Wednesday, January 31, 2007

Entérense

Hoy expliqué un poco de Nietzsche a unos buenos adolescentes, leí un texto de Vallejo frente a un grupo de personas, anduve en bicicleta en saco, le devolví una revista a Rafael Lemur, conocí a un doblador (de un escuadrón de paracaidistas) en Gayosso, cené Shabu Shabu con Mariana y leí un poco.

Tuesday, January 30, 2007

Método


La muerte es la operación por la que tú, lector, y yo, autor de esta escritura, perdemos la importancia; aun si nuestra relación queda incólume.
Salvador Elizondo, Colofón
Quizá me equivoque, pero hay una fotografía en la que Elizondo está escribiendo frente a un espejo. La busqué en Google pero no di con ella. Tal vez la recuerde de alguna revista, aunque probablemente esté equivocado. Pienso en esto por un comentario que dejó un amigo, Diego, hace poco, aquí, en mi glosa al Grafógrafo. Suspiro, idiotizado. Hoy, camino al trabajo, vi en el Metrobús a un hombre cadavérico. Se bajó en la misma parada que yo, casi corriendo. Llevaba una barba blanquecina que crecía aquí sí, aqui no. Al verlo, pensé en un texto que leí hace tiempo, de Roberto Bolaño, en el que hablaba de un hombre que se tendía en una playa española, quizá en Blanes. Un hombre que, escribió, parecía un cadáver. Y al pensar en la playa me veo escribir que recuerdo a Pessoa y el libro que enterré en arena portuguesa. Me veo recordar que escribí sobre el texto en el que Pessoa hablaba, con una voz muy queda, sobre ese Sol que se tragaría todas las bibliotecas. Y, con más violencia pero sin ser violento, a un Bolaño que desea darle bofetadas, de carácter lenitivo, a esos escritores que aún creen en la inmortalidad. No, por supuesto, en la inmortalidad del alma, sino en el gran respeto, en la inmortalidad literaria.
¿Y si ya no escribo nunca nada más? ¿Y si esto es finalmente todo lo que puedo dar? No estoy dispuesto a invertir sufrimiento en esto. Pero experimento una gran desesperación. Debo dejar de ver la literatura como una gran pulsión, darme un descanso, tirarme en la playa y pensar en Alemania mientras me idiotizo suspirando.

Monday, January 29, 2007

El grafómano

Escribo sobre Elizondo. Escribo que escribo sobre el autor de El grafógrafo. Mentalmente me veo escribir que escribo sobre el texto que le dedicó a Paz y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía esto. Y me veo recordando que me veo escribir sobre el escritor de cuadernos y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía bajo Elizondo. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo como un grafómano.

Saturday, January 27, 2007

Replicante 10

Esta es la portada:


Este es su precio: cuarenta pesos.

El responsable: Rogelio Villareal.

El motto: "La vida sin música es un error", que lo dijo un músico mediocre, Nietzsche. (También escribía y hacía filosofía).

Esta es la última frase de esta actualización.

Thursday, January 25, 2007

Wednesday, January 24, 2007

Kapuscinski

Ayer murió Ryszard Kapuscinski después de una cirugía de emergencia. Lamento dar la noticia tarde. Iba a escribir un texto largo en el que hablaba sobre el periodismo en general pero pronto me di cuenta de que no sabía qué decir. Comencé por dar un catálogo de las relaciones que he sostenido con el periodismo, de las personas queridas que tengo en mi vida que se han relacionado con esta disciplina en algún u otro momento de su vida --comenzando por mi padre. Pero mejor sólo informar.
Mientras, los Viajes con Herodoto de Kapuscinski siguen ahí, en mi escritorio, junto a los ocho libros de la Historia de Herodoto, sin abrir.

Monday, January 22, 2007

Este número debería traer su propio sountrack


Replicante 10, pronto en sus cochinotas manos.

