¿Son halcones lo que están soltando, alevines míos? Qué bueno. Con eso también se caza, en efecto, cuando ya no se ve nada. No es miel lo que los halcones les clavan en el lomo a los conejos, y tampoco las abubillas, ¡ya paren la cantaleta! Son grandes y hermosas aves que cantan para copular y que también apestan, las pobres. Tú sí sabes de abubillas, ¿verdad, Hakem? No se comen, y tienen reservas para hablar de ellas. ¡Vamos, alevines! no ven nada, pero no se necesita ver para matar algo ahí adentro: los halcones ven por nosotros, son nuestros ojos y nuestros picos los que por alguna maravilla se echan a volar con ellos de un salto, cuando les quitamos la caperuza. Regresan llenos de sangre, con plumas recién arrancadas. ¿Codornices? ¿Otra cosa? Vamos, el duque se va a poner contento, esta noche tendrá gangas en su mesa. Y yo tendré a su mujer. Pondré a secar mis ropas, beberé lo doble, iré tranquilamente a sus habitaciones y me hunidré en ese tazón de leche. Qué sencillo y negro es todo alrededor de esa leche.
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