A ver niños. Estaba leyendo Blood Meridian cuando me di cuenta de algo. Hay un pasaje en el que un grupo de americanos, que se dedican a ser muy violentos y muy desapegados y muy malos, entran a un pueblo después de una de sus masacres a los indios que hay por la zona. En el pueblo, cerca de Chihuahua, los reciben alegres porque los han librado de los indios:
The tattered campaigners surged on, some now holding aloft cups that had been pressed upon them, waving to the ladies clustered on the balconies their putrescent hats and elevating the bobbing heads with those strange halflidded looks of ennui into which the freatures had dried, all so hemmed about now by the citizenry that they seemed the vanguard of some raged uprising and heralded before by a pair of drummers one witless and both barefoot and by a trumpeter who marched with one arm raised above his head in a martial gesture and playing the while.
Más tarde:
The severed heads had been raised on poles above the lampstandards where they now contemplated with their caved and pagan eyes the dry hides of their kinsmen and forebears strung across the stone facade of the cathedral and clacking lightly in the wind. Later when the lamps were lit the heads in the soft glare of the uplight assumed the look of tragic masks [...]
Como es de esperarse, cuando se van alguien opina que se encontraban mejor con los indios. Así les fue en el pueblo. De lo que me di cuenta: esa imagen de un grupo marcial que camina triunfante por las calles con cabezas humanas sobre lanzas, ya la había leído en algún otro lado. Ahora, Blood Meridian es un libro de ficción y uno puede imaginar esas cosas casi sin indignación. Con un horror como de película de horror. Con placer, incluso. Con atisbos de belleza, también. Creo, por eso, uno puede imaginar que eleven las cabezas a los balcones, donde las mujeres esperan -aunque, en realidad, por el pasaje uno es incapaz de saber si las mujeres reciben esas extrañas ofrendas con horror o con alegría. Creo que este es uno de los recursos más usados y mejor logrados de McCarthy: mostrar una imagen y dejar fuera su conclusión, digamos, moral. Si uno imagina que las mujeres, en este caso, reciben la ofrenda con gritos y horror, el mundo parece que está bien. Si uno imagina que las mujeres reciben la ofrenda con gritos y alegría, el mundo no parece estar tan bien. Pero McCarthy, fiel a su propia visión gris, no da respuestas en este aspecto. Simplemente hay una ofrenda horrorosa aunque no se le designe como horrorosa. En su lugar pura perplejidad. Pero, de nuevo, esto es ficción. Una escena similar en Memorias de ultratumba de Chateaubriand (en el libro V, hacia el final del capítulo 9):
Llega un grupo de descamisados por una de las bocacalles; en medio del grupo se alzaban dos estandartes que no veíamos bien de lejos. Al acercarse, distinguimos dos cabezas desgreñadas y desfiguradas, que los predecesores de Marat llevaban en la punta de sendas picas: eran las cabezas de los señores Foulon y Bertier. Todo el mundo se retiró de las ventanas, pero yo me quedé. Los asesinos se pararon delante de mí y alargaron las picas hacia mí entre cánticos, mientras daban grandes brincos y saltaban para acercar a mi cara las pálidas efigies. El ojo de una de estas cabezas, salido de su órbita, caía sobre el rostro oscuro del muerto; la pica atravesaba la boca abierta cuyos dientes mordían el hierro: "¡Bandidos! -exclamé yo, lleno de una indignación incontenible-, ¿así es como entendéis vosotros la libertad?" Si hubiera tenido un fusil, habría disparado contra esos miserables como si hubieran sido lobos.
Después de estos eventos de 1789, las posiciones políticas de Chateaubriand cambiarían para siempre, o eso escribió. Francamente, me cuesta trabajo imaginarlo gritando "¡Bandidos!". Pero es su memoria.
Extrañamente, recuerdo con mayor fuerza el horror que me provocó la lectura de un párrafo de El señor de los anillos que leí en secundaria. Quizá David González pueda ayudarme en esto: no sé en qué pasaje de El Señor de los Anillos (aunque estoy casi seguro que es en el tercer libro) hay un momento en que el asedio a una ciudadela incluye catapultas enemigas que en lugar de piedras arrojan las cabezas decapitadas de los soldados muertos en batalla. Y creo recordar la descripción de una de estas cabezas, rodando calle abajo, así como el horror de los familiares al reconocer el rostro del soldado muerto. Pero no siento horror placentero alguno, o no creo haberlo recordado, al leer noticias de cabezas encontradas en hieleras al norte de nuestro país, cuerpos decapitados encontrados en cajuelas. Gente que se queja del olor. El año pasado, en la exposición deprimente del World Press Photo organizada por la CNDH, me detuve largo tiempo a contemplar una de las fotografías -algo sobre la Mara Salvatrucha- donde se mostraba una cabeza humana en una pista de baile. Esto, como diría Foster Wallace, es similar a bajar la velocidad para ver los restos de un accidente de tránsito. La mediación, caray. Nos tiene jodidos.
8 comments:
de esa expo me gustó la foto de una viejita en el museo viendo el sillón de Dalí.
La del año siguiente que me gustó fue la de los turistas en bikini y todo auxiliando a los migrantes en la playa.
amo la pintura de dzama. ¿dónde iremos a parar?
Eres un morboso Memo.
Por cierto, a finales de mayo sale la nueva monografía de Marcel Dzama, "The Berliner Ensemble Thanks You All".
Agónica, me resulta la espera.
Saludos
Dzama, Dzama, Dzama!
Cómo es posible amar cosas tan sangrientas, por Dios!
¡Oye, eso de catapultar cabezas no es de "El señor de los anillos" sino de la caída de Constantinopla (1453)!
¡Qué buen dato Kiks!
"Buen", pues.
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