Sunday, November 30, 2008

Matusalén

En uno de los anuncios de Yahoo! veo el rostro de una jovencita, le acompaña una frase que dice algo así como "Cómo mantengo mi terso rostro" o "Cómo mantengo mi piel tan joven". En seguida, su nombre y su edad: 61 años. No le doy click al banner temiendo que a) me aparezcan más ventanas con anuncios para más cosas, b) resulte que el modo en que esta señora de la tercera edad mantiene ese rostro de la segunda edad sea alimentándose de la sangre de niños de la primera edad, c) resulte que el modo en que mantiene su juventud sea alimentándose de los clicks que le damos a los banners que aparecen en el encabezado de Yahoo! Hace unos días vi Youth Without Youth (2007) de Francis Ford Coppola. Un rayo atraviesa las nubes y las grandes distancias que separan al cielo de la tierra para encontrar y atravesar también a un académico (una especie de filólogo y filósofo de las religiones) que está cerca de los setenta años y quien, después de recuperarse de las graves quemaduras, milagrosamente comienza a rejuvenecer. Esto, a su vez, representa una oportunidad para este hombre que ahora se ve en la posibilidad de culminar su pasión por, esencialmente, obtener todo el conocimiento del mundo. Una pasión que, eventualmente, lo vampiriza tanto a él como a los seres queridos que le rodean. La película está basada en un cuento del filósofo rumano Mircea Eliade que me recordó que yo no me había dado el tiempo para leer The Curious Case of Benjamin Button de Fitzgerald. Así que hace unos momentos tomé mi volumen de los cuentos completos de Fitzgerald y terminé de leer la historia. El único cuento abiertamente fantástico que he leído del autor. Y que, quizá por la larga espera en haberlo leído, me ha desilusionado un poco. Entiendo que pronto se estrenará la adaptación al cine, en manos de David Fincher (en los cortos que he podido ver, encuentro que la adaptación es imaginativa y bastante libre; después de todo, el cuento sólo posee unas veinte cuartillas). De acuerdo con Fitzgerald, The Curious Case of Benjamin Button (donde un hombre nace siendo viejo y envejece rejuveneciendo) se originó a partir de algo que dijo Mark Twain: "es una lástima que la mejor parte de la vida esté al principio y la peor al final". Yo no sé ese Twain, pero a mí mi mamá me enseñó que cada momento hay que vivirlo como se debe. Que es otro modo de decir, creo, que hay que estar contento con lo que uno tiene. Ah, pero no olvide que en el librero de mi madre hay un libro que se titula Cómo envejecer bien. Y en su agenda, el teléfono de la estética de su preferencia. Mientras tanto, yo ni hago abdominales, ni dejo de beber cerveza, ni dejo de quejarme de mi panza. Raza curiosa, la humanidad. Fitzgerald explica también que "varias semanas después de terminar el cuento" descubrió "una trama casi idéntica en los Cuadernos de Samuel Butler". ¿Sabe usted, querido lector, quién es Samuel Butler? Yo no. Pero andaba igual de preocupado que todos. ¿Sabe usted, qué me pasó el otro día? Deje le cuento. Me subí al tejado de mi casa porque se estaba tirando el agua del tinaco. Para treparme usé mis fuerzas. Y como no me estiré lo suficiente, me lastimé un muslo, el pecho y los brazos. Mi pierna todavía lo resiente. Tengo 26 años y comienzo a perder el cabello. Estoy en la plenitud de mi juventud. Si no es pronto, me temo que más tarde será que encuentre una mujer. Que a fuerza de sopesar entre el aburrimiento y el entretenimiento, sentaré cabeza, me reproduciré. Un virus. Planeo, le informo, lanzarme en paracaídas durante mi próximo cumpleaños. Es eso o las drogas. Que, vamos, para hacer el ridículo, prefiero el paracaídas. Y escribir. Aquí. Difícil esto de tomarse en serio. Vamos, a tomar a alguien más en serio, ya es hora.

Wednesday, November 26, 2008

Sosias



Abel me hizo ver que Fernando Vallejo, a quien leo ahora mismo, probablemente sea Tony Sirico, un actor italo-americano a quien quizá recuerden mejor por trabajos como Paulie Gualtieri de Los Soprano.

