A la fecha no he acumulado ningún lector terrible, de no ser por el puñado de personas que se han molestado por algunas cosas que he escrito pero que, debo decir, no constituyen en manera alguna un lector terrible, es decir, ese lector capaz de censurar o destruir. A lo mucho, este puñado de personas influyeron en mi estado de ánimo al grado de producirme un poco de arrepentimiento y culpa. Pero no estamos hablando de la KGB ni de la Inquisición ni de alguna oscura y complicada rama gubernamental capaz de desaparecerme. Por supuesto, está la Indiferencia Histórica. Ese gran Terror, ese gran Censor del que ningún escritor puede realmente librarse. Pues aún si mis textos me sobrevivieran, o si aún los textos de los Clásicos nos sobreviven a todos nosotros, amigos contemporáneos, el Sol estará ahí para tragar a la Tierra enterea.
Aún así, soy lo que se dice un escritor libre. No aspiro a la inmortalidad literaria. Nadie que se tome realmente en serio lo hace. Aspiro quizá a la inmortalidad del alma. Pero no a ese gran respeto. Podría sospechar, sí, constantemente en esta tierra. Podría idear que las personas que me leen --o peor, que la manera en la que escribo está absolutamente determinada por mi propia mente y pluma, por esa imagen que muestro y de la que no puedo ni quiero librarme. Pero la sospecha es quizá uno de los ejercicios más pobres que existen, hermana oscura y gemela de la queja.
En ocasiones le temo a mi voz de escritor, a ese Viejo Cabrón que quiere Caos. Le temo a ese puñado de escritores que se sienten. Pero de la misma forma a veces me siento triste, cansado y desanimado; sé que se me pasará. Esto lo leí en Muerte en Venecia:
"La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú".
1 comment:
Mejor aspira a la inmortalidad literaria pero no te lo creas por completo. Porque no creo que aspires a una mediocridad literaria, o sí?
Post a Comment