted every possible means. Then you could always go back and do that. Now it’s just like they start that way. I shot one girl who was 18 and she said, “I did my first interracial anal gangbang yesterday.”

Jesus, how old was her asshole?

That’s what I wanted to say: “Can I see how pink your butt is?” She was like, “That’s something I’ve always wanted to do. I knew since I was twelve that I wanted to be in porno.” And it’s like, how do people even know that? But I guess, I don’t know, you look at some kids’ MySpace pages now and it’s pretty obvious.

Los contenidos de mi mochila

Era de noche en mi sueño y la Ciudad de México era una mezcla de San Miguel Octopan Guanajuato y la colonia donde vivo. Camino a mi casa me acercaba a un puesto de gorditas regentado desde la casa de una señora -que no existe sobre mi calle pero sí sobre la calle de mis abuelos en San Miguel; o existió, ya no existe- y dejaba mientras mi mochila (una mochila que aún uso a pesar de que tiene más de una década de vieja) y mi abrigo en una esquina, casi seguro de que se la iban a robar. Mientras pedía mi gordita, en efecto, la robaban. Perseguía al ladrón quien para despistarme iba sacando los contenidos de mi mochila y tirándolos por la calle. Creía que me detendría a recoger cada uno en lugar de ir por él. Al final lo alcanzaba y regresaba a mi punto de partida, introduciendo, una vez más todo lo que había sacado el tipo. Entre estas cosas, recuerdo, se encontraba el cuaderno que uso de diario y un libro sobre Platón (que, en efecto, una vez me robaron, en la realidad, se entiende, cuando se robaron un auto que tenía). Estoy seguro que mi sueño tiene un significado, pero no estamos para eso el día de hoy.
Hace rato me tiré café en la pierna.

Tuesday, January 20, 2009

Las lecciones de los maestros

Hoy recibí una llamada. Después de hacerme una cordial pregunta, educadamente me preguntaron por David. Una cosa curiosa, que se imagine alguien, allá fuera, que yo estaré, acá dentro, siempre enterado de dónde está y cómo daré con David. Entiendo la confusión pero me apura que hablen para preguntar por Mick para luego preguntar por Mack. Que le hablen a Batman para dar con Robin, o viceversa. Se lo comentaba a David. Y luego vimos esta imagen. Y pues nos agarró la risa.

Friday, January 16, 2009

Me dedico a escribir obituarios, mucho gusto

Hoy me dediqué a escribir obituarios, aquí en la oficina. Lo que hago es buscar quién se murió, en periódicos, y luego escribir al respecto. Entre las muertes destacadas está la de Andrew Wyeth, quien falleció a los 91 años el viernes. En el New York Times pueden leer extensamente sobre él y ver, también, esta imagen:

Es su pintura Christina's World, de 1948.

Nota ñoña: me recordó esta melodramática escena de Forrest Gump, especialmente el segundo 52:



También escribí sobre la muerte de un arquitecto checo. Aquí, informando al mundo.

Frío y calculador


En la nueva edición de The Believer viene un texto que se titula On the eve of destruction de Alena Graedon. En la versión en línea sólo puede leerse el inicio, que es lo único que he leído, pero me dio oportunidad para investigar (es decir, visitar el sitio en la red) sobre el bunker que se encuentra debajo del hotel Greenbrier ("Defining Luxury since 1778") originalmente creado para meter ahí al Congreso de los Estados Unidos en caso de, digamos, una guerra nuclear. Es muy interesante. Para realizar un tour al bunker ("Looking for an activity your whole family or group can enjoy?"), pueden visitar este sitio.
Incidentalmente, hace rato hice un examen tipo "examen de aptitudes" sobre lo que me ocurriría en el caso de que hubiera un ataque de zombies en mi comunidad, vía Facebook. De acuerdo a mis respuestas (a cinco preguntas sencillas) se me informa que éste es mi perfil:

Eres frío y calculador, duro como un sobreviviente pero careces del valor suficiente para buscar un futuro mejor. Te conformarías con atrincherarte en un centro comercial o algo parecido. Estarías seguro dentro, pero pasarías el resto de tu vida mirando por la ventana a los zombies, sin la mas mínima idea de salir al exterior, con la única esperanza de que algún superviviente llegara a tu escondite para así acabar con esa soledad que te envuelve.

Pero, vamos, ¿no es así la vida de todos?

Wednesday, January 14, 2009

Mi espíritu inquieto

Trent Botkin se dedica a buscarle nuevas casas a los Prairie Dogs.

Having prairie dogs on your land is a very rewarding experience. Besides giving you the opportunity to watch their hilarious antics, their presence attracts hawks, eagles, burrowing owls, other rodents, coyotes, badgers...

