Monday, July 31, 2006

Taquicardia

Así que voy en un taxi y comienzo a experimentar un latido constante y acelerado, el mío. No, mentira. En realidad no voy en taxi, sólo quería usar alguna palabra con la misma raíz, como taquigrafía, porque son estas las palabras que me vienen a la mente cuando comienzo a sentir ese golpe en el pecho, la sensación de estar en un antro donde ponen drum and bass, o donde la música no para, digamos en un calaboso sado maso o en una fiesta con luces estroboscópicas, chicos con gel a lo Gokú girando sus barras de neón verde. Me suda la nariz como cuando me enchilo, me arden los ojos (pero tal vez eso se deba al aire acondicionado), me siento débil, como si hubiera corrido cuesta arriba durante una media hora o como si tuviera a Refu corriendo como la chingada, dentro. ¿Como cuando estamos a punto de chocar?, sí. ¿Como cuando estás a punto de pelearte con alguien?, supongo. ¿Como cuando te informan que te ganaste la lotería? Más o menos así. Sólo que la emoción no se te pasa y sabes que no está bien, carajo. ¡Mi corazón! ¡Va a estallar! ¡Ah! ¡Y no quiero ver al cardiólogo!
Dejaré de beber café.

Replicante 9 --después de esta, que es la 8.

Friday, July 28, 2006

La necesidad de ser sincero

Acabo de leer en la red que Leonard Woolf, de quien "subí", lo que se dice subir, una imagen hace unos días, tachó de los diarios de su mujer, Virginia, todo aquello que no tenía que ver con su labor de escritora. Leí esto en una reseña sobre un libro de Alan Pauls que habla sobre los diarios. Entiendo que el libro es una especie de compilación de extractos de diarios. La reseñista, cuyo nombre no registré pero que escribió para La Jornada, un periódico que no leo, confesaba que cuando tuvo primera noticia sobre esto, odió a Leonard. Después lo pensó mejor, como suele suceder, y racionalizó el asunto: en efecto, se pregunta, ¿quién puede estar en disposición de leer el diario de una persona que se dedica a llevarlo por un periodo mayor de diez, veinte años? Los diarios de Virginia Woolf son cinco tomos, creo.
Ayer releí la reseña que Christopher Domínguez Michael hizo de la reedición de Memorias de ultratumba en un viejo número de Letras Libres. La edición de Acantilado supuestamente es la primera que se presenta completa en español (Domínguez Michael hace ver que prescinde de algunos apéndices). Recuerdo que después de leer esta reseña compré las Memorias... Obviamente, no las he terminado. Pero lo que quería contar era cómo Domínguez Michael confieza, en la reseña, que se trata ésta de la segunda ocasión en la que falla por reseñar la enorme obra de Chautebraind, que ha dejado múltiples notas sin usar, así que al final cae en esa trampa "tan común del escritor latinoamericano". Más o menos así lo pone. Y esa trampa, afirma, es la de enumerar y enlistar. A continuación, en la reseña, enumera los tópicos que quiso haber tocado pero que fue incapaz de hacer, debido al espacio limitado.
Pero, como que no es tan grave, ¿o sí?

Tedio, mi oscuro hermano gemelo.

He estado pensando en algunas cosas sin invertir demasiado tiempo. Creo que sólo he estado pensando en estas cosas, los gestos y su aparente inmortalidad y transmisión aparentemente contagiosa, para escribir algo en la bitácora. Pues no me quiero detener. He estado pensando en el viejo truco de "estirarse y bostezar" para abrazar a la chica que está junto a ti, como quien no quiere la cosa. En el sonido de "me he refrescado" que viene justo después de tomar una bebida fría. En el llevar la mano a la cabeza en gesto de estar pensando. Rascarse la cabeza en signo de no saber de lo que se está hablando. En entrecerrar los ojos para señalar nuestro descontento y próxima venganza.
Ahora, ¿qué les voy a contar? Escribiré sobre cómo fui al banco y un hombre que estaba haciendo una transacción le preguntaba a la persona que la relizaba por él si conocía a la chica que atendía --una güerita, ¿no? ¿No la conoces? Muy guapa. Bonita. Me gustaba, ¿sabes? Y entonces el que le atiende hace cara de que lo recuerda y le dice ¡Claro! Muy guapa. Uf, tenía un cuerpazo. Ya no trabaja aquí. Vivía bien lejos, por Aragón. Y el otro: Tuve una novia que vivía hasta allá. ¿Sabes?, nunca la vi parada, a la güerita, sólo sentada. Etcétera. El hombre vestía camisa caqui con pantalones y zapatos cafés. Tenía unas cuantas canas pero cara de niño y cuando se paraba cruzaba las piernas como a veces lo hago yo, como si estuviera haciendo changuitos con los dedos, como un signo de interrogación. Me molestó descubrir también que a unos pasos de mí un muchacho que estaba esperando su turno era, físicamente, a no ser por unos centímetros más de altura, casi idéntico a mí. Y no sólo físicamente, sino también en su modo de actuar y vestir, tan deliberadamente despreocupado. Pensé en la palabra sosias. Pensé en la frase mi oscuro hermano gemelo. Y en la sensación de que no hay manera de dar con la novedad.
Al menos hoy estoy aburrido de escribir. Pero no puedo hacer nada al respecto. Me alegraré, eso es lo haré. Pues fui al banco para depositarle algo de dinero a mi hermana, quien viajará fuera y podrá traerme, finalmente End of I.

