Monday, August 01, 2011

Lunes

Al salir de la oficina pedalié hasta la peluquería. Esperé mi turno leyendo un poco de las notas de Chéjov (en la edición de La compañía, con traducción y posfacio de Leopoldo Brizuela). Me detuve en estas líneas, pensativo: "Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros". Me pregunté qué tipo de persona soy cuando incurro en la hipocresía, si procuro un aire aquilino o uno palomero.
Me ofrecieron un refresco mientras esperaba, en la peluquería. Pasaban de las siete y media de la noche. Agradecí el ofrecimiento pero lo rechacé, no así el adolescente a quien le cortaban el pelo y por quien más tarde pasó su padre. Extrañé a mi padre, pero no marqué a casa. En la televisión de la peluquería, un noticiero. Entonces Ricardo Cayuela Gally apareció repentinamente, una cápsula de opinión para Milenio TV, afirmando que la izquierda populista no podía llegar al poder pues representaba un peligro para las instituciones. Se le veía molesto. La cápsula duró poco. Sólo escuché esa parte. Ya en casa, con el pelo corto, leí un poco más de Terry Eagleton, pensé en mis amistades, dormí una pequeña siesta, desperté hace rato y ahora estoy un poco como tigre enjaulado.
El cuñado, después de la cena, anota Chéjov: "Todo llega a su fin en este mundo. Recuérdenlo: quien se enamora, sufre, se equivoca, se arrepiente; y quien deja de amar, recuérdenlo también, comprende que ha llegado el fin de todo". La amante del cuñado encanecía. El cuñado aún era muy bello.
Le marcaré a mi padre.
No contesta.

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