Wednesday, May 31, 2006

Kavka


La última vez que estuve en la habitación de Julián Zárate, en Mérida, me encontré con dos cosas: 1) con el número de The Believer de marzo que yo también tenía en mi habitación, de vuelta en el D.F., y con 2) que si uno dice "la última vez" antes de cualquier cosa, suena como si fuera una cosa que hiciéramos a menudo. En realidad no descubrí esto último la última vez que estuve en la habitación de mi amigo, sino la última vez que estuve paseando por los jardines de Versalles con otro par de amigos. Total, en el número de marzo de The Believer hay un artículo muy bueno de una persona que se llama Jeff Fort y que yo no había leído hasta hace poco. Es un artículo que trata sobre Kafka y su afán compartido con Walser por desapacer, mismo afán que ahora lo ha constituido una leyenda, casi una obligación por re-leer a Kafka. Yo no he leído todo Kafka. Algunos cuentos y el inicio de El desaparecido pero no lo suficiente como para decir que he leído bastante de Kafka. Si consultan este ensayo, y espero que lo hagan porque es una gran cosa (como ya me lo había advertido Julián), en la nota al pie número tres leerán cómo es que uno de los personajes de un cuento de Kafka, Gracchus, en realidad cifra el mismo nombre de su autor. Gracchus, en latín, es graculus, en italiano grachio, en alemán Dohle, en inglés jackdaw, en checo, kavka.
En español es corneja. Arriba, una fotografía de un hombre increíblemente similar a Zagal haciendo cetrería con una bonita corneja. Encontré la foto en www.cetreria.com

Tuesday, May 30, 2006

Los topos.

En algún lugar Enrique Vila-Matas hablaba de los topos literarios. No se necesita demasiada cabeza, por otro lado, para percatarse de que los túneles y lo subterráneo algo tiene que ver con lo oculto y lo inconciente. Así que bien. No hablaremos de eso. Mejor, escribiremos sobre Wisconsin y la primera mitad de la década de los noventas, cuando uno, yo, se encontraba en un campamento de verano en el que algunos chicos cazaban y mataban topos. El proceso era sencillo. Calentaban agua, luego vertían el agua ardiendo en una de las entradas de la madriguera, esperaban en la salida del otro lado de la madriguera, atrapaban al pobre topo, lo tomaban, lo aventaban al aire, esperaban a que aterrizara y se rompiera el cuello y eso era más o menos todo.

Tejón.

Sunday, May 28, 2006

Texto donde hablo sobre mi identidad.

Disfruto especialmente los textos autobiográficos, lo confieso. Aún más los que están bien escritos, con un lector en mente. Detesto las malas lecturas que buscan en los textos autobiográficos la partícula fría, el vacío, la "historia detrás de la historia", pues a menudo se le da mucha más importancia a estos pequeños agujeros a través de los cuales la gente cree que podrá encontrar algo más. Planeaba escribir sobre esto para una revista en la que pagan bien los textos y utilizaría las siguientes líneas de J.M. Coetzee como una especie de epígrafe: "La identidad no es un asunto puramente privado. No somos tan sólo nuestro yo secreto, somos también la caricatura que existe de nosotros en el espacio social".
Después, en el artículo que planeaba escribir, estaba decidido a emparentar los reality shows y las bitácoras electrónicas con la tradición en la que se insertan los testimonios hablados y escritos, las autobiografías y los diarios, las memorias. Afortunadamente, he decidido que ya no escribiré este texto. O bueno, uno nunca sabe.
Dejen les confieso algo: amo los textos autobiográficos y en ocasiones quiero más, enterarme, saber lo que la gente opina sobre las opiniones de las personas. Particularmente cuando se dicen con sensatez. Por esta razón las líneas de Coetzee me impactaron. Las leí en un texto donde criticaba a Sándor Marai, especialmente su Autobiografía de un burgués. No he leído este libro de Márai, pero en ¡Tierra, tierra! (una memoria que ahora leo un poco por encima del hombro, no puedo evitar hacerlo después del ruido que me han provocado las atinadas opiniones de Coetzee), di con las siguientes líneas: "La caricatura escondía a la persona que no podía o no se atrevía a mostrarse, puesto que uno no solamente es aquel que es, sino también su propia caricatura, invariablemente".
Cuando Coetzee escribió las líneas que copié al principio, afirmaba no haber leído aún ¡Tierra, tierra!, pues el libro aún no había sido traducido al inglés. ¿Pero no es sorprendente que ambos usen el término caricatura para referirse a la opinión que puedan tener los demás sobre nosotros mismos? Escribo esto después de ver Jarhead por segunda ocasión, una película basada en un libro autobiográfico, las memorias de un marine después de la Tormenta del Desierto. Como saben, hay un curioso montaje de escenas casi al principio de la película, donde se nos "impide" ver cómo fue que procrearon al protagonista, cómo eran las pláticas con su padre, también soldado, por las mañanas, en los desayunos; tampoco podemos ver las visitas al manicomio donde se encontraba su hermana, pero podemos ver cómo se acuesta con su novia, en su memoria (una novia que, claro, posteriormente lo dejaría). Y digo que son curiosas estas escenas supuestamente íntimas que no podemos ver, pues sin esos rápidos vistazos, se comprendería muy poco del personaje. Quiero decir algo con esto. No me cuesta trabajo pero hago como que me cuesta trabajo pues no me gusta dar la impresión, en la bitácora electrónica, de que escribo con confianza, de que hay algo detrás, y que eso se encuentra en la ascéptica voz que guarda datos en el diario que llevo a mano, nocturnariamente, en mi cuaderno Moleskine; una voz que, curiosamente, tampoco se acerca demasiado a mi verdadera identidad. Que, vamos, no existe para nadie. No en el sentido de absoluta privacidad.
¿Quién es ese monstruo que se guarda todo para sí?

