Monday, December 19, 2005

Roma, segundo día.

Sigo en el hotel. Supuestamente mañana miércoles no va a llover y estará muy despejado. Pero puta madre, pinche frío. Y lo peor: no me pude ir a Asís. Toma sólo una hora en tren (en la línea que va de Roma a Ancana), pero no conseguí boletos sino hasta mañana. Seguramente si hubiera ido a la estación lo habría hecho, pero estuvo lloviendo todo el día y no me desperté hasta pasadas las dos de la tarde. De todas formas, un español muy amable que atiende en la recepción de aquí (o que al menos habla con acento de español), me registró para uno de los trenes que salen mañana por la mañana --sale uno cada hora. Me explicó que la semana pasada se terminó la recolección de la oliva en Asís y que durante esta semana se celebra algo que se llama "el buen samaritano de la carretera", pero no me explicó en que consistían las festividades. El pueblo estará prácticamente muerto hasta el día 24 con las liturgias solemnes, los conciertos de música navideña y los nacimientos que se ponen en todo el pueblo (para entonces ya estaré de vuelta en México).
Desayuné, almorcé: Un huevo duro. Un jugo de naranja. Un café (muy bueno). No había prácticamente nadie más en el comedor, lo cual se me hizo muy raro. Los camareros me veían como si tuviera la peste.
Ahora no tengo sueño, es cerca de la medianoche y tengo ganas de salir. Toda la tarde me la pasé en el cuarto de hotel buscando, sin éxito, pornografía en los canales del hotel. Por alguna extraña razón, y a diferencia de otras ciudades de Europa, en Roma no hay pornografía en la televisión abierta. Leí un poco de You Shall Know Our Velocity pero pronto lo dejé porque me llené de envidia. Ni ganas me dieron de abrir el Vila-Matas, así que fui a la ventana donde vi pasar las motonetas en la lluvia durante un rato. "Me hubiera traído Una novelita Lumpen de Bolaño", me dije. Pero seguramente tampoco la hubiera leído. Me acordé de que el día en que fui a casa de mi novia para despedirme (¡apenas hace tres días!), me dijo, casi como una confesión, que cuando se sentía triste iba a Gandhi a comprarse un libro. Bromeamos sobre el tipo de libros que uno compra cuando está triste. La última vez se llevó Crimen y castigo y La náusea. Se me va a acabar el tiempo de la tarjeta prepagada --tienes que pagar unos cuatro euros por una tarjeta de veinte minutos en la recepción. Mañana, Asís.

1 comment:

Anonymous said...

Váyase a Nápoles con el doctor Pasavento, hágame caso.

V-M