Sunday, January 21, 2007

Cálido Uglow


Antes de comenzar, debo reconocer que jamás lograré escribir el texto que tenía pensado, pues vivimos en la realidad y la realidad nos obliga a darle cierta importancia y cierta energía a distintas cosas, pero de manera jerarquizada. Es lamentable, pero en este momento, la presente actualización no ocupa la primera de mis prioridades. Pero espera, ¿qué es esto? ¿No la estoy escribiendo ya? ¿No significa entonces que aquellas supuestas prioridades han pasado a un segundo plano? Quizá en nuestra dimensión temporal, pero debo reconocer que mi cerebro está en otro lado. Y que si estoy escribiendo esto, es porque lo estoy haciendo como si leyera en el consultorio, esperando a que el doctor me llame interrumpiendo mi lectura --quizá mi lectura sea Sobre la lectura de Proust, quizá un McSweeneys atrasado o uno de los tantos libros que tengo iniciados pero que no terminaré pronto. (Los miserables me voltean a ver, aludidos, aburridos de mi conocida desidia).
El único viajero Triestino que conozco me prestó hace tiempo uno de estos muchos libros: Trieste and the meaning of nowhere, de Jan Morris (antes James Morris). Hace un par de días me lo pidió de vuelta, lo necesitaba. Por supuesto, no lo había leído. Ni lo había abierto. Me dio dos días para regresarlo. Y lo hubiera terminado, de no ser por la ya referida realidad. Me esforcé. Leí durante horas. No continuas. No intensamente. Pero lo suficiente como para enterarme de lo bueno que es este libro y de cómo respondía a las obsesiones que tenía al momento que El Únivo Viajero Triestino Que Conozco decidió prestármelo --estaba en ese entonces con una onda de viajes y cosas así, misma que aún se mueve en mi interior, como un río subterráneo. Pero no hablaré de los viajes ahora, obsesión en pausa, sino de lo que encontré dentro del libro, entre sus hojas.
Michael Atkinson escribió hace tiempo para The Believer un fabuloso ensayo sobre los objetos que utilizamos para separar nuestras hojas. Se titula: Other people's bookmarks: fellow wanderers of a forgotten republic y aún lo pueden leer en línea. Es un texto mucho mejor que este. De hecho, creo que deberían interrumpir esta lectura, usar la opción de "bookmark", e ir a buscar en Google el texto. Pueden regresar más tarde. Aquí estaré. Lo prometo.
Total que recordé este ensayo cuando di con una fotostatica de una pintura de Euan Uglow (por supuesto, esto lo supe hasta más tarde), entre las hojas del libro que me había prestado el Viajero Triestino. Me detuvo como detienen los objetos que creemos perdidos y encontramos de nuevo, con la misma extraña familiaridad de lo ajeno que confundimos con lo propio. Pues, a la vez, me hizo pensar en el texto de Atkinson y en la portada de Amberes, de Roberto Bolaño. Y, claro, en el libro que sostenía en las manos.
La pintura de Uglow es a color. Pero aquí tenía a esta mujer (pues es una mujer), tendida boca abajo, en un descanso de su lección de nado sin agua, quizá, o en una pose incómoda que en algún momento pareció práctica. Rendida, no expectante, como en la portada de Amberes (una fotografía de PJ Boman, de acuerdo a los créditos de la edición de Anagrama). ¿Y en qué pienso yo cuando pienso en Amberes? En un texto no logrado, sí, pero también en un bosque desde el cual se pueden escuchar las olas del mar. Imagino así algunos alrededores de Trieste. Recuerdo así también el relato que me contó una amiga, hace años, cuando ella y su novio caminaban por un bosque y podía escuchar un oleaje que no se veía, a la distancia. ¿Ese efecto triestino? No podría decirlo, jamás he pisado el puerto. Pero, aunque no había bosque, debo decir que me recuerda a la conocida nostalgia que experimenté en Portugal. Nostalgia por algo que muy probablemente jamás conoceré.
Examino mi copia de Amberes, buscando trazos de la última lectura que se le hizo. Pero nada: Ni una anotación al margen. Ni una página doblada. Ninguna fotografía cae de entre sus hojas. Me detengo, insistente, en el capítulo El mar (¿capítulo?) y la línea "La última línea era la crispación" parece decirme algo. Pero no, al parecer nada. Adelanto unas hojas, dispuesto a no darme por vencido, y doy con el texto número 27, titulado A veces temblaba. Y ahora sí, la línea "La muchacha cerró los ojos cuando él la puso bocabajo" me remite a algo, por supuesto. No podría decir que es terrible, esta cosa a la que me dirige la imagen, pero sí que, como imagen gemela de la pintura de Uglow (que a color sugiere tardes alegres y largos baños de sol) ésta, portada del libro de Bolaño, sería la gemela malvada.

