Tuesday, October 05, 2004

Todo se conecta con todo se conecta

En una ocasión el papá de un amigo nos enseñó a calibrar la tensión de las cadenas de las bicicletas que usamos para andar en la montaña. Nos dijo que era una técnica alemana aprendida en Chihuahua. Se la enseñó un francés.
Hoy cené en un restuarante japonés, aquí, en México, donde cocinó un chef que se llama Israel.
Tengo un amigo que se llama Israel.
Cristo Israel.
En una ocasión un profesor, que se llama Luis Xavier, y al que le dicen Piú, recibió un mensaje de una de las secretarias de la facultad de filosofía donde estudié.
"Piú, te llamó Cristo".
Piú puso cara de asustado.
"¿Cristo?"
"Sí."
"Vaya, siempre me llama gente importante".
En realidad Cristo Israel no se llama Cristo Israel, sino Khristo Israel. Creo que el nombre es de origen griego.
Esta suposición está fundada en las conjeturas de otro amigo, que se llama Jesus.
Durante la cena uno de los meceros que atendían en el restaurante nos preguntó, a mí y a mi familia, si queríamos usar baberos. Señalando a mi hermana, le dije: "No. Sólo a la babosa de allá". Al mesero le dio risa. A mi hermana también.
Hoy estuve muy ocurrente.
Mientras comíamos lo que Israel nos preparaba en el tepayanki, espié a una mesa vecina, llena de argentinas. Adoro a las argentinas.
Más tarde el mesero de los baberos regresó para preguntarle a mi hermana si ya había terminado y si podía retirarle el plato. Mi hermana estaba en la baba y no le puso atención. Le dije al mesero: "Sí, retírela. Llévesela de aquí." Volvió a parecerle gracioso. Aparentemente, soy gracioso.
Antes de que todo esto sucediera, me gustaría decir, antes de finalizar, que cuando llegué al restaurante, ya me estaban esperando. Dejé mi automóvil alemán en manos de un valet mexicano y entré al restaurente japonés. Me paré frente a la recepcionista y le dije: "Buenas noches. ¿Familia Núñez?" La recepcionista era muy guapa, pelo negro, alta, labios gruesos.
Pero no me escuchó. Tenía la cabeza ladeada y veía unos centímetros a mi izquierda. Tenía cara de estar muy concentrada en algo que estaba mucho más allá, detrás de mí. El capitán de los meseros estaba parado a su izquierda. Lo miré, casi pidiendo ayuda. Me miró. Miró a la recepcionista, a la hostess, y de nuevo a mí. Sonreímos.
"Buenas noches, ¿familia Núñez?", insistí.
Fue cuando finalmente quebré su concentración. Me miró con atención, con unos ojos verdes y enormes que me iban a tragar, y abrió la boca. Me dijo: "Hola. Buenas noches. ¿En qué puedo servirle?"
El capitán me acompañó a mi mesa. Detrás de mí había un espejo.

2 comments:

Hector Zagal said...

Las personas que están a dieta no deben mirar el menú, pues se les antoja lo que no deben comer.

Ochoa said...

sí eres gracioso :)