Thursday, July 27, 2006

Eukanuba

Les mantendré informados sobre mis últimos descubrimientos gastronómicos. Los "premios" que vende Eukanuba (es un empaque rosa, del tamaño de una lonchera) saben mucho mejor que el Pro-Plan de pollo. No deja el sabor por demasiado tiempo y son del tamaño de un chocolate, digamos de una tableta de Toblerone. Aún así, como el Pro-plan, tiene ese textura de tierra.

Nutrición

Hace poco cometí un error. Estaba en el no muy difícil proceso de alimentar a mi perra cuando se me ocurrió una idea que seguramente le ha pasado por más de una ocasión a varios de ustedes, especialmente a quienes tienen una mascota. ¿A qué sabrá el alimento de mi perra?, me pregunté. Mi perra come croquetas Pro-plan, ya sean de sabor a pollo o a carne. Sin embargo, esta pregunta también me pasó alguna vez por la mente cuando observé cómo, años atrás, alimentábamos a un samuyedo que teníamos con los restos de la comida, o cuando en casas de personas extrañas le daban alimento de gato a sus gatos --esa sustancia gelatinosa, con trozos de carne con textura similar al paté, ¿a qué sabrá?
Así que, ¿saben qué hice? Me quité la curiosidad y comencé a masticar una de las croquetas de mi perra. El sabor a pollo concentrado era increíblemente concentrado y comprendí de golpe por qué el hocico de Refue apesta como apesta. Pasé el resto del día dándole lenguetazos a mis muelas para eliminar los residuos y tomando mucha agua.

Sunday, July 23, 2006

La supremacía del labrador


Desde tiempos inmemoriales se ha disputado una cruenta batalla que ha costado vidas e infraestructura de varios países (la mayoría olvidados). La pelea y los horrores de la guerra han hecho incluso que se haya olvidado por qué se pelea: para definir, de una vez por todas, cuál es el perro más bellos, si el labrador o el cocker spaniel inglés.
Arriba, Leonard Woolf con Pinka, el cocker spaniel inglés que inspiraría una de dos biografías escritas por Virginia Woolf, a saber, Flush. (Virginia se alegró mucho al principio, cuando le regalaron el perro, pero pronto su alma sensible advirtió los peligros de estar cerca de un cocker spaniel inglés y se lo relegó a su marido a quien, evidentemente, no quería demasiado). Debo decir que yo soy partidiario de aquellos que afirman y luchan el derecho a afirmar que el cocker spaniel inglés, ante el labrador, es más bien poca cosa. Debo decir, también, sobre los peligros de tener un cocker spaniel inglés. Los cocker spaniel inglés disfrutan mucho de retozar sobre la mierda de otros animales. También: una de sus más distinguidas dueñas, Virginia Woolf, se suicidó en un río. Creo que eso dice bastante.
Los labradores son perros. Perros de verdad. Perros que corren con la lengua de fuera y lo hacen con velocidad. Perros que merecen que se les componga una canción y que aparezcan en fanzines o que protagonicen novelas como Timbuctú o cuentos, buenos cuentos, como el que escribió Dave Eggers, quien aparece aquí abajo.


Thursday, July 20, 2006

¡Fiesta!

Esta fin de semana se va a celebrar la evanescente juventud en una bella playa de Mérida Yucatán. Habrá cervezas, mujeres, hombres, adolescentes, onda groove, carne morena y roja, sol, comida, buena música y una disposición general a pasarla en grande. Invitan amigos. Invita Primer Frente, El Inquilino, Gruñón (que es como una disquera) y algunas otras personas que no conozco.
Por supuesto, voy a faltar.

Otra actualización escrita por inercia.

