Ayer en el Xel-Ha un hombre con saco de pana entró rápidamente para saludar y entregarle a un mesero un libro de Carl Sagan y uno de editorial Anagrama, no alcancé a leer los títulos; se dieron un abrazo y se despidieron, una mujer esperaba afuera al hombre de saco. Entonces el mesero se dirigió a la barra donde se puso los lentes y examinó por encima los libros, al parecer los estaba esperando.
Hoy en el taxi rumbo al trabajo una mujer vestida con gorra, lentes oscuros y un uniforme que consistía en un pants pegado le entregó al taxista una muestra de shampoo. Me ofreció una también pero le dije que no, gracias. El taxista me dijo, ¡acéptelo joven, es shampoo! No supe qué decirle, en parte paralizado porque en realidad el taxista me gritó y porque de inmediato -no sé por qué- pensé en aquél título de un cuento que Dave Eggers escribió bajo el pseudónimo de Lucy Thomas, People should not laugh at savings. Estuve a punto de decirle que a) tenía razón, que debí haber aceptado la muestra, y de b) explicarle que no necesitaba shampoo, que tenía en casa; pero no me decidía. Entretanto, el taxista reveló que la razón por la que debí aceptarlo es que uno no debe hacerle el feo a esas muchachas; murmuró algo más que no alcancé a escuchar porque -y aquí sólo especulo- bajó la voz avergonzado de lo que estaba diciendo.
Hace rato vino una jovencita a entrevistarse para una posición aquí, en la revista donde trabajo, como becaria. Traía un libro de Carl Sagan. No alcancé a leer el título.
Hoy en el taxi rumbo al trabajo una mujer vestida con gorra, lentes oscuros y un uniforme que consistía en un pants pegado le entregó al taxista una muestra de shampoo. Me ofreció una también pero le dije que no, gracias. El taxista me dijo, ¡acéptelo joven, es shampoo! No supe qué decirle, en parte paralizado porque en realidad el taxista me gritó y porque de inmediato -no sé por qué- pensé en aquél título de un cuento que Dave Eggers escribió bajo el pseudónimo de Lucy Thomas, People should not laugh at savings. Estuve a punto de decirle que a) tenía razón, que debí haber aceptado la muestra, y de b) explicarle que no necesitaba shampoo, que tenía en casa; pero no me decidía. Entretanto, el taxista reveló que la razón por la que debí aceptarlo es que uno no debe hacerle el feo a esas muchachas; murmuró algo más que no alcancé a escuchar porque -y aquí sólo especulo- bajó la voz avergonzado de lo que estaba diciendo.
Hace rato vino una jovencita a entrevistarse para una posición aquí, en la revista donde trabajo, como becaria. Traía un libro de Carl Sagan. No alcancé a leer el título.
3 comments:
¿murmulló? ¡murmuró!
el taxista tiene razón, no hay que hacerle el feo a esas muchachas. ay, llermo.
No sé qué andas viendo que no registras los títulos de los libros. Ay, Memo. ¡Y acepta el shampoo!
Corregido Mariana, gracias. Abrazos.
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