Thursday, January 20, 2005

Fotosíntesis

Dios mío, detesto cuando esto pasa. Escribí una entrada a esta bitácora, que era fabulosa. Inteligente, divertida y graciosa, como casi nunca lo es. Hablaba un poco sobre mi cotidianeidad, para variar, pero por alguna extraña razón había conseguido encontrar el equilibrio perfecto entre lo banal y lo clásico, lo universal y mi particular. Hice referencias que sólo podrían ser entendidas por mi generación y que, a la vez, tenían un alcance en el horizonte temporal que superaba todas nuestras vidas. Juntas.
Comenzaba con un relato sobre cómo es mi mañana en el trabajo, en el mausoleo que es la facultad de filosofía. Hice descripciones atinentes y puntuales de una de las secretarias de la facultad, misma a la que tengo en estima. Su gusto por las chicas superpoderosas y Guns and Roses no pasó desapercibido, ni los chistes que nos contamos a manera de rutina casi todas las mañanas. "¿De qué te ríes?", me pregunta, por ejemplo. "De que tú te estás riendo", le contesto. Ahora, deben comprender. Cuando escribí esto, nuestro diálogo parecía mucho más ingenioso. Y luego: "Si llorara, ¿llorarías también? ¿Vas a hacer todo lo que yo haga?". "Oh, no lo sé, ¿a ver? Llora."
También hice una descripción que lindaba con el Nouvea Romain, pero no tan aburrida, de la oficina de mi jefe. De todos los esqueltos de cartón que tiene aquí, de las ilustraciones de Posada que también tiene aquí (hay una en particular que recibió mi atención incondicional, en la que un esqueleto con sombrero se arrodilla frente a un esqueleto con faldas; se titula, "La declaración"). De todo ello inferí una obsesión o un temor a la muerte sufrido por mi jefe, que es hipocondriaco. Después escribí sobre todas las particulas muertas que deja sobre el teclado, tal vez se daba a su caspa, y el eterno asco que me provoca.
Después hice un fabuloso listado de los problemas de esta bitácora electrónica, que cada vez se asemeja más a las que escribía Doogie Howser, joven-médico-genio. El problema, concluía, es que este blog trata más sobre mí que sobre el nido de águilas que vive en mi fraccionamiento. Rompí mis propias reglas. No puedo hablar sobre otra cosa que no sea yo. Y cuando estuve a punto de solucionar este problema, con una epifanía que nunca más volveré a vivir, entró mi jefe a la oficina, donde escribo esto, y tuve que apagar la máquina sin oportunidad para publicar la entrada. Una vez más, creo que he privado a la humanidad de un bien mayor y mi utilidad en este mundo se ha reducido, una vez más, a darle un poco de agua Bonafont a la planta que vive aquí, en una macetita de cerámica. Lo cual, en todo caso, no es tan malo. Mis aspiraciones han sido satisfechas. Viva la planta.

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