I think it's a worthwhile task. Many of the people in Santa Fe view this field as some sort of animal-rights issue, that the prairie dogs have the right to live because they were here first, aside from their cuteness. But I view it from an ecological conservation standpoint, as the Gunnison's prairie dog has lost 95 percent of its habitat over the past 150 years.

Pueden leer más sobre su trabajo en la entrevista que le hicieron acá. Me recordó la trama de Poltergeist (de 1982, el año en que nací) y de Sus ojos son fuego, de Soltero. También me recordó el reportaje de Joshua Bearman, Rodent disaster in Xinjiang... Cuando le conté a mi madre sobre Botkin, me reveló que un tío se entretenía vertiendo gasolina o agua caliente en la madriguera de las ratas, en el solar de mi abuelo. Reía cuando veía cómo escapaban por otro agujero.

Monday, January 12, 2009

Entrada 999



Cierto romanticismo apocalíptico. Algún lugar en California después de unos bonitos incendios y Caspar David Friedrich.

Sunday, January 11, 2009

El inquilino

No recuerdo cuál fue el día de la semana en el que me levanté para estirarme un poco -estaba en mi cubículo, en la oficina- pero recuerdo bien que me dirigí al garrafón de agua, harto de Excel. Junto al garrafón se encontraba una chica de contabilidad hablando con otra chica de contabilidad (y quizá esté siento bondadoso al llamar a estas dos personas, ya entradas en carnes y años, "chicas") sobre una película de Roman Polanski que yo no había visto, El Inquilino. El fin de semana que recién termina la renté y la vi, después leí un poco al respecto en la red y descubrí que es considerada parte de una trilogía compuesta por Repulsion y Rosemary's Baby (no he visto Repulsion), las tres sobre los horrores de la vida cotidiana y departamental. Disfruté (o padecía) mucho El Inquilino, como si fuera un pedazo de narración que se hubiera escapado de la mente -de la almohada, diría Stephen King, otro maestro del horror cotidiano- de Lovecraft (especialmente por esos guiños al exotismo de la egiptología). Pero ahora, ¿qué hacer? Ahora regresar a trabajar, pensar en rentar, apenas nos demos el tiempito, Repulsion y acaso hablar al respecto con los compañeros y compañeras de la oficina. Pero eso, ¿cómo? "Escuché hace unos días que hablaban sobre una película", iniciar. Ver sus caras maquilladas, los monitores de sus computadoras encendidos, los cajones, cerrados. "Me parece haber escuchado que hablaban sobre El Inquilino, de Polanski", aventurar. "¿No eran ustedes dos las que platicaban de una peli de Polanski?", preguntar apenas estén ambas juntas. Es difícil, esto. No me llevo muy bien con las chicas de la oficina. En ocasiones me gasto estas pequeñas bromas, sobra decir. No es que no nos llevemos bien -nadie planea mi destitución, en mi diminuto mundo laboral- pero me gusta imaginar cómo sería si en lugar de saludar a mis compañeras y compañeros de trabajo matutinamente para despedirme, cordialmente, todas las tardes cuando finalmente me encamino rumbo a casa, cómo sería, me pregunto, si yo fuera una especie de banquero anarquista, un pequeño insecto oficinista, una rata de laboratorio, aire enlatado, fruta en conserva. E imagino que sería eso, un inquilino alienado, el hombre anónimo. Pequeñas jocosidades diurnas, digo. El otro día comía con los compañeros del trabajo, como hago siempre, entre semana (claro está) y mientras se agotaban los minutos de mi media hora, observaba -sin mostrar desinterés sobre la conversación que entonces se entablaba- por el rabillo del ojo, un televisor empotrado en una esquina de la lonchería. Y en ella, una pelea. Lucha libre. Algún campeonato. Un cinturón de oro colgaba sobre los seis o siete fornidos contrincantes, quienes se empeñaban en extender y acomodar altas escaleras de metal (plegables, que desplegaban) en el centro del ring, bajo el cinturón. Y se empeñaban también en treparlas y obstaculizar el ascenso de quienes en ellas se encaramaban. Y tiraban, también, las escaleras, una y otra vez, hasta que uno, finalmente, sangrando, conseguía no ser obstaculizado y ascendía y tomaba el cinturón de oro, ese preciado objeto. Todos aplaudían y tomaban fotos, en la televisión, mientras mis compañeras y compañeros de almuerzo daban por terminada su conversación.

