Thursday, July 03, 2008

La metralleta vino antes que la máquina de escribir


Como en otras ocasiones, hace unos días visité la bitácora electrónica de Enrique G de la G a través de los hipervínculos de mi bitácora y en ella, a través de otro hipervínculo, leí este artículo sobre el modo en que las herramientas que usamos para leer o escribir cambian el modo en que pensamos o escribimos. Quizá ahora me ponga a escribir al respecto. Afuera llueve y es de noche. Tenemos tiempo. Se trata de un texto de la versión electrónica del Atlantic y posee un tono medio oscuro y de opinión: el resultado, digamos, de una persona rascándose la cabeza. Del gesto de posar el mentón sobre la mano. Enrique, quizá valga la pena señalar, rescata un fragmento, una probadita, en su bitácora sobre cómo Nietzsche confiesa sentir ese cambio en su escritura a partir del uso de una máquina de escribir. Es un bello pasaje, de tino histórico, de puntuación al margen. Hoy, pero no es que cambie de tema, en la oficina Óscar me preguntaba si yo había usado alguna vez una máquina de escribir o si había estudiado mecanografía. Era de día cuando me lo preguntó, una duda nacida en la niebla de la cotidianeidad. Ah, qué bella es la vida y sus sucesiones. En la escuela, le dije, me enseñaron mecanografía -en el teclado de una computadora- pero nunca había usado una máquina de escribir que no tuviera un teclado electrónico (el primer texto largo que escribí -unas cien cuartillas de una especie de diario que llevaba en la preparatoria y los primeros años de la carrera- lo escribí en una máquina de escribir marca Brother que zumbaba cuando la encendía y que tenía una especie de memoria). Lo cual es falso, antes ya había mecanografiado (esas tardes de encierro en la biblioteca en la secundaria norteamericana me vienen a la mente, galopantes). He jugueteado con máquinas de escribir. He tecleado con ellas. He enterrado mis dedos entre sus piezas metálicas, experiencia no libre de dolor. Pero, es verdad, no sé utilizarlas con la rapidez con la que uso los teclados. Siento diferencias entre el teclado de la PC y de la Mac. ¿Siento diferencias en mi modo de pensar a partir del advenimiento de los hipervínculos y la Internet? ¿Está "haciéndonos Google más idiotas", como sugiere el texto de The Atlantic? Si es así, no me percato de ello. No veo a mi mente como un animalillo del fondo del mar retorciéndose, envenenado. Las referencias y los saltos sinápticos antes que a la caótica red me recuerdan a un cajón de sastre, a una caja de curiosidades o, mejor, a un corcho tapizado con postales y reproducciones de arte, sostenidas por tachuelas. En fin, herramientas. Uno las usa. No al revés, creo. Opiniones. Es curioso cómo tenemos. Me pregunto sobre qué cosa interesante escribiré después. Parece que uno nunca para. ¿Puedo hacer de esto una vida noble y de utilidad para la sociedad? Es algo que vale la pena plantearse.

3 comments:

dm said...

takatakatakatakatakatakataka...

Olga Fabila said...

Que dolor de dedos tan raro te daba con las máquinas viejtitas, la única que alcance a usar era una Olivetti gris bien secretarial.

Enrique G de la G said...

Y acaso recuerdes cómo el uso de la Palm, con sus garabatos ésos, alteró nuestra grafía...