Tuesday, November 25, 2008

Sunday, November 23, 2008

Tempestad 63: Expresiones de la violencia

¿Que qué? ¿Ya un nuevo número de La Tempestad? Ya. Los colaboradores de este número: María Paz Amaro, Antonio de Baecque, Renata Becerril, Óscar Benassini, Horacio Bernades, José Luis Bobadilla, Flavio Bonetti, Carlos Bonfil, Juan Arturo Brennan, María Alzira Brum, Eduardo Cabral, Nicolás Cabral, Abel Cervantes, Edgar Chías, Miguel Durán Gracia, Bernardo Esquinca, Larissa Ferrer, Rafael Filippelli, Diego Fischerman, Daniela Fresán, Mafer Galindo Chico, Inti García Santamaría, Daniel Garza Usabiaga, Jeremy Glazier, Gisela Heffes, Jan Lauwers, Shaday Larios Ruiz, Miltos Manetas, David Miklos, Jorge A. Montejano, Iván Naranjo, ejem, Christian Obregón, Antonio Ortuño, David Oubiña, Carlos Pascual, Juan Carlos Reyna, Gustavo Emilio Rosales, Patricia de Souza, Tim Stevens, Gerardo Terán, Roberta Valtorta, Alberto Villarreal, y Sergio Wolf.
Permítanme decirles cómo se hicieron las cosas para este número. Se le habló a los colaboradores y nos organizamos en turnos para ocupar una mesa redonda que está en la redacción y, por orden alfabético, cada colaborador fue despachando el texto que le tocaba. Se hizo en cuatro jornadas de once colaboradores. Cada quien se ocupaba de la redacción de su texto -en ocasiones, pues hay entrevistas, fue suficiente con llenar un formulario- pero igual, andaban ahí, los once en turno, dándole que si al texto sobre el dossier en torno a la violencia, que si al texto sobre el dossier en torno a la Nouvelle Vague (esto fue especialmente complicado porque teníamos que coordinar los vuelos desde Argentina y el último en irse, por ser el último en la lista, era Wolf pero queríamos meterlo en el mismo vuelo que el resto de los críticos argentinos que colaboraron para el dossier; al final, tuvimos a varios críticos esperando en la oficina, en sus sleeping bags, o dándole vueltas al edificio, hasta que tocó el turno de Wolf para escribir su texto), que si reseñas de novedades en música, literatura y el resto de las artes... Fue una locura -y varios de nosotros tuvimos que llevar computadoras extras para poder trabajar, así como cafeteras y pizzas- pero al menos el número salió y aprendimos que este es un modo bobo de hacer la revista. Creo que para el próximo número volveremos al correo electrónico, el teléfono y las palomas mensajeras.

Nueva Replicante y traducciones de Eduardo Charpenel





Aquí están las portadas de los nuevos libros traducidos por Eduardo Charpenel (una selección de cartas de Arthur Schopenhauer y una novela de Samuel Johnson) que, a su vez, son los libros más nuevos de la editorial Los Libros de Homero. Comencé a leer las cartas -una selección apareció en el número 8 de Cuaderno Salmón- pero no he podido seguir la lectura; la novela de Johnson no he podido ni conseguirla (de hecho, no sé si ya puede o no conseguirse, pero sé que le quitó horas de sueño a Charpenel, así como kilos, amigos y dignidad; pero ahora Charpenel ha salido del embrujo de la traducción -de Johnson- y seguramente se encuentra bajo el yugo de un nuevo libro a traducir, porque, esencialmente, está loco). Debajo está la portada del nuevo número de Replicante, del cual podrán encontrar un índice más que exhaustivo en su página electrónica (le di un vistazo el otro día, a la revista, vi un interesantísimo texto de Adriana Degetau sobre un fotógrafo y una reseña de la película más reciente de Romero; no pude leer más con las prisas, pero, caray, ustedes ya conocen Replicante). Órale, a gastar esos pesitos.

Friday, November 21, 2008

Tom Bissell y la red

En Paper Cuts, le preguntan:


How much time — if any — do you spend on the Web? Is it a distraction or a blessing?

