Wednesday, September 10, 2014

Habla, fantasma


El título En el bosque (2013), la segunda novela de Katie Kitamura (California, 1979), refiere al lugar en donde se organizan políticamente los nativos de lo que parece la provincia de un país colonial (se preparan para retomar sus tierras). Pero la novela inicia en la montaña, cuando Tom, hijo de un hombre blanco, descubre en la terraza de la mansión de su familia que alguien ha dejado la radio encendida. Son palabras que no comprende: «Hermanos, ha llegado nuestro momento. Estamos hartos de que la bota del opresor blanco nos aplaste. Estamos cansados de que esos parásitos nos ahoguen. Durante años, hemos soportado su tiranía sin ser conscientes de ella. ¡Estábamos dormidos!». Es la voz de los nativos. El momento es descrito como la aparición de un fantasma en plena luz del día. El espectro se mueve lentamente y su ira no aparecerá hasta la segunda mitad de la novela (titulada, precisamente, "En el bosque"). En la primera parte, "En la montaña", nos enfrentamos a ¿otra? violencia, la que el hombre blanco ejerce sobre su familia. Específicamente, la del padre de Tom. Si el fantasma se introdujo a plena luz del día, lo hizo a la sombra del padre, que continuamente se representa como un astro tiránico: «El viejo mira [a Tom] en silencio. Lo mira como si no lo hubiera visto en su vida. Hasta es posible que desee que eso fuera cierto. Una propiedad tan grande y no pueden escapar el uno del otro, aunque Tom no lo ve así. El sol brilla naranja en el cielo. Su padre calla durante un rato y luego habla». La violencia del padre –y de otros hombres– se ejerce sobre el hijo pero también sobre la mujer que el padre ha preparado para el hijo (la chica es parte de la familia vecina, los Wallace).

A ratos, cuando uno descubre las prácticas sociales de la colonia, da la impresión de que se lee un reporte sobre un país lejano, como si nos encontráramos en el siniestro espacio de En la colonia penitenciaria de Kafka.  Uno reconoce algunos elementos y prácticas: además de las granjas, hay una ciudad; hay máquinas (jeeps, radios, AK-47s), pesca. Pero la geografía nos recuerda que, a pesar de las destiladas frases sucintas y declarativas, no estamos en el cómodo reino de la novela realista: es descrita como desértica; luego, como si estuviera llena de ríos, con hectáreas cubiertas de pasto (hay vacas y ovejas); incluso volcánica. Da la impresión de que cualquier cosa puede ocurrir: cuando el volcán estalla o cuando a Tom le brotan escamas, por ejemplo, no parecen catástrofes o enfermedades naturales –la novela no trata sobre una mutación ni sobre un volcán que estalla– sino una alegoría de la violencia contenida en la colonia, que terminará por ocultar al sol moribundo del padre y su mundo.

Esta reseña de En el bosque de Katie Kitamura, publicada por Sexto Piso, apareció en la edición 97 de La Tempestad.

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