Thursday, February 24, 2005

Krankenhaus

Hay maneras de decir las cosas que no conozco. Maneras sutiles. Finalmente he recordado lo que quería contar ayer, cuando hablé sobre el hospital y mi hermana operada. Mi hermana sigue en reposo y los ojos cada vez más hinchados. Recuerdo estar en la cafetería del hotel, una cafetería con vista a la ciudad, una vista que mi hermana no pudo haber visto, cuando se me ocurrió algo que pude haber escrito. Hice una nota mental al respecto porque aún no consigo un cuaderno de notas para este tipo de cosas. El cuaderno de notas que quiero conseguir corresponde a una idea clara, fija y distinta. Debe ser de un tipo en especial, como el cuaderno que usa Indiana Jones en Los cazadores del arca perdida (en la escena de la excavación, cuando baja a la cámara secreta que contiene una maqueta de la ciudad perdida de no sé qué diablos) un cuaderno delgado amarrado con una liga. O bien, un libro pequeño de pasta dura, tamaño esquela. O bien, cuadernillos, también de pasta dura, tal vez forrados en piel, como los que usa el joven personaje de Finding Forrester. Como no tengo ninguno de esos cuadernos olvidé la idea mientras esperaba a que bajara el elevador. En ese momento me percaté de que olvidaba la idea pero no me importó demasiado porque se me había ocurrido algo todavía más interesante: Cómo es que en Alemania a los hospitales les llaman la casa de los enfermos (Krankenhaus) y cómo eso es algo demasiado cruel y deprimente. Por una razón a Maternidad le llaman Maternidad y no La Sala de Infantes Que Esperamos No Se Nos Mueran. Lo mismo con Cuidados Intensivos.
En eso estaba pensando mientras esperaba el ascensor y me distraía leyendo el directorio de la clínica. Y entonces vi un piso que se llamaba Fertilización Asistida, y me pareció de poco tacto, también, pero no tanto como este otro: La Clínica Del Dolor.
Suena a novela de Bellatin o a película de terror porno.
En el cuarto de recuperación le dije a mi hermana "Mira qué bonita vista te dieron", porque soy una mala persona. Y también: "¿De aquí quieres que vayamos al cine?". "Cállate baboso". "Vamos, te cuento la película". "Eres un idiota". Supe entonces que mi hermana aún estaba bajo los efectos de alguna droga porque normalmente no es tan agresiva. "Estoy tratando de hacerte reír. Soy como Patch Adams. Llámame Patch", le dije. Regresé a la cafetería.
En la cafetería recordé un mal anuncio publicitario. Un grupo de chicas guapas se sientan en una cafetería y platican. Recuerdo esto pero no el producto, ergo, mal anuncio. También recuerdo que había un momento en que la cámara iba en slow motion sobre la cara de una de estas chicas guapas. En el momento preciso que reía y que mostraba la lengua. Y recuerdo con mucho, mucho asco, que tenía la lengua amarilla por la cafeína. ¿No deben cuidar estos detalles los directores de anuncios publicitarios? ¿No deben los publicistas preocuparse por mostrar un mundo normal pero no cotidiano, perfecto, y sin manchas de cafeína? Deben. Es su labor, ésta. No mostrar la realidad, seducirnos, endulzarnos el día para que estemos dispuestos a recordar eso que venden, para que después se nos antoje compralo con la idea de que responde a una realidad mejor a ésta en la que cuando fumamos demasiado o bebemos cafeína la carne se torna amarilla. Si ni siquiera pueden hacer esto, ¿por qué seguir? Esto me hace sentir enfermo.
No puedo seguir.
No voy a seguir.

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