Wednesday, September 28, 2011

Estoy inquieto

Debo escribir una reseña de Los poseídos de Elif Batuman, que ya leí, pero en inglés. Quizá deba leerlo en español. Pero qué flojera.
Debo leer un libro de John Berger, uno de Amis, uno de George von Rezzori, uno de Leonid Andréiev, uno de Chéjov y uno de Flaubert. Empecé el de Flaubert.
Terminé de leer Punto de fuga de Markson. Me gustó mucho. Quiero leer This Is Not a Novel y The Last Novel.
Estoy leyendo The English Novel de Eagleton. Estoy leyendo a Pavese. El libro de Pavese que estoy leyendo podría terminarlo hoy. Estoy leyendo a Pessoa. El libro de Pessoa que estoy leyendo podría terminarlo hoy. Estoy leyendo Klusterman. No me gusta. Estoy leyendo el último número de la Vanity Fair. Me gusta. Estoy leyendo Las noches de Gerard Reve, que fue un regalo. Quiero que me guste.
Creo que no estoy leyendo nada.
Quiero leer algo.

Saturday, September 24, 2011

Sábado

Desperté pensando en un episodio de E.R. en el que los paramédicos reciben una llamada de un par de amigos que estaban intentando realizar una trepanación en su departamento. Era un par de intelectuales, libros por todos lados. Uno de los paramédicos decía: "Para ser tan inteligentes y cultos...". No sé por qué desperté pensando en eso. No me gusta que mi memoria tenga tantos datos inútiles, que llegan, repentinamente. Anoche unos amigos hablaban sobre un episodio de Roma donde también se llevaba a cabo una trepanación.
Mi padre me envió un correo electrónico.

Thursday, September 22, 2011

Toque a sus hijos*

Ahí les va una anécdota: me encontraba atorado en el tráfico de una zona residencial al sur de la ciudad, a saber, el Pedregal. Avanzaba lentamente por el Boulevard de la Luz, flanqueado por camellones y jardineras. Mi paciencia, como quien dice, se agotaba. Quizá para apreciar aún más el sentido de esta anécdota deba aclarar que me considero una persona medianamente paciente y caritativa, es decir, creí que estábamos atrapados en el tráfico porque, más adelante, a algún automóvil le había ocurrido algún desperfecto. Pensé: es posible que una ambulancia esté ayudando a algún necesitado. Quizá, imaginé, una persona de la tercera edad está cruzando la calle.

Por supuesto, nada de esto ocurría. En realidad llegábamos tarde a nuestras citas, el resto de los automovilistas y yo, porque a una señora fodonga se le ocurrió sacar a pasear a su perro. ¿Cómo sacan a pasear a sus perros las señoras fodongas? El perro camina, a su moroso ritmo animal, sobre el camellón, mientras la señora sostiene la correa desde el interior del automóvil.

Cuando tuve la oportunidad, ¿le menté la madre a la gorda infecta aquella? No. Entre las prácticas sociales complejas que tenemos que desarrollar para poder hacer de este un lugar habitable, considero, se encuentra la de ocultar o disimular muchas de nuestras emociones. La misma habilidad que, por ejemplo, los niños pequeños apenas comienzan a dominar.

Apenas ayer, frente a mí, en un café, vi a uno de estos pequeños animales racionales dependientes. Gritaba, lloraba, exigía. Y debo decir, fue un espectáculo digno de verse. Un adorable pequeño tirano.

