Sunday, April 09, 2006

Lisboa.

Hoy, a manera de despedida, bebí una limonada en una plaza, como aquél famoso personaje, y a todos los hombres que veía me sentía obligado a otorgarles cualidades literarias, incluyendo a los dos ciegos que observé con frialdad y distanciamento, que me recordaron al posible Homero y a Ulises, supuesto fundador de estos lares.
También pensé en la cantidad de tonterías que hice con la única finalidad de poder contarlas. Como en aquél famoso viaje que realicé con dos de mis mejores amigos. Cosas cuya justificación existencial era únicamente fungir como símbolo (a la vez que pensaba: esto no simboliza nada).
Ayer, por ejemplo, enterré un libro en la arena, en Costa de Capariça. Entre sus hojas escribí algo y mi dirección electrónica. Era el nuevo libro de Brett Easton Ellis, que había terminado de leer la noche anterior. Un libro que no me atreví a quemar pero que ya no quería cargar conmigo. Recordé a aquél famoso escritor cuyo famoso personaje hace exactamente lo mismo, con una novela de Grisham, en aquella famosa novela. No diré aquí qué escribí en sus hojas, baste con decirlo. Eso, oh sí, me lo llevaré a la tumba. A menos que uno de ustedes vaya y desentierre el libro (está en la parte de "Plaça del Rey"). Que, finalmente, es lo que quiero. No es mi intención hacerles pensar otra cosa.
Me siento bobo.

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