Wednesday, September 02, 2009

Sobre El Demonio de la Perversidad


Sigo con Poe y Poe sigue con su análisis minucioso del sentimiento de culpa -en mi edición, en seguida de El Demonio de la Perversidad, aparece El entierro prematuro; es como si se hubiera dividido en dos cuentos los temas que recorren tanto a El gato negro y a El corazón delator (la voz de la conciencia y cómo, si apagada, explota). Es cosa curiosa que estos dos textos aparezcan después de que, de nuevo, en mi edición, se presentaran dos obras donde el crimen o la muerte aparezcan como fenónemos sin consecuencias aparentes (El tonel de amontillado o La muerte escarlata) o donde fenómenos naturales se presenten como signos de la maldad (El descenso al Maelström, un texto que, como seguramente veré más adelante, encuentra más su lugar en las obsesiones marítimas que habrían de ocupar a Poe -cosa curiosa, incidentalmente, ayer leía que Verne escribió una continuación a su Las aventuras de Arthur Gordon Pym). Por supuesto, todo esto es signo de una mala lectura que busca, sobre todo, buscar afinidades entre los textos; por alguna razón, paso por alto narraciones que no se encuentran claramente relacionadas con aquellas, como El retrato oval o Un cuento de las Montañas Escabrosas (cuyo título, y esto lo digo nada más para hacer ruido, me hace pensar en At the Mountains of Madness, de Lovecraft).

Total que anoche leía El Demonio de la Perversidad y me sorprendió porque de los pocos cuentos que he leído es el primero que, durante un rato, bien podría sostenerse como un pequeño ensayo, un análisis detallado sobre la holgazanería. Copio un fragmento que me hizo pensar en lo perverso que soy por no haber acabado con el proceso de titulación de maestría, aún:

"Tenemos ante nosotros una tarea que debe ser cumplida velozmente. Sabemos que la demora será ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige, a grandes voces, energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar la tarea, y en la anticipación de su mangífico resultado nuestra alma se enardece. Debe, tiene que ser emprendida hoy y, sin embargo, la dejamos para mañana; ¿por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos esa actitud perversa, usando la palabra sin comprensión del principio. El día siguiente llega, y con él una ansiedad más impaciente por cumplir con nuestro deber, pero con este verdadero aumento de ansiedad llega también un indecible anhelo de postergación realmente espantosa por lo insondable*. Este anhelo cobra fuerzas a medida que pasa el tiempo. La última hora para la acción está al alcance de nuestras manos. Nos estremece la violencia del conflicto interior, de lo definido con lo indefinido, de la sustancia con la sombra. Pero si la contienda ha llegado tan lejos, la sombra es la que vence, luchamos en vano. Suena la hora y doblan a muerto por nuestra felicidad. Al mismo tiempo es el canto del gallo para el fantasma que nos había atemorizado. Vuela, desaparece, somos libres. La antigua energía retorna. Trabajaremos ahora. ¡Ay, es demasiado tarde!"

*Más adelante Poe escribe sobre el vértigo en términos que me hacen pensar si todo aquello que decía Bolaño sobre el abismo y cómo el escritor debe mirar dentro, no lo habrá sacado de esta visión romántica: "Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos".

1 comment:

Nena said...

Procastinación,que no pereza. Al menos yo que soy una gran procastinadora de la vida aplico/vivo las diferencias. HUm