Friday, January 19, 2007

Super poder

Hola, quería informarles que si yo tuviera super poderes, me gustaría que fueran la invisibilidad y la capacidad de volar.
Y aunque esto alguna vez, en mi adolescencia, tuvo que ver con el Sport City de Loreto y el Spandex y el vapor, puedo decir que ahora tiene más que ver con mis seres queridos y con la posibilidad de combatir el mal. Porque a un gran poder le acompaña una gran responsabilidad.
Creo que también me gustaría ser super rápido.

Wednesday, January 17, 2007

Lista obsesiva

Películas en las que recuerdo haber visto libretas Moleskine:

1. The talented Mr. Ripley (el detective privado contratado por el padre de Dickie).
2. Ocean's 12 (la agente de Interpol, interpretada por Catherine Zeta Jones).
3. Amélie (Amélie).
4. The Davinci Code (al inicio, cuando Tom Hanks da la conferencia).
5. National treasure (también al inicio, en el barco, en el polo norte).

Por cierto, ¿han notado que esas películas se parecen muchísimo?

En fin. En libros sólo he leído de los Moleskine en Los trazos de la canción, de Chatwin.

Convergencia ecológica





Arriba, una imagen de un bosque y su respectiva deforestación en Suiza. La imagen que representa del patrón de la deforestación no es deliberada, si le hemos de creer a Weschler. En medio, una imagen satelital de la serie At this rate, de Giles Revell y Matt Wiley. Abajo, una imagen más de esta serie, que nos revela que la serie At this rate en realidad no está compuesta por imágenes satelitales sino por imágenes de hojas en proceso de desintegración. Más en McSweeneys.

Sunday, January 14, 2007

Tercer Cuaderno Salmón.



Oscar Benassini me pidió que le dedicara este post.

Que conste que: él no sabía de qué trataría este post. Ni que hay razón particular para que se lo dedique (a no ser que me lo pidió y que me invitó de su pasta, que no pude probar porque vive en Hermosillo).

Por favor tengan en mente que: existe un nuevo número de Cuaderno Salmón. Y que: no debe confundirse con Cuaderno de Salomón. Aunque en algunos círculos se le conozca como Cuaderno mamón. También recuerden que: cuesta sólo 100 pesos (esto es, treinta pesos menos que ese bodrio Eñe, de la editorial Mapas, que les da menos por más). Quizá no deban olvidar que este nuevo número está constituido por cinco apartados (al igual que los anteriores), a saber: La imaginación, La voz, La reflexión, Libros, La rebaba, y que en cada uno de estos apartados encontrarán textos. Particularmente: Cinco poemas, de José Emilio Pacheco; 1945, de Álvaro Enrigue; El farmer, de Andrés Rivera; La estatua de arena, de Silvina Ocampo; Vida de una bala, de Juan José Becerra; La fiebre de la plata: Quince poetas argentinos, por Hernán Bravo Valera; Muy de mañana en el cementerio, de Antonio Di Benedetto y Texas y el fondo del mar, de Juan Carlos Cano.

Estábamos hablando en serio cuando afirmamos que se da más por menos. Esos textos constituyen sólo el apartado de La imaginación. En La voz encontrarán una entrevista con José de la Colina, por Rafael Lemus. Por su parte, en La reflexión, se lee un texto de Nicolás Cabral sobre Antonio Di Benedetto, titulado La materia del silencio; Jorge Pech Casanova escribió un texto titulado Memorial del Crepúsculo; Reinhard Kuhn otro que se titula Voci Puerili: Una resonancia en la poesía moderna; Luis Jorge Boone escribió un texto que tituló Manual de anarquía doméstica; y finalmente, en esta sección, encontrarán Witold Gombrowicz y su diario argentino, de Eduardo González Lanuza.

