Monday, February 07, 2005

Carnestolendas

Platiqué con un primo. En el pueblo de mi primo, cuando todo está aburrido, se dice que no hay sangre. Cuando pasan cosas, es que hay carne. Desfile de carne humana, dice.
La última vez que estuve en Venecia me comporte de manera que años más tarde pudiera hacer afirmaciones que comenzaran con "la última vez que estuve en Venecia", como si se tratara de algo normal y cotidiano, el tipo de cosas que le suceden a uno cuando está fuera o cuando es joven. Así, por ejemplo, conté chistes tontos y conocidos, el tipo de chistes que uno cuenta cuando está borracho, pero lo hice en situaciones clave: encima de una góndola o mientras corría sobre el enorme puente de madera de La Academia en Venecia. ¿No es esto fabuloso? Lo es. Y calculado. Y enorme y nos supera a todos, esta velocidad sobre los puentes en Venecia. Y por supuesto no me subí a una góndola en Venecia. Nadie en sus cinco sentidos se ha subido jamás en una góndola en Venecia, mucho menos durante verano, la época en que el agua estancada y las inundaciones consiguen que Venecia hieda como lo hace cualquier desagüe de cualquier ciudad que se precie de serlo. Pero la velocidad estuvo ahí, en la plaza de San Marcos, cuando corríamos, porque estas cosas sólo se hacen en compañí de otros, y espantábamos las palomas o tropezábamos con ellas --porque jodidas palomas, ¡son como ratas! ¡Como las ratas de los mercados de la ciudad de México! ¡Están en todos lados! ¡En las catedrales y en los hoteles y en los departamentos que ya son parte del patrimonio nacional pero que aún son ocupados por ancianas obesas, ancianas que seguramente ya están solas y muertas y que malvivían de rentas congeladas y que nos obligaron a escuchar sus penas mientras nos comíamos un helado frente a una plaza, una plaza sin nombre y atestada por más palomas y más iglesas y muchos sacerdotes y monjas! No hubo carnaval. No hay carnaval en verano en venecia pero hubo la filmación de un anuncio. Y como eramos turistas, y no cualquier tipo de turistas sino el tipo específico de turistas que no quieren hacer cosas demasiado turísticas pero lo suficientemente turísticas como para que se amarren a nuestros recuerdos, nos acercamos con sigilio a la filmación del comercial. Era una promoción para Master Card en la que unos turistas, turistas normales, se fotografiaban y gritaban en medio del carnaval típicamente veneciano. Pero como no era época de carnaval (era junio o julio, pero ciertamente no era febrero) el carnaval que estaba ahí era falso y las personas detrás de las máscaras eran falsas, es decir, era actores y los turistas normales también eran falsos. Todo era falso. Excepto nosotros y nuestras enormes sonrisas estúpidas y borrachas (porque bebimos en una fonda atendida por una señora malhumorada y ojete que nos corrió cuando vio que sólo pedimos una cerveza y pasamos horas o intentamos pasar horas en su mesa hasta que nos corrió, esperando turistas más normales y más ricos que pudieran desperdiciar más tiempo y dinero que nosotros), en fin, excepto nosotros que sí nos acercamos y nos tomamos fotografías entre los actores con máscaras venecianas --esas máscaras tan chingonas, tan Eyes Wide Shut, tan narigonas y fálicas y tenebrosas-- como si realmente fuera febrero y no el apestoso veranos que pasamos ese día ahí.
Tuvimos que hacer todo rápido, aquella vez, la visita a la plaza de San Marcos, y los tópicos sobre los puentes, y la cerveza, y el espantar a las palomas, porque ni siquiera estábamos durmiendo en Venecia sino en tierra firme, en un cochambroso hotel que se llamaba Mini Miami. Terrible.
Y en parte es mejor porque seguramente el carnaval de verdad me hubiera decepcionado. He estado leyendo Lejos de Veracruz, de Vila-Matas, a sugerencia de un amigo. El mismo amigo que llegados a Veracruz, hace unos meses, se decepcionó en cierta medida pues creía que todo sería mambo y cha-cha-chá y Rosita Boom Boom Romero, pero no lo fue, sólo fue un poco de café con leche en los portales y diarrea en el baño del hotel (al menos para mí). Y calor. Algo de calor tropical, pero ni demasiado ruido ni demasiado me siento el rey del mambo. El personaje de Lejos de Veracruz, Enrique, afirma por eso, al principio del libro, lo siguiente: "No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver".
Mi hermana está en Venecia, ahora. Fue a visitar el carnaval. Era una sorpresa. No se lo podía decir. La llevó su marido. Suena muy bien, eso, ¿no? Eso de tener a alguien y poderla aún sorprender con viajes como si aún estuvieran de luna de miel, aunque ya no lo están, pero están lejos y a salvo de mis juicios.
Por ahora.
Una amiga, recuerdo, me dijo una vez, en broma, que tal vez sería mejor que no nos conociéramos tanto para que así se mantuviera "perfecta en mi memoria". Creo que había cometido el error de decirle que era perfecta, en mi cabeza. No. No pudo haber sido eso, lo que le dije. Nadie dice eso. Nadie es tan desesperado como para decir eso ni tan atrabancado ni tan estúpido ni tan imprudente. Debí decir algo como Eres buena persona, en mi cabeza. O Eres a todo dar, en mi cabeza. Algo más moderado. Parece que quiero decir algo con esto, que tengo un punto, pero no es así. Sólo me parece curioso que haya leído a Vila-Matas por sugerencia de un amigo que se decepcionó más o menos de sus playas, y que Vila-Matas ponga a Sergio Pitol como personaje de su libro y que a Sergio Pitol lo haya conocido alguna vez y haya orinado en su baño y haya estado tentado a robar uno de sus cepillos --no así uno de sus peines-- y que todo en mi mente siga siendo unitario y femenino y sin hendiduras. O tal vez con algunas grietas, sobretodo en los bordes, pero que casi no se notan porque les puse mucha cola.

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