Cuando un lector no disciplinado viaja lleva más de un libro en la maleta o quizá no uno indisciplinado sino uno que se conoce muy bien, que está al tanto de sus distracciones y debilidades. Para un viaje de tres días el lector no disciplinado del que hablamos, del que se conoce algo, lleva consigo un par de revistas, un libro de cuentos de Lovecraft, el nuevo libro de cuentos de Villoro y eso es todo. Termina el libro de Villoro, no abre el de Lovecraft, no abre una de sus revistas pero termina la otra en la que lee una columna de Hornby donde éste habla sobre sus lecturas y los libros que ha comprado últimamente y es un número viejo, de esta revista en particular, de septiembre de este año, y en la columna, por ello, aún se habla con novedad sobre The Road de McCarthy y con emoción, tal vez, pero también con una especie de advertencia: este libro es doloroso y difícil de leer, parece decirnos Hornby. Especialmente si te tratas de un padre.
Así que eso pasa una noche y al día siguiente el mal lector que nos ocupa se escapa de San Miguel Octopan con su padre para ir a San Miguel Allende donde conoce una librería que se especializa en darle de leer a los muchos Gringos Viejos que ahí habitan o están de paso y como el lector que nos ocupa es una especie de Gringo Viejo, sólo que sin ser viejo ni gringo, se siente muy agusto en la librería y muy contento cuando finalmente da, después de toparse con otro par de libros que buscaba desde hace tiempo, con The Road. Después, camina de vuelta al jardín frente a la iglesia, donde lo espera su padre, y platican un poco sobre todo nada y sobretodo la pasan a todo dar. Después, cervezas y martinis en un bar.
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