Libros que se reseñan en Libros, con sus autores y sus reseñadores: Educar a los topos, de Guillermo Fadanelli, por David Miklos y más tarde Rafael Lemus reseña En busca de un lugar habitable. Hospital de Cardiología, de Pedro Guzmán, por Enzia Verduchi. Estambul, de Orhan Pamuk, por Luis Xavier López Farjeat. Cuaderno de Balthus, de Guy Davenport, por Carlos A. Aguilera. El búfalo de la noche y Retorno 201, de Guillermo Arriaga, por Antonio Puertas.

Luego en la Rebaba encontrarán un texto de María Lebedev, que se titula Juan José Saer y lo no (sobre Juan José Saer y lo no); uno de Antonio Ortuño que se titula Moción sobre el compañero Rodolfo Walsh, sobre, ejem, Rodolfo Walsh; uno de Brenda Lozano, Parientes incómodos, sobre los parientes que incomodan; uno de Guillermo Núñez, La metamorfosis del salmón, sobre la metamorfosis del salmón; uno de David Miklos, 19 de enero de 1981, sobre una fotógrafa y lo que significa en su vida; uno de Enrique G de la G, titulado Plutón al fin defenestrado, sobre el cuerpo celeste ese y finalmente, un texto escrito por quienes se hacen llamar la redacción y unos cuantos "desaforismos", de José de la Colina.

Y por favor, no vaya a olvidar que este cuaderno está ilustrado por Alejandra Dessens.

Y que seguramente tendrá erratas.

Saturday, January 13, 2007

Es a Guillermo a quien le suceden las cosas

De acuerdo con M., tengo las siguientes personalides: Guillermo el fatalista, Guillermo el amoroso, Guillermo el azotado (según yo, este Guillermo y el fatalista son los mismos, pero ella es capaz de distinguirlos), Guillermo el sultán, Guillermo el naco que se disfraza de niño fresa y otro Guillermo del que no hablaré ahora.

Banda sonora 2

Discos que estaban en mi auto y que perdí para siempre:

1. Eraser, Thom Yorke.
2. The Believer Music Number, varios.
3. Seu Jorge Studio Sessions, Seu Jorge.
4. Riot act, Pearl Jam.
5. From a basement on a hill, Elliot Smith.
6. [No recuerdo].

Orden en que lamento su pérdida: 3, 2, 1, 5, 4, 6 --obviamente.

Wednesday, January 10, 2007

Nuestro héroe regresa al barrio donde perdió su auto

"Al día siguiente era domingo. Volví al barrio pero no encontré el coche. De hecho, ya no me acordaba dónde lo había estacionado; todas las calles me parecían igual de posibles. La calle Marcel-Sembat, Marcel-Dassault... mucho Marcel. Inmuebles rectangulares donde vivía gente. Violenta impresión de reconocimiento. Pero, ¿dónde estaba mi coche?
Deambulando entre tanto Marcel, me invadió progresivamente cierto hastío con relación a los coches y a las cosas de este mundo. Desde que lo compré, el Peugeot 104 sólo me había dado quebraderos de cabeza: reparaciones múltiples y poco comprensibles, choques leves... Claro que los otros conductores fingen estar relajados, sacan el formulario con amabilidad, dicen: "Ok, de acuerdo"; pero en el fondo te lanzan miradas llenas de odio, es muy desagradable.
Y además, pensándolo bien, yo iba al trabajo en metro; ya casi no salía los fines de semana, por falta de un destino verosímil; en vacaciones optaba la mayoría de las veces por la fórmula de viaje organizado, y en alguna ocasión por la de club de vacaciones. "¿Para qué quiero este coche?", me repetía con impaciencia al enfilar la calle Émile-Landrin.
Sin embargo, fue al desembocar en la avenida Ferdinand-Buisson cuando se me ocurrió la idea de denunciar un robo. En estos tiempos roban muchos coches, sobre todo en el extrarradio; sería fácil que la compañía de seguros y mis compañeros de trabajo entendieran y aceptaran la historia. Porque, ¿cómo iba a confesar que había perdido el coche? Enseguida me tomarían por un chistosito, hasta por un anormal o un pendejo; era muy imprudente. No se admiten bromas sobre este tipo de temas; así se crea una reputación, se hacen y deshacen las amistades. Conozco la vida, estoy acostumbrado. Confesar que uno ha perdido el coche es casi excluirse del cuerpo social; decididamente, aleguemos un robo".
Inicio del capítulo "Rodeado de Marcels", de Ampliación del campo de batalla.