Llevo un día sin escribir en la bitácora electrónica lo cual explica a la perfección que ahora no pueda decidirme sobre qué escribir. El problema no es escribir, por supuesto, sino entregar, asumiendo que hay quien lo reciba, un texto interesante y lleno de frases que los obliguen a levantar las cejas o a sentir que, al menos durante su lectura, ustedes, lectores, son menos, pero como un sentimiento envuelto en la certidumbre de que apenas terminen de leer estas frases se sentirán mejor consigo mismos, muy concientes de sus propias capacidades y mis propias limitaciones.
¿Lo sienten?
Quería escribir sobre revistas, sobre cómo la primer Celeste que compré fue la número siete y de cómo siempre que la compro me siento embaucado y de cómo este sentimiento se esfumó cuando comenzaron a pegar los suplementos Celeste sucks!, No ficción y ahora Damas Chinas, este último editado por Bellatín y Phillipe Ollé-Laprune. Estos suplementos son bellos y pequeños, como del tamaño de El Inquilino (el primer número de El Inquilino también apareció como suplemento de El polemista). También iba a escribir sobre cómo no me han llegado los tres primeros números de McSweeneys, que pedí hace tiempo. O de cómo ya salió el nuevo número, el 20, y que seguramente pronto estará en mis manos. Y que también, leí, acabo de leer, pues estoy conectado a la red y a todos ustedes, que el número 21 de McSweeneys publicará poesía, algo que nunca habían hecho, y algo sobre el Oulipo --eso tampoco lo habían hecho antes.
Pero las revistas. Dios. Las revistas me hacen sentir que estoy perdiendo el tiempo. No sé por qué. Granta me hace sentir que estoy perdiendo el tiempo. Etiqueta negra también. Wallpaper, Adbusters, igual. (Paréntesis) no me provocaba eso, ni, cuando la compré por primera vez, Letras libres o La Tempestad. El primer número de Picnic y el de Replicante me los leí de un tirón, ahora me cuesta trabajo. No sé qué está pasando con mi vida, no sé a dónde están yendo todos mis esfuerzos y mis ganas o mis deseos de tragarlo todo. ¿Me pasará lo mismo con los libros? Veo que con las películas comienza a pasarme. Estoy cansado. Siento que ya no tengo tiempo.
Tengo muchas ganas de no publicar esta actualización, de retractarme. Decir que pronto estará en las librerías Cuaderno salmón, otra revista, y que esto es bueno. O que debe ser bueno.
Es mala idea escuchar rock cuando estás escribiendo.

Tuesday, July 18, 2006

Nueva convergencia



Arriba una imagen de The Shining, abajo parte de la campaña para Versace hecha por Luchford en 1997 (creo que era para Versace, tal vez era Armani, total, alguno de esos siniestros italianos).
Curiosamente, en la primera convergencia que subí, la de Marat, también involucraba a Nicholson.

Monday, July 17, 2006

¿Cómo debo yo sentir?

Me gusta escribir sobre lo que leo. Soy una especie de fanático del name dropping. Claro que hay mejores maneras de hacerlo. Claro que esto revela que no tengo demasiado que decir, que, como escribiera Kunkel en su ensayo sobre Coetzee, estoy sujeto al demoramiento. Me cuesta trabajo escribir como si supiera hacerlo desde hace años. Lo que se lee aquí es apenas mi educación.
En su De la utilidad de los estudios históricos (la segunda intempestiva), Nietzsche escribe: "No poseemos absolutamente nada. Sólo atiborrándonos hasta la indigestión de las épocas ajenas, de las costumbres, de las artes, de las filosofías, de las religiones, de conocimientos que no son los nuestros, conseguimos ser algo que merezca la atención, es decir, enciclopedias ambulantes".
Ni siquiera soy una buena enciclopedia ambulante. No poseo siquiera la fortaleza suficiente para sumergirme en los libros, de pasar horas en el cubículo, de hartarme del estudio. Sólo disfruto la sensación de que todo lo que experimento ha sido experimentado ya, descrito ya, dicho ya. ¿Por los demás? Sí. ¿En otras épocas? También, pero sobretodo por mi, en algún otro momento de mi vida o de la semana. Pero me gusta. Y seguiré haciéndolo. Tal vez en algún momento supere el mero disfrute.

