Sunday, October 19, 2008

Cierta locura en el Metrobús

Venía en el Metrobús leyendo Revolutionary Road. Me detuve en un párrafo cuando vi que un asiento se había desocupado (pues iba de pie). Era de noche, llovía y salía del trabajo. Me senté a lado de una persona, una mujer, quien comía una torta ruidosamente. Me pareció poco cortés levantarme de inmediato, probablemente hubiera notado que lo hacía porque me parecía desgradable. Así el superego. El olor de la torta y su ropa impedían que me concentrara en la lectura -John Givings estaba experimentando un colapso de nervios en casa de los Wheeler- así como el sonido del masticar se confundía con los besos babosos y ruidosos de una pareja de adolescentes que recién se había subido para ocupar el espacio que antes de que me sentara ocupaba yo. "¿Está el Negro con los leprosos? Comunícame con los destazados", dijo la señora después de un rato. Pensé que le hablaba a alguien más, no a mí. Ya iba en su segunda torta. Hablaba en una voz baja pero clara. "Hay mucha sangre. Le dejaron el estilete dentro", dijo después de un rato. Un círculo comenzó a dibujarse en mi estómago, endureciéndose. Los adolescentes no escuchaban nada, hablaban por teléfono, se besaban y sonreían. Una persona, detrás de mí, cuando la señora dijo: "Hay que darle sus vergazos", dijo en voz alta: "¿Perdón?", pero la mujer no contestaba. Seguía con su torta, ausente. Después de un rato habló con su Padre y con el Negro sobre algo que parecían pabellones blancos cubiertos de sangre, gente gritando y personas obligadas a sostener a otras personas que se movían violentamente sobre camillas. Insistía en que había mucha sangre y en que hablar más sobre los leprosos era "mucha cochinada". Pasaron varias estaciones de definitivamente no poder leer -alcancé a verle el rostro, flaco, de cejas tatuadas- cuando me levanté para bajarme. El Metrobús iba a reventar, ella llevaba una chamarra de franela y recuerdo que justo antes de que me levantara, dijo: "De veras, no dejan tragar en paz". Nos bajamos en la misma estación. Pero en lugar de ir a la calle, ella se subió en otro camión, en dirección opuesta.

5 comments:

Mariana said...

uuuusssh, qué buena historia, llermo. los locos de transporte público siempre me dejan un hueco en el estómago.

Adriana Degetau said...

Para qué leer con esos personajes enfrente.

Falma Telemna said...

sí, es una gran historia, sólo pude preguntarme momentaneamente ¿por qué esas cosas no me pasan a mi nunca? e inmediatamente después dar gracias porque no me pasan.

Por cierto, tendré el gusto de verte en la FIL, te pregunto aquí, porque aunque te veré el viernes, seguro no me pelas y seguro que se me olvida.

Olga Fabila said...

Ayer fui a cenar a Coyo con Clara. Mientras cenábamos pasaron 4 músicos. El último fue terriblemente malo, al finalizar de tocar se acercó a nuestra mesa y dijo con acento ¿argentino?:'Soy un compositor quieren cooperar con algo para mi hospedaje'. Ninguna de las 2 cooperamos y se fue. Pero el personaje parecía esquizofrénico, movía las manos como si callara a alguien atrás de el, me murmuraba algo.
Íbamos de salida y camino al estacionamiento nos dimos cuenta que estaba atrás de nosotras, no pude escuchar que era lo que gritaba pero iba platicando con la persona que antes estaba ahuyentando con la mano.
Clara me dijo que los locos le dan miedo. A mi también me dan miedo ese tipo de locos.
O.

Guillermo Núñez said...

Mariana, a mí me dejan un círculo duro.
Degetau, pues te digo que no pude terminar de leer.
Clara, no creo ir pero nos vemos el viernes.
Olga, no te creo, Clara dice que esas cosas nunca le pasan.