Monday, January 08, 2007

Mi convergencia favorita de Weschler

Weschler comunica su ensayo Girls in their turning con el genial Languorous landscapes, primero, a través del cuadro de Velázquez, Venus y Cupido de 1650 (aprox.). Luego nos muestra Les Amoureux, de 1933, de Man Ray (y la fotografía que hizo Man Ray de su cuarto). Y, finalmente, una imagen más: también de 1933, también de París: Nu au-dessus de Vitebsk, de Chagall. Si pueden, lean el texto. Es genial. Y hay convergencias que no subí.













Fragmento de conversación entre Mariana y yo

Ella: ¿Has jugado al juego de las sombras?
Yo: No, ¿cómo se juega?
Ella: No, ¿cómo se juega?
Una pausa en la que la veo con esa cara que a veces pongo cuando la veo.
Ella: Jaja, captas rápido.
Yo: Jaja, captas rápido.

Saturday, January 06, 2007

Esta cosa

Esta cosa que siento, mi voz de escritor que quiere caos, me acompaña en el auto cuando regreso a casa. También: música. Y la noche. Y la tentación de ver todo con categorías hostiles e hirientes, de tierra incapaz de dar fruto alguno, a no ser que se riegue con sangre. Mi voz de escritor a menudo me obliga a identificar la Literatura con el Odio. La creación imaginativa con los excesos de la razón. Callo esa voz pues me siento poético, pero no mal. ¿Cómo me siento? Encorvado, con la cara inmóvil, los ojos cansados, ganas de patear.
Al llegar a casa encuentro la noche, el silencio, la sensación de haber cumplido con un pendiente más --pasé antes a una gasolinera y le puse gasolina al auto; identifico casi todos mis pendientes en un solo nivel ontológico-- y luego bajo los switches del garage (otro pendiente), cierro el candado que debía cerrar, cruzo el jardín, veo una maceta rota, escucho a lo lejos las garras de mi perra que golpean el metal de la escalera de servicio. Al llegar a saludarme la regaño por la maceta rota (Refu, mi perra, se aplasta contra el suelo, avergonzada, temerosa), camino hacia el lugar donde guardo su comida (que compré anoche) y le doy un plato.
Darle comida a la perra, hecho.
Encuentro a mi hermana en su cuarto. Lee una revista con muchas fotos. Le pregunto cómo está. Nos despedimos después de que me informa que mis padres han regresado a casa hoy.
Saludar a mi hermana, done.
Entro al cuarto de mis padres. Veo que interrumpen una conversación. O parece que interrumpen una conversación, cuando entro a su casa. Es de noche. Están en la cama. El televisor está encendido. Mi madre se da la vuelta. Cierra los ojos. Parece que está dormida. Tal vez imaginé lo de la conversación y sólo se dio la vuelta cuando entré al cuarto, pues no podía dormir. La única luz en su habitación es la del televisor. Mi padre está cambiando los canales. Lo saludo. Platicamos un poco. Nos despedimos.
Saludar a mis padres como si no fuera una obligación, hecho.
Estoy en mi cuarto, solo con mis horribles pensamientos, con mis muchos libros (los veo ahora, algunos de ellos jamás los leeré y no sentiré esto como algo terrible sino como algo normal; y ahora me parece desastroso, pero sólo porque ahora mis pensamientos son terribles; quizá más tarde, esta y otras cosas, como tantas cosas suceden, sucederá sin dolor, sin pasión alguna, sólo con mucha indiferencia y calma y desapego). Y escribo caos. Escribo penuria. Escribo como escribía antes pero ahora con la capacidad de distanciarme de mis propias palabras porque estas cosas que digo, no las digo yo, sino ese viejo cabrón que no soy yo pero cuya voz escucho, a veces, a veces, a veces.

