En los pasados días, el único soporte de mi escritura, al menos el principal, ha sido la tinta de mi Zebra y el papel de mis Moleskine. He escrito, muy poco, sobre el primer tomo de Tiempo y narración, sobre el libro X, XI y XII de las Confesiones de San Agustín y he ideado, en mi cabeza, los lineamientos para un cuento de tema africano que seguramente saldrá mucho peor de lo que lo estoy imaginando. Lo cual es ligeramente triste. Siento, por otra parte, y es raro pues hago actualizaciones muy cercanas unas de las otras, que no he escrito prácticamente nada en mi computadora. Esto es verdad. Ahora no estoy en mi computadora, que se estropeó y la idea de que no puedo seguir, por una parte, con mi diario y, por otra, con mi bitácora electrónica --si bien lo hago, pero no me siento del todo cómodo pues no lo hago desde mi propio teclado sino asaltando el de alguien más-- en fin, la idea, decía, me mantiene en una constante ansiedad.
No quiero escribir ese cuento de corte africano en papel. No quiero dejar que pase más tiempo en el que me vea obligado a escribir en cuadernos. Temo que me gustará demasiado. Temo que cambiará mi escritura. Temo que me dedicaré a escribir microgramas a la Walser y que la borrachera tecnológica se me pasará demasiado pronto, igual que la distancia, la maravillosa distancia, que me brinda el soporte digital. La materialidad de estos soportes, la cercanía que tienen con nosotros, la necesidad --es tanta que desespera.
¿Han intentado, los que escriben y escriben en computadora, dejarlo por un tiempo? Es liberador como es liberador salir a la calle sin reloj o sin celular. Es liberador como, imagino, sería no usar calzones en un día caluroso. Y es igualmente peligroso, sospecho. Ay, vivir sin todas esas cosas que creemos necesarias.
1 comment:
te mando un beso guapo. guapito.
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