Conseguí Nine stories de J.D. Salinger en la editorial Little Brown Books (que sí, son pequeños, pero blancos). Advierto: esta actualización está de hueva, es sólo para que se informen sobre un libro que leí recientemente. No puedo dejar de pensar que el cuento que más me gustó fue A perfect day for bananafish. Aunque, debo decir, el final me hizo sentir un poco engañado. Pues, ¿cómo puede terminar así, uno de los cuentos en los que se retrata con mayor fidelidad lo que debe significar ser feliz? ¿Cómo es eso posible? ¡Demonios! Oh, tienen, deben leerlo.
Según Sergio Pitol, sólo La guerra y la paz de Tolstoi había conseguido retratar la alegría --es mucho más sencillo, esto lo sabemos todos, escribir sobre la infelicidad. Pero A perfect day..., a pesar de su final, lo consigue. Apenas me acuerdo, neta, y empiezo a sonreír. Por supuesto, se los he echado a perder: llegarán al texto con expectativas. Si se animan a leerlo, conviene que olviden esta actualización y mi entusiasmo.
Hay un momento, léanlo, en el que Seymour Glass (miembro de una familia que aparecerá en repetidas ocasiones en este volumen de cuentos) le besa el pie a una niñita, en el mar, mientras la lleva mar adentro sobre un flotador; casi podía probar la sal del agua. El sol ardiente, la playa, el olor a bronceador.
Ahora estoy con Franny and Zooey, otro libro de cuentos (estos más extensos) también dedicados a miembros de la familia Glass. Este volumen también lo compré en la editorial Little Brown Books (era la única editorial que encontré en Books-a-Million, en Florida, pero está barata). Sin embargo, su último libro de cuentos, en los que también aparece la familia Glass, lo tengo en la editorial Back Bay Books (al igual que The Catcher in the rye) que hacen libros más bonitos, aunque más caros. Fue el segundo libro de Salinger que compré, el último que publicó. En éste, como se anuncia en su título (Raise High the Roof Beam, Carpentes + Seymour: an introduction) aparece de nuevo Seymour Glass --un personaje que, al menos hasta este momento, para mí, cobra importancia como cobran importancia los cuadros que ya no están en una habitación pero que sabemos que estuvieron ahí, durante mucho tiempo, presidiendo, protagonizando con toda su importancia, pero de los que ya sólo tenemos el rastro que dejaron atrás, ese pedazo de pintura descolorida, esa sombra que no se va.
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