Friday, August 09, 2013

Dos libros de Terry Eagleton


Para leer (bien o mal) un poema

No estamos ante un manual dirigido a estudiantes, como quiere hacernos creer, astutamente, Terry Eagleton (Salford, Reino Unido, 1943). Aunque amable y claro, el texto cuestiona la vigencia de ciertos modos de leer poesía, estableciendo vínculos de orden práctico con la política, entendida en su sentido amplio. Es verdad, los capítulos se hilvanan como los de un manual («hemos examinado algunas cuestiones teóricas sobre la naturaleza de la poesía»). Se muestran vicios de escuelas críticas como el formalismo ruso y de métodos como la lectura atenta del New Criticism, además de los límites materiales del análisis semiótico. Este modo de avanzar cobra pertinencia en la definición que Eagleton propone de la poesía; inicialmente aventura: es el lugar donde «las palabras sólo pueden concebirse en el orden en el que las encontramos» (recordando sus peculiares características formales) o un puente entre el «sobrio aunque bastante pacífico racionalismo» y el «número de seductoras aunque bastante peligrosas formas de irracionalismo» que han caracterizado la modernidad (recordando su dimensión política). Eagleton define al poema, finalmente, como «una declaración moral, verbalmente inventiva y ficcional en la que es el autor, y no el impresor o el procesador de textos, quien decide dónde terminan los versos». Aquí se condensa su propuesta: utiliza el término verbalmente inventivo en lugar de verbalmente autoconsciente, que sería más apropiado para una crítica que, desde la «fenomenalización del lenguaje» (Paul de Man), sólo atiende aspectos realmente formalizables, como la métrica o la rima, pero que pasa por alto los que apelan a la interpretación del lector (tono, modo, cadencia, gesto dramático...): los que hablan de "lo que somos". Aquello que, asegura Eagleton, los poemas se encargan de recordarnos. Eagleton sugiere así la posibilidad de un lector con la suficiente autoridad moral y cierto bagaje cultural para determinar por qué hay modos correctos e incorrectos de leer un poema.

Esta reseña de Cómo leer un poema de Terry Eagleton (la traducción de Akal es de 2010) apareció originalmente en La Tempestad 80.


La literatura como estrategia

Como ocurre en Cómo leer un poema (2007), el título El acontecimiento de la literatura (2012) podría confundirnos sobre sus intenciones, especialmente al presentar la categoría de acontecimiento, hoy asociada fundamentalmente a la obra de Alain Badiou. Para el filósofo francés se trata de la reconstrucción conceptual de un evento local e histórico, definido con relación –pero no casualmente– a un «paralaje acontecimental» (la clase obrera, por ejemplo). En este sentido, es distinto a un hecho, que no necesita de una visión retrospectiva para ser reconocido. La única ocasión en que Terry Eagleton menciona a Badiou en su nuevo libro, sin embargo, es para colocar su concepto en la tradición secularizada de la doctrina de la palabra creadora, sugiriendo que guarda un parecido con la magia, el sacramento, la fantasía decimonónica o el anhelo de Kenneth Burke por «un acto puramente creador, original y gratuito, que no contemple nada más allá de sí mismo», cosa que dista de la idea de la literatura de Eagleton, una actividad con pies firmes en la realidad.

El crítico británico se distancia de Badiou con una de sus estrategias típicas: rastrea analíticamente las tradiciones en las que se enmarcan conceptos que utilizamos con frecuencia (así vincula posiciones radicales de la posmodernidad con la filosofía voluntarias medieval de Ockham o Duns Escoto). Quizá debamos leer el título como una provocación conservadora. Pero entendamos aquí «conservador» como aquel que retoma y reinserta momentos de la tradición (oculta o no) para juzgar el presente, una figura similar a la del coleccionista en Benjamin, que, por ejemplo, vio en Karl Kraus a un recolector de citas que manifiesta «no el poder de preservar sino el de purificar, el de arrancar de su contexto, de destruir». (Eagleton ahonda en esa figura en Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria, de 1981). La pregunta sartreana «¿Qué es la literatura?» señala con mayor claridad las intenciones de este libro.

Comúnmente la cuestión se ha enmarcado en el debate entre nominalistas y realistas. Aunque la afinidad con los realistas y el escepticismo ante los nominalistas son claros, Eagleton no comete la torpeza de identificar la pregunta por la literatura con una cuestión ontológica («¿cuál es la esencia de la literatura?»). Aún así, se opone a un panorama teórico en el que los nominalistas (comúnmente liberales humanistas) han ganado  terreno. Es decir, los teóricos que, como Stanley Fish, no son capaces de ver una diferencia específica entre el lenguaje ordinario y el literario (Eagleton mete en este saco también al Rancière de La palabra muda, quizás apresuradamente). Opta entonces por reconocer, sencillamente, que «la literatura» sigue funcionando como categoría y que una persona común es capaz de reconocer rasgos entre las obras literarias sin tener que recurrir a la metafísica trascendental (en ese punto acude a la noción «aires de familia» del Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas). Posteriormente propone y explica escolásticamente una taxonomía provisional de estos parecidos de familia, a saber: lo ficcional, lo moral, lo lingüístico, lo no pragmático y lo normativo, que forman una compleja serie de redes que se superponen y entrecruzan. No son rasgos necesarios para la literatura y puede ocurrir que algún otro tipo de acto de la palabra (como un chiste) posea alguno de ellos. Tampoco son definiciones precisas, lo cual no significa que se esté dando pie a la indeterminación. Tal vez algunos vean en esta actitud una especie de agua tibia, pero Eagleton vuelve a probarse como crítico cauteloso y prudente.

Los momentos más deleitables de este libro se encuentran en su escolástica, es decir, en la catalogación de las posiciones a favor y en contra de un problema, de la que se desprenden las mejores y se evidencian las peores. Al abordar lo ficcional, Eagleton enumera sin piedad algunos de los disparates que se han escrito al respecto. Así, Gregory Currie recalca que una interferencia es razonable cuando cuenta con un alto grado de razonabilidad, y Margaret MacDonald nos anuncia presurosa que las novelas de Jane Austen existen. La actitud se repite cuando busca apoyar sus argumentos. El más importante en este libro es que la literatura y la crítica literaria son estrategias para responde a nuestras preguntas (al escribir, los autores plantean y superan un problema). También en este aspecto Eagleton continúa en la estela de Aristóteles, quien señaló que sólo formulamos preguntas que y apuntan a sus respuestas. Una tradición que el inglés ve también en el Jameson de La cárcel del lenguaje, en Althusser y Foucault –quienes señalan que las preguntas aceptables determinan respuestas plausibles–, así como en Nietzsche y Marx. Al ver a la literatura como una praxis aristotélica, una actividad que no depende de factores externos, como podrían ser un dudoso reconocimiento o las regalías obtenidas por publicar un título, Eagleton insiste en su auténtico valor moral: la autodeterminación (socavando otros aspectos como la capacidad imaginativa que, suponen los liberales, es la habilidad que da pie a la empatía, olvidando graciosamente que también se necesita imaginación para ser cruel).

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Esta reseña de El acontecimiento de la literatura se publicó en La Tempestad 91.

1 comment:

Ines said...
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