Friday, May 04, 2007

Los benevolentes

No escribo desde mi computadora sino desde el estudio de mi hermana, en su propia casa. Mi hermana está casada. Mi cuñado es agradable. No se encuentra aquí sino fuera del país. Esa es la razón principal por la que me encuentro en este estudio --esa y que hay trabajadores en la casa de mi hermana; por alguna razón, no es buena idea que se encuentre a solas con ellos. Aún así, no he intercambiado palabra alguna con estos trabajadores. Ella ha hecho todo: les ha indicado a dónde mover muebles, les ha pedido que tengan cuidado al cargar cosas pesadas o al salir de la ventana para instalar cables, ha escuchado sus explicaciones de porqué será inevitable que algo de agua se filtre... Habitando en una nueva casa, supongo, es normal que a menudo necesite nuevos acondicionamientos. Aunque es falso, cada vez que vengo tengo la impresión de que alguien está arreglando algo. Tuberías. Electricidad. Pintando. Y todas estas personas que entran y salen de casa de mi hermana, son morenos. Como yo.
El estudio de mi hermana tiene una vista fabulosa a una montaña poblada, aún, de árboles y, simultáneamente, a una serie de casas que están sembradas a faldas de esta montaña --que en realidad es un cerro pequeño. El día está nublado, algunos tintes de rosa en el gris que predomina. Me siento muy poético e inútil. Fijo la vista en un par de ventiladores LG que, recuerdo, se instalaron unas semanas atrás en una casa vecina. Aquella vez, estuve en este mismo estudio leyendo un libro, el único libro, de Jonathan Little, Les bienveillants. Mi hermana me ayudaba a traducirlo del francés. Es una gran persona, mi hermana. Ahora los ventiladores LG (no, ventiladores no, sino aparatos de aire acondicionado; les llamo ventiladores por las aspas que giran dentro del motor, que puedo ver desde aquí) están apagados. Me pregunto si no se echarán a perder así como están, instalados a la intemperie. Son dos. Color blanco. Puedo distinguir desde aquí el logo de LG (esa carita que parece que cierra un ojo). Empotrados en un cubo de hormigón que contiene dos tinacos de agua --puedo ver las cabezas de éstos, también.
Le dije a mi hermana: escribiré sobre ti y sobre tu esposo. Me pidió que no lo hiciera.

2 comments:

Anonymous said...

Muy poético

El Justo Medio said...

Aaaahh... me hiciste recordar aquellas tardes veraniegas dedicadas a la remada en el lago de Chapultepec.

Aaaaahh...