Friday, May 26, 2006

La próxima actualización.

Será la número 300.

Envidia

Me da envidia que Lorena Mancilla, www.lorenamancilla.blogspot.com, haya ido a ver a los Flaming Lips en San Diego. Me da envidia que mucha gente esté dispuesta a invertir tiempo en aprender a poner los links sin necesidad de escribir la dirección completa en la página. Les debería dar envidia que me dieron la clase de ética en la preparatoria y que conozco aquella anécdota de Scheller en la que sus alumnos de ética, al saber que era una persona inmoral y desagradable, le preguntaron cómo podía dar esa clase, cómo se permitía a sí mismo impartir un credo en el que no creía, cómo era capaz de-- ¡Dios mío, presentarse como un profesor de ética! Scheller les diría, a estos perspicaces alumnos, que él no pretendía ser un ejemplo a seguir, sólo una especie de señalamiento de tráfico.
(Me dará envidia cuando alguien descubra que ésta no es una anécdota de Scheller sino, de, no sé, Schiller).

Y esto es todos los días...

Yo: Zagal, ya, ni te hagas, que eso sólo lo dices para llevarme la contraria.
Él: ¡Yo nunca llevo la contraria!
Yo: ...

Thursday, May 25, 2006

Convergencia

Hace varios, muchos años, un médico me introdujo una aguja en una uña para sacarme la sangre que se había acumulado porque, días atrás, me la había machucado con una puerta de squash. Una puerta de acero, madera y concreto. Es importante decir que fue hace varios muchos años, pues así no me da pena decir, no tanta, pues, que me dolió horrores y lloré proporcionalmente.
Bien. Así que ayer en la tarde, mientras buscaba un baño, me topé con dos amigos. A uno lo llamaré Mario y a la otra persona la llamaré Silvia, pues así se llaman. "¿A dónde van?", les pregunté. "A la enfermería, es que quiero que me revisen este dedo", me contestó Silvia. Vi su dedo. Y comprendí. Y les dije: "Pues yo voy al baño".
Ok. Entonces: uno de mis mayores miedos es que a mi novia, a quien llamaré Mariana, porque así se llama, un día le machuque uno de sus lindos deditos con la puerta de mi auto. Soy una de esas personas que le abren la puerta a su novia antes de que se suban. El hecho de que Mariana a menudo bromee con esto, haciendo como si la hubiera machucado, gritando como si tuviera los dedos prensados, me hacen considerar que ya no es tan buena idea abrirle y cerrarle la puerta cuando se sube a mi auto. Pero en fin. Supongo que es gracioso.
Total, que hoy leo en El Blog de Mariana (hay un link a la derecha), una amiga a quien llamaré Mariana porque así se llama, igual que mi novia, que se machucó el dedo en el coche de Julián, un amigo al que llamaré Raúl sólo para variarle un poco. Y pensé en todas estas cosas, en el golpe helado y eléctrico que le recorre a uno el brazo hasta la cabeza cuando se machuca un dedo. En la puerta del Squash. En mi novia y en el cuento de Juanito y el lobo, y en que, igual que Silvia, Mariana, mi amiga, tuvo que ir a la enfermería para revisarse su dedo. Pues bien. Supongo que esto constituye una especie de convergencia. Hoy hay una nueva en Mcsweeneys.net, veánla, está bien bonita.

