Mientras me bañaba en la mañana pensé en cómo iba a escribir esta entrada que, por alguna razón, no me había decidido a redactar. No es una razón misteriosa, antes de hacerlo quería terminar de leer Blood Meridian de McCarthy y, sobre todo, Sangre, de Julio Hubard. Cosa que, por supuesto, no he hecho. Ocupado con otras cosas que hice después de bañarme lo olvidé todo y no fue hasta que me senté a esperar a que me atendieran en la peluquería que regresó. Comenzaba, mi idea, con el recuento de algo que me había contado César Albarrán. "Ya está mejor", me dijo cuando le pregunté sobre Rothko, su perro. Aparentemente, mientras lo bañaban y le cortaban el pelo, como se acostumbra hacer con los perros a quienes se aprecia, accidentalmente le cortaron una oreja. De esto César no se enteró hasta que vio la sangre en el piso de su casa. Hubo gritos. Recordando esto, mientras leía Sangre de Hubard, esperando en la peluquería, recordé otra cosa. No sé si simultáneamente o de inmediato: ignoro cómo es que funciona mi muy sanguíneamemte irrigado cerebro (ahora que releo "Hubo gritos", por ejemplo, me viene, pero no sé por qué, a la mente el título de una película que vi hace poco, There will be blood). La otra cosa que recordé fue: una mañana o una tarde de mi infancia en la que acompañé a mi madre a que le cortaran el pelo. El peluquero me hizo una especie de broma. Me contó que accidentalmente, la semana anterior le había cortado un pedazo de oreja a un cliente. "Era un chino", dijo, "e hizo ejercicios de respiración para soportar el dolor". Me lo estaba diciendo, creo, porque enseguida me cortaría el pelo a mí y era su modo de sugerirme quedarme quietecito mientras lo hacía. Más tarde mi madre me dijo que sólo estaba bromeando, cuando le pregunté si aquello era posible, que alguien pudiera mantener la calma a fuerza de respirar.
No tuve la paciencia, así que cerré Sangre y me levanté de la silla donde esperaba a que me cortaran el pelo (había una persona antes de mí) y le dije al peluquero que regresaría por la tarde, cosa que no hice. Me olvidé de todo esto durante la comida. Pero hace rato fui a ver Eastern Promises, de Cronenberg, un director que siempre me recuerda la fragilidad de la carne. Fue entonces, durante la primera escena, que lo recordé todo. Es de noche ahora. No he terminado Sangre. No he terminado Blood Meridian. No era esta la manera en que pensaba escribir sobre esto.
No tuve la paciencia, así que cerré Sangre y me levanté de la silla donde esperaba a que me cortaran el pelo (había una persona antes de mí) y le dije al peluquero que regresaría por la tarde, cosa que no hice. Me olvidé de todo esto durante la comida. Pero hace rato fui a ver Eastern Promises, de Cronenberg, un director que siempre me recuerda la fragilidad de la carne. Fue entonces, durante la primera escena, que lo recordé todo. Es de noche ahora. No he terminado Sangre. No he terminado Blood Meridian. No era esta la manera en que pensaba escribir sobre esto.
6 comments:
el hombre del monopoly...
¿qué es mejor: no country for all man, de mc carthy o de los coen?
Me gustó "Sangre". Es difícil. Tengo que releerlo luego.
Me gustó "There will be blood". Tiene algo de thomasmanniano, o de brudenbrookeano. Y justo hoy que veía en Weimar unos grabados en madera (eran casi bajorrelieves) me acordaba de Daniel Day-Lewis abandonando todo, Hollywood, y yéndose a Florencia a aprender el oficio de zapatero y a alimentar su pasión por el grabado en madera.
ahh, mira yo también hice un comentario sobre esa peli. hola, memo.
Alejandro: sí, se parece.
Marianis: no he leído la novela, sólo vi la peli y me gustó mucho.
Enrique: me gustó Sangre. Me gustó There Will Be Blood. No he estado en Weimar recientemente.
Franco: saludos.
Ayer renté Eastern Promises, creo que el final se pasó por dos minutos.
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