Thursday, January 04, 2007

Cornejas


Los hombres examinan a las mujeres antes de tratarlas.
"Ensayo #3", de Modos de ver.
Tengo varios primos adolescentes, cuyas edades oscilan entre los dieciseis y dieciocho años, dos de ellos, hombres, están de visita en mi casa. Han venido para ayudar a pintar la casa de mi hermana, lo cual me recuerda mucho los veranos de Huckle Berry Finn. A no ser por su espíritu laborioso, debo decir que me recuerdan mucho a como era yo a esa edad, cosa que todavía no me parece tan lejana. Caminan lento y hablan poco, cuando lo hacen es en voz baja y procuran hacerlo con precisión. Usan mucho el sarcasmo y la ironía. Parecen cansados, ¿de qué? No lo sé, quizá de la voz que llevan a todos lados, en sus cabezas.
Hace unos días, uno de ellos me preguntaba si yo iba mucho a antros. Le dije que no, la verdad. Le dije, también, que a su edad el único lugar al que me gustaba ir era a uno al que uno podía entrar en tenis y sin hacer demasiada cola. Donde se escuchaba rock. Los cadeneros abundaban. En otro tipo de antros, le dije, no me la pasaba bien. "Sí", me dijo, "además uno nunca consigue nada". Yo no quería decirlo, así que lo dijo él. Sentí tristeza y pensé en Kafka, en cómo su nombre se asemeja a la palabra corneja, en checo; también pensé en su cara de murciélago. Todo esto lo había olvidado ya, hasta hace rato que estaba hojeando un libro en el que se reproducía la pintura de Van Gogh, Trigales con cornejas. El libro proponía un ejercicio para comprender cómo cambian los significados de las pinturas bajo ciertos contextos. Cómo de poseer una autoridad determinada terminan por ser meras imágenes ilustrativas. El ejercicio pedía que se viera la pintura. Después se pedía que se viera acompañada de la frase: "Este es el último cuadro que pintó Van Gogh antes de suicidarse".
Mi primo no usó la palabra antro sino la palabra disco. Esto no dejó de parecerme un poco... triste porque inmediatamente me remitió a la portada de Discothéque de Félix Romeo. Mismo libro que, como ya he dicho antes, compré más o menos a la edad de mi primo, sólo por su portada, que es ésta:
Lleva una fotografía de Cristina Garza Rodeo, Eros 2000. Afortunadamente, la novela resultó ser bastante buena. Divertida, digamos. Su personaje principal se llama Torosantos, que creo ya dice bastante. No la leería de nuevo pero el susto que me llevé al sospechar que había comprado un libro sólo porque me había, ejem, gustado su portada (era un adolescente, las niñas no me pelaban en los antros, pensaba constantemente en el suicidio y me hacía el atormentado) me hizo prometer que jamás haría algo así de nuevo. Pero la Literatura fue buena conmigo y me dio una buena novela a cambio. Hace unos días leí una reseña en Letras Libres. La había escrito Félix Romeo, de quien no había vuelto a escuchar desde entonces (casi seis años, quizá siete). No había querido comprar más novelas de él, ni leer, pero me dio gusto toparme con su nombre. Reseñaba Estambul, de Pamuk. Lo primero que decía la reseña era que a Pamuk, de niño, o joven, le llamaban "Corneja". Ahora es todo lo que recuerdo. Podría releerla de nuevo. Pero está en mi cuarto y no quiero subir.
Ay, los antros. La ropa. Las teens. El tercer ensayo de Modos de ver dice también: "la presencia de una mujer expresa su propia actitud hacia sí misma, y define lo que se le puede o no hacer. Su presencia se manifiesta en sus gestos, voz, opiniones, expresiones, ropas, alrededores elegidos, gusto; en realidad, todo lo que ella pueda hacer es una contribución a su presencia. En el caso de la mujer, la presencia es tan intrínseca a su persona que los hombres tienden a considerarla casi una emanación física, una especie de calor, de olor o de aureola".
Me gusta pensar que esto es falso. Por las amigas que tengo, me gusta pensar que es falso. Porque hay personas que se la pasan mal en los antros y las discos, me gusta pensar que es falso. Por las muertes de Juárez, por el "se lo buscaron", me gusta pensar. Pero sobretodo, porque me gusta pensar al hombre no como el equivalente al hombre blanco que se asoma en la literatura del hombre negro, en la vida de la mujer. Es decir, no como ese mal necesario, en la vida de la mujer. De hecho, me caga pensar las cosas como hombre-mujer, en dualidades fijas y permanentes. También me caga pensar que las imágenes sirven sólo como ilustraciones. Me agrada pensar que sirven como argumentos, también.
Lo que más me gusta del cuadro de Van Gogh es la parvada de cornejas. Algunos dicen que son cuervos.