Monday, May 22, 2006

Los recuerdos

Son muchos. Son pocos. Depende de la edad. Son buenos. Son malos. Depende de la persona. Son constantes. Son frágiles. Son espurios. Son como habitantes de un castillo construido bajo tierra, que se mueven libremente y nos hacen creer que nos llegan bajo nuestro mandato, cuando en ocasiones llegan por su propia cuenta, independientemente de lo que queramos o no recordar. Son dolorosos, a menudo, pero cuando se presentan de esa manera, como las películas de terror, no nos hacen tanto daño, así como no nos alegran necesariamente las ocasiones en que se nos presentan de manera alegre. Tal vez no son como habitantes de un castillo, sino como folios en carpetas, carpetas incompletas, carpetas rebosantes, carpetas que se rescataron de un incendio o de un submarino que se hundió en lo más profundo de las fosas marianas. Completamente enmohecidos, con ostras pegadas en los bahúles que los contienen. Tal vez no son como carpetas ni folios, sino como fotografías con múltiples pies de páginas. Los recuerdos llegan, ¿cómo llegan? No sé cómo llegan. Caminando, corriendo, cansados, trastornados, desfigurados, incapaces de reconocerse en el espejo. En ocasiones se quedan en la puerta de los sentidos, en ocasiones se quedan en el libro X, XI y XII de las Confesiones de San Agustín, en ocasiones se quedan en el inconciente, en los almacenes polvorosos de la memoria, en los anaqueles limpios y ordenados de la memoria, en el USB que llevamos a todos lados, en el cuaderno Moleskine, ligeramente engrandecidos y manipulados. Recuerdos prestados, también. Tomados de películas y anécdotas, de novelas y conversaciones que no debimos haber escuchado. De la radio. De la experiencia masificada. De lo que vemos con estos tremendos ojotes. No se llevan muy bien que digamos, los recuerdos en los cráteres de la memoria. Retozan en el lodazal, se golpean en la cabeza, se quitan el barro de los ojos --porque está lloviendo barro y granizo-- se muerden los brazos, los recuerdos, porque unos se llaman a sí mismos los recuerdos originales, otros también, pero son distintos. Así que se disputan la atención del recordante, que a menudo prefiere una tercera opción. Bonitos, los recuerdos.

Las confesiones

Es otra vez ese momento del día en el que me siento lo suficientemente satisfecho como para detenerme un momento, sólo unos minutos, en mi trabajo para poder escribir algo aquí, cualquier cosa, algo que me haga preguntar si tiene una relación directa o no con mi vida. Sin duda la tiene, en este momento --es la acción que me ocupa-- pero no la tendrá apenas la termine de escribir, al menos no como la tienen las anotaciones que hago en mi diario, que ahora escribo a mano, contrariando aquél excelente consejo sobre escribir a máquina para sentir una distancia, por mínima que sea, entre texto y autor.
¿Es tan buen consejo? Depende de lo que quieras, supongo. De cualquier forma, en la tinta hay distancia. Diría incluso que en la conversación, aunque considerablemente menor, hay distancia. Es más, en el pensamiento hay distancia.Sí lo ven, ¿no? Poco a poco me acerco a la paradoja del homúnculo, el representacionismo y todas esas inteligentes cosas que decimos cuando no sabemos realmente qué decir. Como ahora. Veamos si puedo cambiar de tema.
Me encanta la palabra "homúnculo". Y molusco. Y musculoso. Y omóplato. Y opúsculo. Y crepúsculo. Y me encantan los mariscos. No tanto su textura, tan similar a la del aguacate, como su sabor, especialmente cuando están bañados en salsa inglesa, un poco de tabasco y limón. Tal vez lo que realmente esté decidiendo es que los moluscos sólo me gustan bañados en alguna salsa. Confesión: de chico entraba a la alacena de mi casa, destapaba la salsa inglesa, vertía un poco en un vasito y me lo tragaba como si fuera un shot de tequila, haciendo arrrrrgh. Nueva confesión: lo que más me agrada de este último párrafo es que tuve que visitar los hondos senos de mi memoria para recuperar esta pequeña narración, y me gusta cómo se vive ahí, en esas bóvedas subterráneas, cálidas y húmedas, a veces iluminadas, a menudo olvidadas. Pero olvidadas de manera que uno al menos pueda recordar que hay algo ahí que quiere recordar, no olvidadas de manera que simplemente ya no están ahí.
Me pregunto qué sucedería si cayera en un suño hipnótico.

