En Ignoro cómo llegué con "esta mujer" a esta amplia y luminosa habitación, Walser relata, hacia el final, la horrible fábula que contiene los temores de muchas madres:
"En cierta ocasión leí un relato que comenzaba con las siguientes palabras: 'Una beldad perdió a su hijo'. Ella había salido a pasear con él por el jardín cuando de pronto irrumpió gente desde los arbustos de la que su razón la indujo a pensar que eran gentes que sólo ansiaban su propio beneficio. La visión del grupo, que a buen seguro abrigaba intenciones egoístas, le provocó un desmayo. Cuando recobró el conocimiento no acertó a discernir cuánto tiempo había permanecido allí tirada. Su hijo había desaparecido. Nunca volvió a saber nada de él, que con el tiempo se convirtió en un intelectual de primer orden".
¡La desesperación, el horror!
"En cierta ocasión leí un relato que comenzaba con las siguientes palabras: 'Una beldad perdió a su hijo'. Ella había salido a pasear con él por el jardín cuando de pronto irrumpió gente desde los arbustos de la que su razón la indujo a pensar que eran gentes que sólo ansiaban su propio beneficio. La visión del grupo, que a buen seguro abrigaba intenciones egoístas, le provocó un desmayo. Cuando recobró el conocimiento no acertó a discernir cuánto tiempo había permanecido allí tirada. Su hijo había desaparecido. Nunca volvió a saber nada de él, que con el tiempo se convirtió en un intelectual de primer orden".
¡La desesperación, el horror!
2 comments:
Tiene sus ventajas, sin embargo, ser intelectual de segundo orden. Y latinoamericano. Las faldas de mamá siempre estarán cerca para agarrarnos de ellas apenas nos mareemos. Ay, Memo©. Feliz día de las madres.
Véase también el cuento de J.E. Pacheco, "Tenga para que se entretenga".
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