Un cuarto propio

Tenía la intención de leer Al faro, Orlando y Un cuarto propio casi inmediatamente después de terminar La Sra. Dalloway que terminé, me parece, hace como semana y media, seguramente menos. Por supuesto, en lugar de comenzar con Al faro (el único libro que tenía intención de leer en un principio por razones que en realidad no son razones --como el fracaso de conocer la casa de Grimaldi la última vez que estuve en Europa, o la impresión que me causó la portada de Elsinore: un cuaderno de Elizondo, que trae un faro en la portada y debajo una anotación a lápiz que dice ¡Al faro!, o que el otro día vi en la televisión un programa sobre personas que viven en faros, o por la nueva librería del FCE que me recuerda, no sé por qué, la estructura de un faro) comencé, en fin, con La Sra. Dalloway, en un estricto sentido cronológico.
Bien. Si siguen leyendo, verán que soy una persona que lee mucho o que cree que lee mucho. A veces, incluso, me comporto como una persona dispuesta a tumbarse todos los libros que le resulten interesantes y con los que se tope en su camino, casi como si fuera una venganza. Entonces, ya. Están advertidos. Esa es la actitud.
El fin de semana lo pasé en Tepoztlán en casa del amigo de un amigo cerca de una casa a la que, escuché, Bolaño asistía de vez en cuando. La casa en la que me quedé era bonita y el clima agradable, había libros viejos casi por todos lados y me dieron un cuarto para mí solo, independiente de la casa. En los cajones del cuarto que me asignaron encontré más libros. Pensé en robarme alguno pero al final no me animé, como una especie de homenaje a Bolaño. Antes de dormir, tuve que matar dos alacranes negros y una araña. En esa habitación leí, por la noche, parte del Diario de Gombrowicz (uno de los libros que había dejado y que retomé y que entorpecieron mi lectura de Woolf) y escribí un poco. También le eché un ojo a Los cuadernos de Juan Rulfo, uno de los libros que estaban en la casa, pero me deprimió un poco. Por supuesto, estando ahí, escuchando los insectos afuera y un grupo de adolescentes gritando y chapoteando en una alberca vecina --era plena madrugada-- pensé que la mejor lectura hubiera sido Un cuarto propio. Deseé haber leído ya Al faro y Orlando para que durante el fin de semana, en esa habitación (¡La habitación del poeta! ¡De Robert Walser! ¡Ese hubiera sido otra buena lectura!) pudiera haber leído el texto de Woolf.
Coincidentemente, al día siguiente o durante la cena de la misma noche, todo es confuso, nuestro anfitrión recordó, a raíz de mi nombre, unas líneas de Orlando, donde se hace un brindis en honor a Shakespeare y que ha de ir algo así como: "Bill, tú estás en la cresta de la ola". Siempre me resulta, no sé por qué, terrible la manera en que a pesar de que quieres pasar el fin de semana exclusivamente con Amos Oz, Gombrowicz y Walser, otros jodidos libros se te meten en la cabeza, libros densos y terribles y que te persiguen, como los de Woolf. Buenos libros. ¿Quién le teme a Virginia Woolf?

Friday, July 14, 2006

El dromómano

Desde que no tengo auto (¡dos días!), me ha interesado mucho el caminar. Camino a mi baño, a la cocina, a la universidad, con la perra, con libros, con mi voz continua en mi cabeza. Robert Walser, un gran caminador, alguna vez partió de Berna a las dos de la mañana y llegó a Thonon a las seis. Ahí todavía caminó más. Frente a un río comió una lata de sardinas, pan y agua. Se sobó los pies y regresó, a la media noche, a Berna. Walser caminaba cuando ya no sabía qué escribir. Alguna vez le recomendaron, los editores de los periódicos para los que esporádicamente escribía, que dejara de hacerlo por unos meses. La última vez que se lo recomendaron, dejó de escribir definitivamente. ¿Qué tipo de libro habría escrito si después de sus veintitrés, o fueron veinticinco, años en el sanatorio de Herisau hubiera decidido escribir? En Herisau, caminaba diario.
Aquí abajo otro dromómano, Bruce Chatwin, en uno de sus paseos. En su legendario viaje en la Patagonia, cuando se encaminaba hacia una misión donde había un sacerdote antropológo, o siguiendo la pista de la historia de Buch Cassady, no sé, unos aldeanos le preguntaron si sabía andar a caballo. "Sí", contestó. "¿Y por qué no lleva caballo? La gente de aquí no confía en la que gente que no lleva caballo." Chatwin contestó que confiaba más en sus propias piernas. Yo sospecho que sólo quería presumir su piernón loco. ¿Ya checaron esas pantorrillas?

Todos los días yo.