Essentially, I’m on the Web all day. I would say that the Web has destroyed my ability to concentrate while giving me access to a variety of literary encounter greater than all but the most comprehensive library. My relationship to the Web is probably very similar to being in a profoundly unhappy marriage with someone you really love and care about. You hate it; you love it. You want to leave; you know you can’t.

Tuesday, November 18, 2008

Aburrirme a mí mismo

El otro día vi dentro de los ojos de mi perra Refu y vi que no comprendía nada. Fue reconfortante. Leo esto, a lo que llegué a través del blog de Letras Libres. Aún no lo termino pero a la mitad me distraigo y comienzo a pensar en todas las veces que he comenzado a hablar y dejo de hacerlo pues me aburro a mí mismo. Esto no es algo que me pasaba antes: hablaba menos que ahora, es verdad, pero también pasaba que al hablar, cosa que ya no pasa, me iba comprendiendo y aclarando a mí mismo. Ahora todo lo que digo -pues últimamente, en el trabajo, me he visto en la extraña situación de tener que opinar- de algún modo ya lo había dicho o pensado de tal modo que al enunciarlo en voz alta me resulta gastado y bobo. Escribir, en cambio, me resulta más fácil: conforme redacto siento que voy aclarando una senda, descubriendo un nuevo camino. Y eso me gusta, es reconfortante esa sensación de avanzar. La lectura también es así, incluso mejor; avanzar de la mano de alguien en quien confiamos. La experiencia de haber jugado Fallout 3 también fue así -¿han jugado eso? Quizá no es como ir de la mano de alguien, sino guiado por un perro para ciegos. El juego está en Xbox y creo que en PS3. Fallout 3: El mundo después de una catástrofe nuclear. Imaginen Calabozos y Dragones pero visto o envuelto en The Road, de McCarthy. Pero con zombies, mutantes y punks a la Mad Max. Excepto que no todo el tiempo hay zombies ni cucarachas o arañas o escorpiones gigantes, ni punks a la Max Max. Muchas veces sólo hay un largo camino. A la distancia -pues está ubicado en Washington D.C.- el capitolio destruido, el monumento a Washington, también. Museos de tecnología e historia, abandonados. Colchones y camastros en campamentos improvisados debajo de carreteras elevadas. Supermercados con algunas latas oxidadas, detergentes, y un mundo que funciona a través de la violencia y el trueque. Es un gran juego, adictivo y ambicioso. Una reseña, acá.


Uno puede jugarlo como un matón pero también uno puede jugarlo como si llevara una vida tranquila -hay la posibilidad de hacer de chozas o cloacas o cuevas el nuevo hogar de uno, en este nuevo mundo apocalíptico. Y ahora que llego a este punto, me doy cuenta de que no tengo a dónde más ir, con esta pequeña, inocente entrada a mi bitácora electrónica, que usted ya conoce y se llama Cetrería. Siento que me voy a desbaratar. A veces ustedes, todos ustedes, son agotadores.