Thursday, May 18, 2006

Magritte, Witkin, besitos.


Dormir en los laureles de Beckett.

No se conecta. La maldita cosa no se conecta. Decide no conectarse, la maldita cosa. Es una maldita cosa, decido, porque no se conecta. Como observo que la maldita cosa decide no conectarse, advierto que le comienzo a atribuir algunas cualidades que evidentemente no posee. Las cualidades que evidentemente no puede poseer la maldita cosa, es la capacidad de decidir cosas, entre ellas, conectarse. La maldita cosa es una computadora que no decide, sólo ejecuta. Uno espera que ejecute. Entre las acciones que debería ejecutar la maldita cosa está la de conectarse, no como uno se conecta a otras personas, no, al menos no de manera idéntica, sino análoga; lo que queremos que ejecute la maldita cosa, bajo nuestro mandato, es una conexión a internet. Pero la maldita cosa parece decidir no conectarse, como si estuviera malhumorada. Finalmente se conecta. Finalmente puedo dejar de escribir. Finalmente puedo subir algo al blog. Me estoy durmiendo en mis laureles.

Fragmento de conversación.

Entre la voz que llevo dentro y yo:

Voz que llevo dentro: Ay sí, ahora cualquier pendejo puede ganar un concurso de cuento.
Yo: No soy ningún pendejo. Y yo sí. Sé. Qué. Pedo.

Wednesday, May 17, 2006

Anécdota de baño público.

Así que el otro día me encontraba en un baño público. ¿Conocen este concepto? ¿"Baño"? ¿"Público"? Por supuesto que lo conocen, es donde muchas personas orinan, defecan y se lavan las manos al mismo tiempo. No sé ni por qué estoy preguntando, es de lo más común encontrarse en un baño público, a lado de una persona mientras, si eres hombre o una mujer muy extraña, estás orinando de pie. A menudo haces esto con la vista puesta en el horizonte. En otras ocasiones no, estás viendo directamente hacia abajo, pensando en las distintas maneras en que la frase "El futuro del mundo está en tus manos" puede ser interpretada.
Total que el día del que estoy hablando salí del baño cuando una persona que se estaba lavando las manos me gritó: "¡Las manos!" El grito alargaba la última sílaba. ¿Fue pena? ¿Fue reconocer que esta persona tenía razón, que estaba a cargo de un buen argumento sanitario? ¿Una escondida ironía? No lo sé, pero fue algo en este grito y en esta persona lo que me obligó a regresar al baño, abrir la llave, lavarme las manos mientras asentía y le decía: "Tienes razón, tienes razón".
Soy como cualquier otro. En ocasiones, cuando salgo del baño apurado, no me lavo las manos, no me lavo los dientes después de comer, me ruborizo cuando me halagan, veo hacia abajo cuando me regañan. Este hombre lo sabía. Y por eso, cuando le dije que tenía razón me vio con cara de que por supuesto que tenía razón, y añadió: "Uno nunca sabe, después uno se toca los ojos, come algo... en fin". Le iba a decir que sí, que tenía razón, que, coincidentemente, estaba enfermo del estómago. Pero no le dije nada de esto, terminé de lavarme las manos y sin secármelas salí.
Y ya, es la última anécdota de baño público que tengo.