Desde hace días he procurado anotar en este espacio cosas interesantes, fragmentos de mi vida sacadas un poco fuera de contexto para darles aunque sea un ligero pincelazo del tono de la opinión, el artículo, el texto de interés. La verdad es que todo ha sido con la intención de formar una mayor comprensión de mí mismo, una idea más clara de mi persona, de la misma forma en la que, aunque con mayor intensidad, lo hago en mi diario. De forma probablemente no intencional esto ha sido una respuesta a las recomendaciones veladas de amigos y conocidos, especialmente de Héctor Zagal. Porque, Zagal, deja te digo, no se me escapa que debería tener cosas más interesantes que decir. Me encantaría viajar por el mundo para palparlo, verlo y saborearlo de primera lengua. Hasta ahora, esa existencia no me ha sido concedida. Debería estudiar más, sí. Excepto que cuando llego a hacerlo, contar sobre las cosas interesantes que leo siempre me resulta una impostura pues invariablemente lo hago como si poco tuvieran que ver conmigo.
Sólo que todo tiene que ver conmigo. El trabajo que realizo contigo, Zagal. Los ratos invaluables que paso contigo, Mariana. Las lecturas que hago a partir de ti, librero. La convivencia diaria que sostenemos, familia. Los paseos aparentemente insípidos y sin interés que realizamos, Refu. Las pláticas que sostenemos, Adriana. Los proyectos y los tragos, David. Las bromas, Óscar. Los proyectos menguantes, Julián y Mariana. Esta bitácora, lector. El pasillo, Ross, Piú, Salazar, Vicente y Vicente. La amistad de años, Rodrigo y Gino. La amistad de distancia, Julián. Este es mi mundo más inmediato. Fingir una distancia, aunque puede ser sano, aunque a veces sea prudente, siempre me suena a disfraz.
Todo esto me suena a justificación para algo. Parece que estoy a punto de escribir exclusivamente sobre mi vida cotidiana. Es decir, sobre mi vida. Los ratos que paso en la cama. Frente al televisor. En el tráfico. Comiendo. En el baño. Esto, claro, no será novedad. ¿Me gustaría ser un soldado para fungir como una especie de corresponsal de guerra literario? ¿Me gustaría estar enfermo de algo que me brinde una distinción en particular? ¿Viajar a la luna, a la Patagonia, a la India o en el metro? ¿Ser "un hombre de mi siglo"? ¿Por qué me parece tan importante todo esto? Tal vez sospecho, en el fondo, que mi vida no es tan interesante como podría serlo. Me voy a organizar un viaje, es lo que voy a hacer. O le escribiré a Luis, mi primo que estuvo reparando helicópteros en Irak. O comenzaré a comportarme como poeta. Aunque probablemente eso me servirá será sólo para mi ficción. Pero, y con esto, con lo diario, ¿qué hago? No veo manera.
Cosas que debo hacer hoy: terminar un trabajo para Zagal, ir por mi coche a la agencia, comer con mi familia, regresar al trabajo, tal vez asistir a una reunión con Mariana, aliviarme el dolor de espalda, leer, dormir.

Wednesday, July 12, 2006

Crítica

Aquí yace Bayard a quien nadie le hizo caso. Todo es terrible. Los críticos son malos. Hagan de cuenta que es un ahogado que se hincha en un río y que sólo entonces llama algo de atención.

Reinterpretación de Witkin.

Zizou


"He is the Zizou".

Tuesday, July 11, 2006

Mi bitácora electrónica

En ocasiones veo esto, mi bitácora electrónica que lleva el nombre Cetrería, y pienso, Dios mío, ¿qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy haciendo esto, carajo?, me pregunto. No tengo respuestas para estas preguntas. Sólo un gesto bovino y que parece eterno, lo sufro por las noches, ante el parpadeante, indiferente monitor. Pongo un cara de pasmo intrigoso que parece de piedra.
Nada. Tranquilo. Se te va a pasar, me digo. No pasa nada. Tú tranquilo. Escribe sobre esto, sobre cómo te sientes, así se te va a pasar. Esta especie de dolor indefinible, no es nada, es algo que a veces te asalta y que no debes cuestionar demasiado. Muéstralo. Esta es la virtud de tu siglo: la transparencia. Haz de esta virtud tu sino. No pasará a mayores, tú tranquilo, me digo.
Bien, eso es sufiente. La descarga diaria de palabras basta para una jornada más. Al día siguiente todo es alegría y felicidad. No habrá mucho humor pero habrá algo de paz y descanso. Me encantaría decir algo gracioso, algo que no hiciera pensar a la gente ni preguntarse por su bienestar o el mío. Cualquier cosa. Algo de actualidad, en boca de todos. No se me ocurre nada. Mañana diré algo, seguro.

Dejen les cuento un poco sobre mi trabajo

Si me dispongo a creerlo, mi trabajo puede llegar a ser divertido. Por ejemplo, gran parte de mis labores consisten en adivinar lo que mi jefe está pensando. Me he vuelto algo así como un experto.
El proceso es más o menos así. Sostenemos residuos de una conversación:
--¿Tú crees que...?
--Sí.
--¿Entonces?
--Tú decide.
Y luego decido. ¿Lo ven? Divertido.