Monday, November 17, 2008

Como a mi me interesa mucho la electrodinámica

Como a mi me interesa mucho la teología me compré un libro en el que venía un cuento de Ted Chiang titulado -y traduzco- El Infierno es la Ausencia de Dios. En algún momento del cuento se describe una visión del infierno y la descripción era muy similar a la de alguna santa que alguna vez escuché. No a ella, por supuesto. No creo conocer a ninguna santa. Pero escuché la descripción en la que la santa hablaba sobre el infierno y de cómo en el infierno había un lugar para ella, lo cual, caray, comprensiblemente, la asustó mucho. Habiéndolo visto, se me ocurre ahora, ¿estará allí ahora mismo? Ah, Dios trabaja en modos extraños. En fin, volveré a esto. Que se me permita antes decir que: cada vez que escuchaba a alguien hablar sobre esta aparición o visión del infierno que había descrito esta santa, siempre me preguntaba si la visión la envolvía -como una especie de holograma, digamos, o como uno de esos papeles tapices que representan bosques y que cubren muros enteros (sólo que en lugar de árboles, con llamas)- o si más bien era como si se abriera la tierra. Pero en ese caso, ¿la santa flotaba sobre la tierra? ¿Se elevaba sobre esa enorme grieta que repentinamente le permitía ver el infierno? ¿O se volvía el piso transparente, como una especie de lancha con piso de plexiglás a través de la cual se puede observar la fauna de los arrecifes? ¿Como la pista de baile del ya desaparecido Cerebro, donde los jóvenes ochenteros podían bailar sobre un tiburón? Claro que estas ideas me las preguntaba antes de que pensara en el infierno como un lugar no material y cuyo sufrimiento no era material, sino de otro orden. Peor, vamos. La verdad sea dicha, ya no sé cómo imaginar el infierno. Me cuesta trabajo imaginarlo sin materia. Cada vez que lidio no con absolutos sino con eternos, esta cabeza mía comienza a dar pasos en reversa. Y seguramente el infierno hoy en día ya no es considerado, en esa bonita religión Católica que tanto tengo en aprecio, como un mero sufrimiento del alma que se carga en vida. Tengo que preguntarle a gente que sepa de esto. O si es, como se dice, un lugar no muy distinto de la tierra pero donde no está Dios (y así vuelvo al tema que me ocupa), ¿por qué habría sufrimiento allí? Caray, muchos de los humanistas que hoy corren por el mundo (los que no aman a Dios sobre todas las cosas y que, se entiende, irán derechito a arder en el infierno) asumen de entrada, pues, que en la tierra misma tampoco está Dios. ¿Cómo, pues, sufre uno en el infierno? ¿Se sufre tanto como se sufre en la tierra? No parece, no, justo. El sufrimiento en la tierra es llevadero. ¿Se sufre más, entonces? ¿Acaso se sufre más porque, en el último momento, al agonizar, estos humanistas experimentan una verdad revelada y se percatan de que Dios sí existe y sí lo aman? No sólo lo aman, sino que lo aman sobre todas las cosas, con furia, con desesperación. Pero, en ese caso, ¿no deberían irse al derechito al cielo en lugar del infierno? Como me interesa mucho la electrodinámica, aproveché para leer otro cuento que viene en el mismo volumen de cuentos donde este cuento viene, se titula Lieserl y trata sobre Einstein.

Tuesday, November 11, 2008

A thing of pure nature

Hace unos días, como conté no hace mucho tiempo, estaba buscando imágenes de linchamientos en la red. Momento. Matizaré esto. No es precisamente así como sucedió. Lo que pasó fue: estaba viendo unas imágenes en la página de la Vanity Fair sobre momentos importantes en la historia de la fotografía periodística cuando di con una en la que se registraba el linchamiento organizado por miembros de ku klux klan; la imagen me recordó el final de The Night of the Living Dead en la que la bola de gringos locos que entran a matar a vivos y muertos vivientes por igual deciden colgar a un grupo de zombies de los árboles para dispararles y divertirse, mientras se contonean. "They are us, we are them", afirma la protagonista al ver esto. Y bueno, momento epifánico y todo eso. Total que mientras intentaba dar con el still de la película que contuviera esa escena, di, en lugar de ello, con esta imagen, el linchamiento de Big Mary:
Big Mary en realidad era un elefante macho. De acuerdo con lo que uno puede leer en la red sin hacer demasiada investigación, el elefante atropelló a unas ocho personas durante el paso del circo de la familia Nash por Tennesse, allá por 1916. La gente exigió su muerte. Yo de esto sabía -pero no sabía que era verdad- porque unos años atrás había leído un cuento de Glen David Gold, The Tears of Squonk and What Happened Thereafter, en el que se cuentan los eventos de aquella noche, cuando se necesitó de una grúa, ubicada en un deshuesadero de ferrocarriles, para colgar al elefante. No recuerdo muy bien el cuento, había una venganza de un payaso de por medio. Tomo mi McSweeney's Mammoth Treasury of Thrilling Tales del librero y copio el pasaje que ocurre momentos después de que la grúa comienza a elevar el cuerpo del elefante, un gran público rodeando la escena:
"An elephant is not meant to leave the ground, and the sight is sickening, a kind of rebuke to the natural order [...] There was a hush under the smoldering pan lights. Mary's stubby legs kicked in the air, and then, just once, after long moments, the eye startled wide in recognition of what was happening. The trunk sprang straight, a quick and disappointed half-strangling trumpet, and then she went limp".
Hay algo con los elefantes, lo sabemos; su capacidad de empatía, su memoria. Esa masa enorme que constituye su cuerpo y que parece contradecir sus gráciles modales. Todo esto me hace pensar en aquél extraño sentimiento de advertencia del ridículo de la verdad, cuando una noche, hace años, vi un capítulo de ER (Michael Crichton, q.e.p.d), en el que los doctores atendían de emergencia a un chango y, como ningún otro paciente humano lo había conseguido, éste les arrancaba unas lágrimas a los insensibles, sedados doctores, endurecidos a fuerza de ver crueldad, muerte y enfermedad diariamente. Años más tarde, vi la escena repetida en Nip/Tuck (una gorila que necesitaba aparearse en cautiverio tenía una cicatriz que la hacía menos atractiva para otras gorilas; le hacían cirugía plástica; había un momento conmovedor; los doctores, endurecidos por el botox, lloraban; la regresaban al cautiverio para que se apareara; el resto de los gorilas la mataban a golpes: la cicatriz había desaparecido, pero aparentemente los animales saben más cosas que nosotros). Por cierto, un amigo me contaba que a los pandas se les pone porno de pandas -hombres disfrazados de panda que simulan aparearse- para que puedan, pues, emocionarse y reproducirse. Tantas complejidades en este mundo natural que vibra con tanta artificialidad.
Y ahora, ¡un video!
Y unas líneas del cuento: "Just as there are intelligent, wicked men, there are intelligent, wicked elephants. A thing of pure nature is not by necessity a good thing".

