Ayer que bajaba en mi estación del Metrobús y que vi uno de los muchos OXXOs que están por mi casa pensé en la no muy lejana noche cuando me acerqué a comprar unas cervezas a través de la diminuta ventanita con la que está equipada la mayoría de los OXXOs -ya era noche- y que durante la transacción el hombre del OXXO me preguntó si había un hombre acostado junto a mí. Es decir, sobre la calle, oculto. Revisé (igual y estaba y no lo había visto, estas cosas pasan) y le dije que no, que no había nadie; se lo dije casi riendo, pero también preocupado -apenas preocupado- por el tipo de cosas que este hombre del OXXO tiene que pasar. Cuando se lo dije hubo una pausa y entonces el hombre decidió asomarse. No podía ver del todo, pues la ventana que lo mantenía seguro también reducía su campo de visión, pero aún así hizo su esfuerzo. No sé por qué hizo esto. Es decir, ya le había dicho que nadie estaba allí. ¿Para qué cerciorarse? ¿Por qué no confiar en mí? Tampoco sé por qué he estado pensando mucho en aquella mañana de septiembre cuando me encaminaba, hace años, a la universidad. Mi madre estaba ejercitándose en el gimnasio (hay un gimnasio en casa) al tiempo que veía la televisión. Normalmente veía programas de revista pero aquella mañana estaba viendo las noticias. Me despedí de ella pero antes de hacerlo, me preguntó "¿Ya viste lo que pasó?". Y vi, entonces, lo que estaba pasando, a través de la televisión. No dijimos mucho, mi madre y yo. Sólo veíamos. Pensábamos que era un accidente. No recuerdo mucho más de aquél día excepto que, en la universidad, la gente estaba preocupada y que yo no supe qué tan preocupada estaba la gente hasta que en clase de teología (estudiaba filosofía en la Universidad Panamericana) el sacerdote que nos daba la clase nos pidió que tomáramos un minuto para orar por las personas que estaban pasando por lo que vi en la televisión. Y rezamos, recuerdo.
Friday, January 29, 2010
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