Sunday, July 09, 2006

Italia y Francia

Me cayeron algunos dineros así que decidí romper la promesa que me había hecho sobre no gastar más en libros durante este mes. Así que compré La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, un libro que un amigo, Benjamón González, me había recomendado desde hace mucho tiempo. Hace varios meses. Me dijo que quedaba uno en Gandhi. Pensé que como ya habían pasado tantos meses pues habrían llegado más. Fui. Y compré el único que quedaba. También compré uno de Walser y uno de Adorno, pero no les voy a contar de eso.
Les contaré, en cambio, que mientras la final del mundial de fútbol se estaba llevando a cabo, para gran conjoga de mi amigo D.M. (quien es un escritor famoso y por tanto no escribiré su nombre completo, pero diré que no se llama Doroteo), yo me estaba decidiendo si comprar o no Mi adorado Stendhal, de Leonardo Sciascia que publicó esta editorial que me parece tan bonita, Adriana Hidalgo Editora. Ahora estoy leyendo La cartuja de Parma, donde la pasión que tenía este francés, Stendhal, por el temperamento italiano --ese desgarramiento animal, esa gomina en el pelo-- sale de nuevo a la luz como la de un entomólogo ante raras criaturas. Yo no comprendo ese afán casi antropológico de Stendhal por comprender a los italianos como si fueran bichos raros y extraños. Total, no compré el libro. Decidí terminar primero La cartuja de Parma para ver si luego me animaba a leer lo que otros escritores sin demasiada imaginación tienen que decir sobre sus libros favoritos. Regresé a casa. En el camino compré un sándwich de albóndigas. Prendí la televisión y vi un documental sobre vinos, en el que dos grandes familias ancestrales se disputan el mercado mundial. Una de ellas, que presentan como aristócrata y absolutamente vertical, es francesa. La otra, italiana. Como árbitro, Robert Parker, un crítico de vinos estadounidense cuya nariz y paladar están asegurados por un millón de dólares y a quien se le culpa por "bajar el nivel del juego a la cancha". A los americanos esto les parece algo bueno, que no importe tanto la "personalidad" del vino como la tierra o el roble en que se guardan. Parker hablaba de la democratización del proceso. Me recordó mucho la escena final de Sideways.

Las horas

En la página 80 de La Sra. Dalloway: "La palabra hora hendió su cáscara, derramando sobre él sus tesoros; y de sus labios cayeron como conchas, como las virutas que produce el cepillo de un carpintero, sin esfuerzo por su parte, palabras duras, blancas, imperecederas, que volaron para colocarse en su sitio en una oda al tiempo".
En la página 116: "Desgajando y cortando, dividiendo y subdividiendo, los relojes de Harley Street mordisquearon aquel día de junio, aconsejaban la sumisión, exaltaban la autoridad y señalaban, formando a coro, las ventajas supremas del sentido de la proporción, hasta que las reservas de tiempo quedaron tan disminuidas que un reloj comercial, suspendido por encima de una tienda de Oxfor Street, anunció, afable y fraternalmente, (...) que era la una y media".
En la 133: "El Big Ben estaba empezando a dar la hora, primero el aviso, musical; después la hora, irrevocable".
En 133-134: "El sonido del reloj inundió la habitación con su onda de melancolía y, después de retirarse, se reagrupaba ya para dejarse caer una vez más cuando Clarissa oyó, casi sin darse cuenta, algo que hurgaba, algo que arañaba la puerta. ¿Quién podía ser a aquella hora? ¡Las tres, cielo santo! ¡Las tres ya! Porque con qué abrumadora franqueza y dignidad dio el reloj las tres..."
En 144: "El Big Ben dio la media.
Qué extraordinario, qué extraño, y también qué conmovedor, era ver a la anciana (¡vecina suya desde hacía tanto tiempo!) apartarse de la ventana como si estuviera atada a aquel sonido, a aquel cordel. Pese a su gigantismo, tenía alguna relación con ella. Abajo, muy abajo, en medio de cosas ordinarias, caía el retumbar de las campanas, dando solemnidad al momento. Aquel sonido, imaginaba Clarissa, forzaba a la ancianar moverse, a ir..., pero ¿dónde?"
En 155: "Tenía que volver a casa. Tenía que vestirse para cenar. Pero ¿qué hora era? ¿Dónde había un reloj?"
En 168: "El reloj daba las horas: una, dos, tres; qué sonido tan razonable, comparado con todos aquellos golpes y susurros; tan razonable como el mismo Septimus. Se estaba quedando dormida. Pero el reloj siguió dando las horas: cuatro, cinco, seis, y la señora Filmer, agitando el delantal (no irían a dejar el cuerpo dentro de la casa, ¿verdad?) parecía formar parte del jardín..."
En 206: "Un joven (eso era lo que Sir William le estaba contando al señor Dalloway) se había suicidado. Había estado en la guerra. ¡Ah!, pensó Clarissa, en mitad de mi fiesta aparece la muerte".
En 209: "El reloj empezó a dar la hora. El joven se había suicidado, pero no lo compadecía; con el reloj dando la hora, una, dos, tres, no lo compadecía, con todo lo que estaba sucediendo. Por fin. La anciana había apagado la luz y toda la casa quedaba a oscuras, con todo lo que estaba sucediendo, repitió, y le vinieron a la cabeza las palabras: No debes temer ya el ardor del sol".