Monday, November 10, 2008

Fragmento de convesación de la oficina

Nicolás: "Hace mucho que no leo el blog de Memo, ¿habrá algo interesante?"
Óscar con peinado de Leónidas: "Lo estoy leyendo ahora mismo y no hay nada interesante".

Friday, November 07, 2008

¡Interesantísimas anécdotas!

Estábamos hablando sobre cómo algunas mujeres no parecen saber lo que quieren en la vida cuando se me ocurrió soltar un muy espontáneo: "Yo he estado con mujeres que no parecen saber qué quieren de la vida, pero al final descubren que lo que no quieren soy yo". Todos rieron, yo lloré. Todo fue una confusión.

Vi a John Malkovich en la calle.

Las manos me huelen, aún, a hamburguesa.

Leo

...the absurd yearning embedded in our reverence toward art...

Viernes.

Hoy es viernes.

Tuesday, November 04, 2008

Cierta urgencia en el tono apocalíptico

...

Cierre de edición

Huele a gas, McCain va adelante (en algunos estados, no en todos, me dicen), se estrelló un avión en las calles de Pedregal y Paseo de la Reforma (por la Fuente de Petróleos, reportan los radios, leo en El Universal en una nota de hace veinte minutos) y cada que voy a abrir la puerta de la oficina, pues tocan, creo que al otro lado un hombre en gabardina esconde un arma. Generalmente es la recepcionista que trae invitaciones a galerías.
Por otro lado, cada que tiembla por un camión que pasa en la calle, seis pisos abajo, creo que se caerá el edificio.

Monday, November 03, 2008

Cierta exageración...

...en la introducción a Feeling Very Strange: The Slipstream Anthology, escrita por los editores John Kessel y James Patrick Kelly: "Scott Fitzgerald once wrote that 'the true test of a first-rate mind is the ability to hold two contradictory ideas at the same time and still function'. However, it is our fate to live in a time when it takes a first-rate mind just to get through the day".

Sunday, November 02, 2008

¿Qué tanto me aburro?

Me aburro tanto que no me levanto de la silla ni me animo a escribir la entrada en la que comparo la fotografía de un montón de blancos linchando a un grupo de negros que vi el otro día en la página de la Vanity Fair con el final de Night of the Living Dead -la de 1990. Del mismo modo, empecé a escribir sólo para borrar una entrada en la que contaba sobre un plátano rico en potasio que me comí anoche. Salgo a pasear con Refu, marco teléfonos al azar, intercambio palabras, me aburro, me aburro. Los infinitos fines de semanas de los solteros.

Los esfuerzos.

De la gente.