Wednesday, December 08, 2004

Físico

Por la mañana contemplé mi cuerpo desnudo frente al espejo que tengo en mi armario. Traté de juzgar mi físico con frialdad y desapego. Hice la vanidad a un lado. La vanidad es una gran herramienta, un paliativo. Siempre me pregunté cuándo comenzaría a parecerme a mi padre. Él tiene barriga y hasta hace unos meses, yo no. También: como hacía frío, mi piel se cubrió de piel de gallina y mis pezones se mantuvieron erectos. Mis genitales se comportan de manera extraña cuando hace frío. Aparentemente es una cuestión de termodinámica y de mantener mi reserva de espermas viva. ¿Para qué? No lo sé. No conozco mujer.
Algo que debe ser vergonzoso, más vergonzoso que acercarse a una niña e invitarla a salir, y que además debe ser más triste que ser rechazado por una niña cuando te decides a invitarla a salir: A un niño de trece años se le diagnostica leucemia. El doctor le recomienda que comience una reserva de esperma en el banco de esperma. Es protocolo. Lo puede hacer en el mismo hospital, para su comodidad. El puberto acepta hacerse los exámenes, hace una cita para su próxima visita, comienza a imaginar cómo serán las sesiones de quimoterapia y entonces sale del consultorio con su madre, quien entre lágrimas le sostiene la mano y lo acompaña en el ascensor unos pisos abajo, al banco de esperma, donde se masturbará. Sí, hay cosas peores que no ser correspondido.
Mi piel aún está morena por la última vez que fui a la playa. En todo caso, más morena que de costumbre. Y decido que ya no puedo juzgar con frialdad mi cuerpo, ni hacer cálculos clínicos y desapegados. Así que comienzo a sonreír y bailar frente al espejo, como un imbécil. Después, me baño. Esto se está volviendo una costumbre. Hace semanas que lo hago. Me preocupa.
Fui al sastre hace unos días. Me pidieron que me probara la ropa que mandé hacer especialmente para un evento familiar, una prenda que seguramente usaré sólo esa noche, como un profiláctico, y eso hice. Entré al pequeño vestidor que tiene en la sastrería, me quité los pantalones y la camisa y los doblé sobre una silla. Después me puse el fracq. ¿Así se escribe fracq? Parece correcto. Cuando terminé de vestirme descorrí la cortinilla y una señorita de mi estatura me miró a los ojos: "¿Es usted el novio?". "No." "Ya lo quiero casar". Guardé silencio y me dejé hacer. Pasó sus brazos por detrás para colocar correctamente la corbata, extendió los pliegues, midió lo medible. Me hice creer que era erótico.
Leí Marranadas de Marie Darrieussecq y comencé El bebé. Darrieussecq es una gran escritora. De leer las primeras páginas de El bebé deseé, primero, ser madre, después, ser padre; y finalmente tener cualquier tipo de descendencia. Luego me deprimí pues pensé en cómo no conozco mujer y en cómo no he conocido mujer jamás y en cómo la Biblia y su léxico comienza a colarse cada vez más en mi cabezota. No tendré bebé, no daré a luz a nada nunca. Pero tengo una barriguita. Al menos la cerveza es útil para llener ciertos vacíos.
En una ocasión abracé a una amiga o me acerqué demasiado a su cabeza. Esta amiga tiene novio. Su pelo olía bien. Un poco se me metió a la boca y le dije: "Se me metió un poco de tu pelo a la boca". Hice un sonido parecido a un pthbbbb. Ella me contestó: "Pues qué suertudo". Fue gracioso, en ese momento. Y me hizo pensar en los bezoares y en las bolas de pelo de los gatos. También me hizo pensar en otra amiga, que también tiene novio, y en que tiene poco pelo. Y luego no pensé en nada y traté de seguir. Hace un par de días volví a darle un abrazo a mi amiga y su pelo volvió a meterse en mi boca, pero en esta ocasión no le dije nada. Sabía un poco amargo.

1 comment:

Anonymous said...

que bueno lo del pelo, jajajaj