Friday, July 07, 2006

Comienzo hablando de Sexto Piso, luego no.

Debo decir que no me gusta demasiado la editorial Sexto Piso y sospecho que todo se debe a su logo. Parece sacado del video de los Red Hot Chili Peppers, aquél donde todo está a medio camino entre el cubismo y escenografía de alguna película de Hitchcock en colaboración con Dalí. También: ese fanatismo por Calasso. Me gusta Calasso, pero en dosis pequeñas. Creo que disfruté mucho su La literatura y los dioses, que está en Anagrama, pero no lo terminé.
Fuera de eso: ya quisiera yo que me publicaran en Sexto Piso (no hace mucho les mandé un correo preguntándoles si recibían manuscritos y no, no lo hacían; sólo publicaban por encargo). Ya quisera yo trabajar ahí o tener algo similar. Libros de Sexto Piso tengo El loco impuro, Para Roberto Bolaño y Los autómatas espermáticos. Este último en realidad no es mío, me lo prestó Rogelio Villarreal para hacer una reseña y no he podido regresárselo. El título creo que está sacado de algún pasaje de La generación de los animales, de Aristóteles, donde se expone cómo es que el macho introduce el "principio vital" a la hembra y ésta funge sólo como un elemento absolutamente pasivo en el proceso de la reproducción. La novela, opino, es mala. Total que hice la reseña con una opinión del librito de Ayala Blanco que no repetiré aquí. No he terminado de leer El loco impuro pero me gustó, recuerdo, que hubiera tantas ilustraciones. Para Roberto Bolaño, escrito por el famoso editor Herralde, está entretenido si eres fan de Bolaño. Trae fotos.
Cuando salió La guerra de los mundos de Spielberg, hace tiempo, me dieron ganas de comprar La guerra de los mundos, de Wells, en la nueva edición de Sexto Piso. Pero se me quitaron las ganas después de ver la película y cuando vi que en las librerías el libro llevaba una estampita que decía algo así como "¡El libro en que está basado la película dirigida por Spielberg y protagonizada por Tom Cruise!".
Hace unos momentos me llegó un boletín informativo de la editorial, pues me llega, y en él decía que iban a sacar nuevos libros, algunos aparentemente inéditos en español de Musil, como la obra de teatro Los adoradores (primera noticia que tengo de ella) y un ensayo sobre un matemático, también de Musil. Musil sabía matemáticas. Algo de su facinación por ellas se puede leer en Las tribulaciones del joven Törless, uno de mis libros de internados favorito (mismo que también publicará Sexto Piso, además de Uniones y Tres mujeres; yo tengo las ediciones de Seix Barral). Hay otras novedades, como un ensayo de González Rodríguez que, la verdad, no se me antoja mucho leer. Creo que escribí esto porque no se me ocurría otra cosa.
Lo acabo de releer. No digo mucho, a decir verdad. Me duele la espalda y estoy cansado. A pesar de que dormí más temprano de lo acostumbrado me costó mucho trabajo levantarme. Recuerdo que lo primero que pensé al abrir los ojos fue "Hoy no me puedo levantar", como la canción de Mecano. Después pensé en Mariana, a quien adoro con locura pero sin desesperación, más bien con gratitud y paz, y en que desde hace tiempo quiere ir a ver el musical de Mecano. Después pensé en mis pendientes. Después, con dificultad, me levanté. Después pensé en el blog de Iván Thays Notas Moleskine y pensé en lo impresionante que era escribir a menudo sobre noticias literarias, temas literarios, autores, premios y editoriales, sin que sonara aburrido.

Tuesday, July 04, 2006

End of I


La editorial McSweeneys ya puso a la venta la continuación de I. de Stephen Dixon, End of I. Originalmente serían tres libros pero el autor decidió dejarlo en un díptico.Quiero ese libro. Quiero tener una tarjeta de crédito para pedirlo. Y recibirlo. Y tenerlo en mis manos para poder leerlo. Recuerdo que I. no me pareció un libro alegre, a pesar de que en momentos era increíblemente gracioso, si bien de una retorcida y errónea manera. Que trataba, en parte, sobre los malos humores de Dixon, su familia y especialmente su mujer, quien en el libro aparece como una mujer paralizada de la cadera hacia abajo. Y digo aparece pues no sé qué tanto de lo que escribe Dixon en su memoir sea una memoria precisa y exacta, comenzando porque nunca habla desde un Yo sino de un personaje cuya inicial es I. "I. took the elevator", etcétera. Recuerdo que he escuchado que Dixon probablemente sea el autor más menospreciado en Estados Unidos de América, aunque yo no estoy tan seguro de esto. Sé, eso sí, que ha sido nominado varias veces a varios premios. Ha ganado algunos.
Lamentablemente anoche me prometí que ya no gastaría más en libros durante este mes. Probablemente alguien sea lo suficientemente bondadoso para gastar por mí. Tal vez no.
Lamentablemente, McSweeneys tuvo la idea, que supongo es buena pero no me conviene, de vender este libro en un paquete de dos donde también se incluye I. Yo ya tengo I. No necesito otro I. Lo bueno es que está vendiendo el paquete al mismo precio de un solo libro. Así que si llego a pedirlo, si rompo la promesa que me hice a mí mismo, alguno de mis amigos o amigas o familiares o gente con un lugar especial en mi corazón poseerá mi libro extra. Qué bien, ¿no?