¿Por qué vienen a cuento estas anécdotas? No estoy muy seguro de poder aclararlo pero sé que pensaba en aquella señora cuando veía a este niño. Quizá esté siendo injusto con el infante, pues a menudo pienso en La Fodonga como uno de los ejemplos más claros de todo lo terrible que ocurre en esta ciudad. La desconsideración total a las necesidades ajenas, ciertos valores burgueses torcidos (antes arde en llamas la ciudad que mi perro se quede sin pasear), la soledad, ay, la soledad, y, sobre todo, la deshumanización que provoca la tecnología. Pues, verán, creo que ese perro necesitaba ser paseado porque se encontraba inquieto. E inquieto se encontraba porque nadie le prestaba atención. Y poca atención se le prestaba porque estaba encendido el televisor. ¿Exagero? Quizá, pero añádale a esto el uso del automóvil y el uso de la correa: artilugios absolutamente modernos, creados para distanciar y someter. ¿Sabe en qué pienso también cuando recuerdo a esta señora? En esas otras señoras, jóvenes aún pero corriendo sin demora al futuro representado por La Fodonga, que pasean por los centros comerciales (rara vez en los parques, claro) conectadas a sus hijos pequeños por, sí, correas. Quizá ya hayan escuchado esta queja antes, y quizá alguien ya ha puesto atención al fenómeno (son cada vez más raras las ocasiones en que veo a una de estas madres), pero no lo olvide: sucedió, en esta ciudad.

¿Qué ciudad es esta? Es un lugar donde las personas se obligan a realizar actividades constantemente, evitando toparse con el sueño, el aburrimiento o la desidia, al mismo tiempo que ejercen la cautela que normalmente lleva al sueño o la desidia. Un lugar ocupado, con sus bancos, cines y oficinas, saturado de distracciones. Es difícil acercarse a las personas así, entablar vínculos afectivos. Lo sé. Vivo aquí. Pero se lo pido, por favor: saque a pasear a su perro, viva un poco, toque a sus hijos.

*Este texto apareció originalmente en la edición de septiembre de PLTMEX. Busquen la publicación, es gratuita.

Sunday, September 18, 2011

Domingo

Desperté temprano para asistir a un compromiso familiar. Involucró una homilía durante la cual se habló del paso de un corazón de piedra a un corazón de carne. El tema me interesó bastante, la posibilidad del endurecimiento, la posibilidad de salir de él. Más tarde presté atención a conversaciones. La gente habla. Es un fenómeno interesante, la comunicación humana, la disposición general a interesarse por los demás, las sospechas que cruzan por debajo, las certezas que nos ayudan a descartar las sospechas. Más tarde vi televisión, comí, dormí, descansé, pensé en un texto que quiero escribir, solucioné algunos pendientes, mantuve otros lejos de mi mente. Reflexioné sobre mi vida afectiva, las lagunas insondables de mi persona que procuro no conocer, minita de oro e interés. Minita de oro e interés, dije, lagunas insondables, aventuré, vida afectiva, propuse. Más tarde leí un poco de Cesare Pavese, El diablo sobre las colinas. Me gusta cómo termina el cuarto capítulo: "Estas noches modernas -dijo Pieretto- son viejas como el mundo".

Tuesday, September 13, 2011

Martes

Desperté tarde. Vine a trabajar. Regresé a casa. Comí. Leí un poco más de The English Novel, una "introducción" de Eagleton, una curiosa mezcla de lectura atenta y política de distintos textos (el primer apartado muestra cómo la novela es no sólo un género preponderantemente moderno sino que es, dice, especialmente apreciado por las clases medias). Ya quiero llegar al texto que le dedica a Joyce (a quien incluye a pesar de no ser precisamente un autor inglés, aunque da argumentos para ello). Lavé trastes. Leí un poco más. Descansé los ojos. Luego, me lavé la cara. Regresé al trabajo.

Wednesday, September 07, 2011

Miércoles (por la mañana)

Óscar. dice: (10:17:55 a.m.)
se podría decir que tú creciste escuchando la música de cri-cri?
Guillermo Íñigo dice: (10:18:07 a.m.)
no sé si podría decir que yo crecí
Óscar. dice: (10:18:14 a.m.)
...

Tuesday, September 06, 2011

Martes

Me acosté temprano, en la cama leí algunas entradas del diario de Pessoa -varios paseos por la ciudad, describe; cuentas saldadas, asegura; conversaciones sostenidas, lecturas realizadas, informa- y me quedé dormido. No pasaban de las diez de la noche. Desperté a eso de las cuatro de la madrugada. Di vueltas en la cama hasta las seis, me puse a leer. Ensayos de Klusterman. Algunas páginas de Los demonios. Me levanté, salí a pasear al perro. Regresé, me bañé, desayuné, leí un poco más, vine a trabajar. Fin.