Wednesday, January 03, 2007

Dos convergencias fallidas



Yahoo! tiene un link directo o una relación muy cercana con una persona que lleva el nombre-muy-on-line de Kevin Site. Yo no sé nada, pero aparentemente es una especie de reportero de guerra (de hecho, su página se titula The hot zone, lo cual me hace pensar tanto en guerra como en un thriller o en una película porno). Tal y como lo presentan, se parece mucho al personaje del cuento Death Defier de Tom Bissell (God lives in St. Petesburg). Total que me metí a la página hace rato para leer la entrevista que le hizo al primer oficial norteamericano, el teniente Ehren Watada, que se negó a combatir en Irak. Luego estuve viendo las fotografías de guerra que hizo Site. Site es muy alto, la mayoría de sus fotos, cuando incluyen niños y personas de baja estatura, tienen un aire de Ojo de Dios. Le gusta fotografíar niños sonrientes. Polvo en el aire, gente gritando, fuego, cartuchos vacíos de balas petrificados a medio vuelo. Ya saben, fotógrafo de guerra.
Pero había una foto en la que un grupo de ancianitos se tiraban sobre tumbonas y platicaban sonrientes, dentro de un refugio. Desafortunadamente, no pude bajar la fotografía en el formato que necesito para subirla aquí, así que después de varios intentos desistí en la convergencia que iba a hacer con People in the sun de Hopper.
No me iba a detener ahí. Quería a huevo subir una convergencia Weschler, así que estuve buscando fotografías de Cartier-Bresson porque es uno de esos fotógrafos que creen en el "instante decisivo", o como le digan, lo cual hace mucho más fácil dar con convergencias --según yo el instante decisivo es el equivalente a la inspiración en la literatura, es decir, a ponerle un nombre distinto a la tradición, al bagaje cultural, a las "emergencias". Buscando, buscando, no di realmente con material suficiente para hacer una buena convergencia, pero entonces di con esa segunda fotografía (no sé cómo se llama), la de dos amigos italianos. Uno le ayuda al otro a colocarse la corbata, pose completamente maternal y homoerótica. Imagen que, recuerdo, también está en la versión fílmica de The talented Mr. Ripley (Tom Ripley vaga solitario por Roma, lamentando que su amigo guapo no lo acompaña; en una esquina ve a dos italianos, que son un Xerox total de la imagen de arriba; uno de ellos, el que está viendo hacia otro lado, le chifla a una chica que pasa). Además de que no encontré el fotograma (ni en www.imdb.com ni en Google, que es Dios), creo que esto no constituye una convergencia, sino un tributo. Y esa es la historia de mis dos convergencias fallidas.