Monday, July 03, 2006

1883

Hoy, tres de julio, en el año de 1883, nació Franz Kafka. Los médicos opinaron que parecía un niño sano. El padre depositó varias esperanzas en el pequeño cuerpo. A la madre le dolió horrores pero se sentía feliz. El niño nació con pelo, los ojos cerrados y preguntándose si debía o no llorar, si su llanto significaría algo para alguien, y durmió plácidamente después de ser nutrido.

Sunday, July 02, 2006

Buenas historias

Me encantaría contarles cosas interesantes. Tal vez debería viajar más. Perder un brazo. Matar a Refu. Ganarme un premio o casarme. Enfermarme de algo grave o hacerle el bien a muchísimas personas. Ser el escritor fantasma de mi jefe.
Si no pudiera hacer estas cosas, al menos me gustaría encontrar una forma, la forma, para que las cosas cotidianas que vivo pudieran parecer interesantes.
Y si ni una u otra cosa pasara, o una afortunada combinación de ambas, al menos me encantaría que no sintiera culpa cuando no estoy intentando que estas cosas pasen.

Domingo

Mi madre me despertó, pues aún vivo en casa de mis padres, me bañé, pues aún tengo un alto sentido de la sanidad, consideré masturbarme, pues es un viejo hábito, me lavé el pelo y el resto del cuerpo con productos que yo no compré pero que siempre encuentro en mi baño (jabón Palmollive y shampoo Herbal Essences --me deja el pelo oliendo delicioso). Después de vestirme bajé a la cocina, tomé un jugo de naranja, la correa de Refu y salí al patio para buscarla. Llegó corriendo (siempre es así pues escucha el tintineo de la cadena y sabe lo que sucederá a continuación). Salimos a la calle. Estaba muy inquieta. Se le bajó a la cuadra. Me dolía la cabeza o me la luz me lastimaba los ojos o me dolía el cuerpo, en todo caso físicamente me sentía en desagusto. Consideré hacer ejercicio. Levantarme temprano. No dormir tan tarde. Dejar de beber cerveza. Hacer abdominales. Sacar a la perra a pasear más a menudo. Comer sanamente. Buscar nuevos hobbies. Ser mejor persona. Desayunar mejor. Ser mejor ciudadano. Enfilé hacia la Iglesia de santo Tomás Moro, sobre Vito Alessio Robles, la misma calle sobre la que se encuentra la preparatoria donde daré clases de ética el año que viene. Amarré a mi perra a un poste. Voté el bloque por el partido de mi preferencia excepto por el gobierno del distrito federal. Me encontré a una persona que conozco. Nos despedimos. Tomé de nuevo a Refu. Consideré si la gente habría o no saber sobre mis hábitos, viejos y presentes, con o sin indiscreción, qué eran precisamente las cosas que me hacían el escritor que soy y que quiero ser, así como las decisiones morales que me hacen la persona que soy o quiero ser, así como los días sucesivos, y las horas, y los meses que parecen pasar indemnes por la memoria de Refu. Luego regresamos a casa. Leí un rato a Chatwin. Vi la televisión. Salí a comer con mi familia. Regresé a casa con la excusa de que había dejado las ventanas abiertas, había comenzado a llover. Me llevé un paraguas. Llegando Refu me manchó la playera. Me la cambié. Las ventanas estaban abiertas pero no se mojó nada. Leí más. Luego, salí al cine con un amigo y un amigo suyo a quien no conocía. Vimos una película de acción. Al salir esperé a que terminaran de fumar un cigarro. Tomé el metrobus de regreso a casa. No usé el auto en todo el día. Ayer, por la tarde, choqué. Esta no es la razón por la que no usé el auto. Creo. Y ahora estoy aquí y leí un rato, regué mi cactus, le di de comer a Refu, vi parte de "El padrecito" con mi familia, escribí un cuento tonto y esto.