Wednesday, October 15, 2008

Mañana iniciaremos la construcción de una ciudad



En una ocasión una de mis hermanas estaba en mi habitación, platicando conmigo. A mitad de una oración se detuvo y me preguntó de qué se trataba un libro que estaba acomodado entre otros, Underworld, de Don Delillo. Antes de que pudiera contestarle -de inventar algo (lo dejé a la mitad)- me preguntó si era sobre el once de septiembre. No, no era sobre el once de septiembre. Al menos eso podía decirle: se ubicaba en la era de la Guerra Fría. A la fecha lo único que recuerdo de esa lectura incompleta era la importancia narrativa de una bola de baseball y un montón de aviones que se estaban pintando en el desierto. No volví a pensar en aquella tarde hasta la semana pasada, cuando leí Windows on the World de Beigbeder, para el club de lectura de Viejas Ancianas. Me lo recordó el apartado 9.04, cuando Beigbeder sale de la torre Montparnasse, esa tercera torre gemela, según su relato, erecta aún al otro lado del oceáno, en Francia, para caminar hasta el cementerio de Montparnasse donde le da una visita a la tumba de Baudelaire. Después camina hasta el "extraño monumento" que ahí construyeron, para el mismo poeta. Una especie de gárgola (como las que, debemos recordar, aparentemente, antes protegían a los rascacielos de Nueva York cuando todavía se era lo suficientemente supersticioso como para colocarlas en lo más alto), un "genio del mal" que mira a la distancia, en posición de Pensador de Rodin, la torre que recién abandonó Beigbeder. Me pregunto si de aquí debemos entender que dicha torre no se había caído como sus forzadas gemelas lo hicieron. Pero no me lo pregunto demasiado. La imagen, abajo, de lo que ve el genio del mal:




Hay cierta actitud visionaria, opino, en Beigbeder. Pensaba en esto por la tarde, cuando leía un texto sobre un visionario mayor, Lebbeus Woods, quien consigue con sus diseños imposibles de arquitectura futurística lo que a ratos alcanza a rascar Beigbeder: a fuerza de elevarse sobre ciertos establecimientos morales (a saber, dado que el "genio del mal" observa con indiferencia una torre, ésta no cae) alcanza a ver bienes futuros. Woods, obviamente, lo hace de modo más concreto y mejor articulado. Por supuesto, ninguno de los diseños de Woods serán construidos, si bien, de algún modo, ya se han hecho. Por ejemplo, éste, en el que un pedazo de metal -una enorme astilla que se entierra en una construcción dolorosamente:
Que creo que casi con obviedad recuerdan al Pentágono:


Aunque los diseños de Woods, según leía hoy en un artículo que luego puedo informarles dónde aparecerá, muestran situaciones que podrían parecernos atroces, lo hacen con un tono en el que el Apocalipsis o los cataclismos, humanos o no, pueden, finalmente, crear situaciones de "borrón y cuenta nueva". Heridas cauterizadas, parches dolorosos pero fucionales y necesarios. A la vez, esto me recordó una cosa que había visto tiempo atrás en Dezeen, un sitio de noticias de arquitectura y diseño en el que, aquella vez, mostraban una serie titulada "Realidades Virtuales" creada por los arquitectos del despacho NL. En su momento recuerdo que la serie me pareció efectista, especialmente la siguiente imagen en la que una serie de torres se elevan del suelo como si fueran enormes árboles que crecen en la pradera -enormes mastadontes que viven en paz. Pero la imagen no me brinda sensación placentera alguna.

Quizá debido a que tengo muy en mente esa imagen del video de Pearl Jeam Do The Evolution en la que rascacielos brotan del suelo vertiginosamente, opresivamente, como también lo vi en Brazil de Terry Gillian, impidiendo, según recuerdo, el paso de esa especie de Ícaro que vuela entre ellas.


Cada vez que pasa un camión y vibra el edificio donde trabajo imagino que un enorme terremoto destruirá la ciudad entera. Un gesto natural que no podríamos juzgar moralmente, a pesar de toda su enorme y fría maquinaria, de lógica irrefutable.

1 comment:

David Miklos said...

Ay, sí, qué clavado. Ahora resulta.