Taxi driver

Hoy que salí de la regadera y me vi en el espejo de cuerpo completo que tengo en mi cuarto (en esta ocasión lo hice ya que estaba completamente vestido) me encontré muy atractivo. Me sonreí y como quien no quiere la cosa me dije a mí mismo "Hola tigre". Después, me acerqué y noté que la expresión que puse, en el espejo, fue una ligera desazón, como si no diera por todo del cierto que esto tuviera algo que ver conmigo, ¿saben?, como cuando alguien les está hablando y sospechan que realmente no les están hablando a ustedes sino a la persona inmediata a nosotros, una persona que uno pensaría es mucho más atractiva que nosotros --pero no, realmente me estaba diciendo esto a mí mismo y realmente me estaba acercando con intenciones no del todo claras. Además, no había nadie más ahí, no había posibilidad de que le estuviera hablando a alguien más. Total que cuando me acerqué al reflejo que había encontrado tan atractivo me di cuenta de lo que sucedería a continuación --pero esto ya no se los platicaré, porque un caballero no tiene memoria.

Monday, May 15, 2006

Enfermedad para los enfermos.

Alegría para los alegres: hoy recibí el nuevo número del McSweeney's Quarterly Concern que viene en una caja para habanos y que cuando se agita suena a como si un montón de piezas sueltas se movieran en su interior. Esto es verdad. También es verdad que no he leído completa ninguna de las revistas que me llegaron con anterioridad, desde el número 17, me parece. Lo cual es difícil de comprender y triste a la vez. El tiempo se escapa o simplemente comienzo a perder interés. De cualquier forma, a esta grata alegría de recibir un nuevo paquete en el correo --cosa que debería alegrar a cualquiera, a menos que seas un inspector de sanidad o Kafka-- también recibí malestares estomacales. No todo es bueno en mi vida.

Catálogo magistral.

Hay maestros que ridiculizan a sus alumnos y maestros que son importantes en la formación no sólo académica sino afectiva, sentimental y vital de sus alumnos. Estos últimos son buenos maestros. Los otros son unos hijos de puta. Hay maestros de bricolaje y albañilería. Les llaman maestros. Hay maestros de música, de jabalina, de cetrería, de filosofía, de buceo, de matemáticas, de literatura. Hay maestros que visten muy mal, que llevan la misma corbata una y otra vez, con obstinación, al salón de clases; maestros que se manchan de gis las manos y el traje. Hay maestros a quienes no se les obliga vestir de manera tan formal ante sus alumnos y a quienes se les permite usar chanclas y guayaberas, dependiendo del clima. Hay maestros hippies que en lugar de enseñar geometría enseñan el juego de las formas y las estatuas a sus alumnos --alumnos que usualmente terminan siendo artistas o algo igualmente frustrado. Hay maestros terribles, maliciosos, que se acuestan con sus alumnas; hay maestros atormentados por sus jóvenes figuras y la incapacidad de acercarse a ellas. Hay maestros a quienes les llaman por las noches para pedirles ayuda. Hay maestros que quisieran ya no contestar, tener su propia vida, ser dejados en paz, pero que contestan, con un fuerte sentido de moralidad. Hay maestros de karate y maestros de judo, hay maestros de baseball y gramática que les enseñan a sus alumnos a valerse por sí mismos. Hay maestros de los que siempre nos acordamos y maestros que pasan por nuestra vida como si fueran una voz que a menudo confundimos con la nuestra. Hay maestros que nos acomodan bajo sus alas y maestros que arrojan a sus aguiluchos hacia el peñasco, para que aprendan a volar, alertas para rescatarlos en el último momento.

Thursday, May 11, 2006

Replicante 7 a la venta.


Con textos de: varias personas. Algunas de las cuales: conozco. Lo cual significa: que somos famosos.

Tuesday, May 09, 2006

Ya, ya, ya.

Siento como si estuviera embarazado de siete meses de mi segundo hijo. Quiero decir: sé que el sentimiento se me pasará pronto y que tendré nuevas y mayores alegrías, pero sólo sé esto porque ya me ha pasado antes y porque seguramente me pasará de nuevo. Quiero decir: siento calor, un fuerte dolor de cabeza y un hartazgo rutinario. Quiero decir: siento pataditas en el vientre y bochornos.
Yo no sé. Yo sólo quiero irme a vivir a la playa. Hace un par de noches estuve a punto de borrar el blog, en su totalidad, para nunca volverlo a abrir, pero ya se ve que no puedo parar.

Estoy harto.

De la bitácora electrónica.

Monday, May 08, 2006

Qué decir. Cómo decirlo.