Thursday, January 08, 2009

Verosimilitud

En una conversación de hace tiempo en el Times, Ethal Coen le pregunta a Cormac McCarthy y McCarthy le contesta:

E.C. Do you ever get, in terms of novel writing, stuff that's too outrageous? One wouldn't guess that you reject stuff as being too outrageous.

C.M. I don't know, you're somewhat constrained in writing a novel, I think. Like, I'm not a fan of some of the Latin American writers, magical realism. You know, it's hard enough to get people to believe what you're telling them without making it impossible. It has to be vaguely plausible.

Wednesday, January 07, 2009

Esto, también, es agua

Pues resulta que en el blog de un amigo es donde, leyendo en los comentarios, me percaté de que un anónimo me pidió atentamente que leyera una noticia sobre cómo en Venezuela se expulsó a un embajador en solidaridad con algunos palestinos. Amablemente me dejó un link. Y pues, ya, leí algunos hechos. La duda de por qué me dejaría la nota, específicamente a mí, revolotea, volotea y se retira.
En la tarde, cuando leía el periódico, vi fotografías de cadáveres de niños. Muertes. Conflictos. Y es la hora de la noche en que recuerdo el discurso de David Foster Wallace, Plain old untrendy troubles and emotions, que pueden leer de nuevo acá, en The Guardian. Para beneficio de todos.

Tuesday, January 06, 2009

"The sentence is a lonely place"

En su ensayo sobre la frase Gary Lutz escribe lo que no es ni siquiera su mejor parte:

The sentence, with its narrow typographical confines, is a lonely place, the loneliest place for a writer, and the temptation for the writer to get out of one sentence as soon as possible and get going on the next sentence is entirely understandable. In fact, the conditions in just about any sentence soon enough become (shall we admit it?) claustrophobic, inhospitable, even hellish. But too often our habitual and hasty breaking away from one sentence to another results in sentences that remain undeveloped parcels of literary real estate, sentences that do not feel fully inhabitated and settled in by language. So many of the sentences we confront in books and magazines look unfinished and provisional, and start to go to pieces as soon as we gawk at and stare into them. They don’t hold up. Their diction is often not just spare and stark but bare and miserly.

El texto completo se encuentra a través de este vínculo.

Lista

Alternativas al nombre de la agrupación Cut Copy:

1. Click & Drag
2. Control Shift
3. Copy Paste
4. LCD Soundsystem

Entrada 993

Hace rato en el café, una mujer a punto de ser señora, informaba por el teléfono que pensaba regresarse a Cuerna, pero con un amigo -quien es mexicano pero vive en Nueva York. Ganas de abrazarla, decirle que no es necesario, etcétera.

Friday, January 02, 2009

Sobre un regalo que me hicieron


Óscar Benassini me regaló un libro de Vila Matas que creí que yo había leído ya pero que, al empezar, resultó que o no lo había leído o lo he olvidado. Tuvo a bien acompañarlo de un par de collages que hizo -vinieron a ser como el envoltorio del paquete. Y pues se los enseño para que les dé envidia.

Out of sight like a thought

Leo The Sportswriter de Richard Ford y encuentro este bello pasaje:

Paul had brought outside with him one of the birds from his dovecote. A mottled rock dove, a handsome winger. He toted it manfully to the curb, using the two-handed professional bird handler's way he's taught himself. I surveilled him like a spy, slumped behind the steering wheel, the shadow of the big tupelo making me not especially noticeable, though Paul was too intent on his own business to see me.
At the curb he took the pigeon in one small hand, slipped the hood and neatly pocketed it. The bird cocked its head pechisky at his new surroundings. The sight, though, of Paul's familiar, serious face calmed it.
Paul studied the pigeon for a time, grappling it once again in both hands, and via the still darkness I could hear his boy's voice talking. He was coaching the bird in some language he had practiced. "Remember this house." "Fly this special route." "Be careful of this hazard or this obstacle." "Think of all we've worked on." "Remember who your friends are" -all of it good advice. When he'd finished, he held the bird to his nose and sniffed behind its beaky head. I saw him close his eyes, and then it was up, pitched, the bird's large bright wings seizing the night instantly, up and gone and out of sight like a thought, it's wings white and the quickly small as it cleared the closure of trees -gone.
Paul looked up a moment, watching it. Then, as if he'd forgotten all about any loosed bird, he turned and stared at me across the street, slouched like Officer Carnevale in my cruiser car. He had seen me probably for quite some time, but had gone on with his business like a big boy who knows he's watched and doesn't care for it, but understands those are the rules.
Paul walked across the street in his little boy's ungainly gait but with a gainly smile, a smile he'd give, I know, to a total stranger.
"Hi Dad", he said through the window.