Te ponen un casco de fútbol americano y te comienzan a golpear manos anónimas y te preguntas precisamente qué es lo que haces ahí, por qué te aferras a los últimos momentos y a los últimos tragos, pues en dos horas, en menos de dos horas, deberás levantarte de la cama del hotel en el que te estás quedando con tus padres para dirigirte al aeropuerto, solo, y tomar el avión de regreso al D.F.
En el avión: a) Dormirás con la boca abierta. b) Apestarás a alcohol. c) No desayunarás. d) Te darás cuenta de que en el hotel olvidaste: 1) Las guayaberas que te encargaron. 2) El libro de San Agustín de la biblioteca que sacaste. 3) Tu diario que estrenaste esa misma tarde, en uno de tus cuadernos Moleskine.
Cuando te quitas el casco tu amigo Julián y sus amigos dirán cosas confusas como Ya, ya párenle y cosas como ¿Estás bien? Y supondrás que estarás bien y fingirás un momento de la mejor manera y pensarás --Dios mío, estas personas, estas personas están aquí y están felices de estar las unas con las otras y mírenlas Dios mío, vean esos fuertes lazos que los unen, vean lo borrachos que estamos...-- y correrás al baño y orinarás y deseando no hacerlo te verás en el espejo y llorarás calladamente pues, a pesar de que sabes que sabrán, no querrás, en ese preciso momento, que te escuchen llorar, ni te que te vean llorar, así que esperarás un momento para recobrar la compostura y te preguntarás por qué siempre que bebes lloras y te preocupará un momento, pero no entonces, sino más tarde cuando escribas al respecto. Entonces: terminas de orinar, te lavas las lágrimas, sales y te sientas con los demás y procuras no hablar porque sabes que si lo haces tu voz sonará débil y alguien te dirá Guillermo, parece que el alcohol se te está saliendo por los ojos. Pensarás: carajo. Pensarás: jaja. Moverás: la mano y te quitarás la lágrima y saldrás a la calle porque, dices, el calor está horrible adentro, y es verdad pero afuera esperarás el momento ideal para pedirle a alguien que te lleve de vuelta a tu hotel.
Pensarás que esa tarde Julián te llevó a comer mariscos y te habló del puerto de Progreso, donde se quedó Zagal hace tiempo y fantasearás con quedarte una semana en alguna casa de ese puerto, rentado, como lo hace Hand en You shall know our velocity en una casa de Islandia. Pensarás en la ciénaga. Pensarás en que no hay palmeras en el puerto por el huracán y por lo que Julián te explicó sobre la plaga del Amarillamiento letal. Pensarás en la palabra amistad. Pensarás en los libros de Julián y en el sol rojo de aquella tarde y en su madre y en su hermana y en su perra Dora, a quien no conocías. También pensarás en el calor y en el sudor y en la arena blanca y en cómo se atascó un momento el auto en ella y en cómo no entiendes cuando los yucatecos hablan demasiado rápido y en cómo no entiendes tantas otras cosas y en el riesgo que tomarás más tarde, el mismo domingo, y casi lunes, al escribir sobre estas cosas sin pensar antes en qué decir ni en cómo decirlo.

Thursday, May 04, 2006

Algunas cosas que he descubierto y que he recuperado.

1. Un cariño desbordante por los ingenieros en sistemas que usan metáforas como: "Sí, mira, has de cuenta que sobre este escritorio --y golpea el escritorio de madera-- tomaste todas tus 'carpetas' y las aventaste y se desparramaron los 'documentos'".
2. Mis documentos.
3. La confianza en el universo.

Tuesday, May 02, 2006

Algunas cosas que probablemente he perdido para siempre.

1. El inicio de una novela que titularía El instituto Norfolk.
2. La versión más actualizada de una novela que titulé Cetrería.
3. Un libro de cuentos que titulé Las nubes crecen como montañas (en el fondo, agradezco esta pérdida).
4. Una memoria que titulé Pedaleando cuesta bajo (ciertamente estoy agradecido por esta pérdida).
5. Como cincuenta cuartillas de minificciones.
6. Varios ensayos cuya pérdida no me lastima demasiado, excepto por tres ("La responsabilidad del escritor: Roberto Bolaño y Sergio Pitol", "La vida afectiva del escritor" y "La humildad del escritor").
7. Dos fotografías de mi novia en versión digital.
8. Una fotografía de Refu en versión digital.
9. Algunas convergencias que planeba subir a esta bitácora.
10. Mi diario.
12. La confianza en las computadoras.