Es curioso que a esta hora de la tarde, aún dentro de la oficina, recuerde a aquél profesor de inglés de la preparatoria que sin decir agua va un día nos contó la anécdota del tortero que le preguntó a su esposa qué quería en su torta. Este profesor en particular ya tenía una edad avanzada y pasaba gran parte de su tiempo, sospecho, preguntándose cómo haría para enseñar inglés a un grupo de alumnos que no estaba realmente interesado en tomar clases de inglés. Imagino que es así como aquél día llegó a la clara conclusión de que debía contarnos una historia graciosa. La idea de una historia graciosa, para este hombre cano y arrugado, era contarnos que su esposa, un día, le respondió al tortero que ella prefería su torta sin nada. Acto seguido el tortero le puso todos los ingredientes a la torta. Cuando la señora probó la torta -no vio, imagino, cómo la preparaban- dijo que qué le pasaba, que traía chile, que ella no quería nada, que se lo había dicho a lo cual el tortero dijo, ¡Oiga, pero usted me dijo que sin nada!, o sea, ¡con todo!, y el tortero buscó la simpatía del esposo de la señora, nuestro profesor de inglés, quien, de inmediato, le contestó que, ¡en efecto!, ¡sin nada es con todo!
Yo no sé si esto le había ocurrido la noche anterior al profesor o si había sido algo que recordó de hace años, pero sí recuerdo que a nadie le causó gracia pero nadie le dijo que esta muestra de ingenio también era una muestra de, digamos, injusticia, pues para efectos prácticos sólo un ojete entenderá que cuando alguien no quiere nada en su torta dirá algo tan claro como que la quiere sin nada, y sólo un ojete -o un hombre muy cansado- preferirá ponerse del lado del tortero que de su esposa, a pesar de las posibles ambigüedades semánticas que la proposición de ésta al pedir sus alimentos podría presentar. Ahora se me ocurre que la razón por la que ninguno de los alumnos le dijo esto al profesor es porque es mejor vivir y dejar vivir. Que ande, que cuente sus chistes y nos de la lección. Pero, claro, nadie, tampoco, lo acompañó en su risa.
Yo no sé si esto le había ocurrido la noche anterior al profesor o si había sido algo que recordó de hace años, pero sí recuerdo que a nadie le causó gracia pero nadie le dijo que esta muestra de ingenio también era una muestra de, digamos, injusticia, pues para efectos prácticos sólo un ojete entenderá que cuando alguien no quiere nada en su torta dirá algo tan claro como que la quiere sin nada, y sólo un ojete -o un hombre muy cansado- preferirá ponerse del lado del tortero que de su esposa, a pesar de las posibles ambigüedades semánticas que la proposición de ésta al pedir sus alimentos podría presentar. Ahora se me ocurre que la razón por la que ninguno de los alumnos le dijo esto al profesor es porque es mejor vivir y dejar vivir. Que ande, que cuente sus chistes y nos de la lección. Pero, claro, nadie, tampoco, lo acompañó en su risa.
2 comments:
¡Ja ja ja ja ja! Yo esperaba el albur del tortero: le rellenó la torta con todo a la señora. Ay, Memo.
Dos cosas me provocaron lástima: la historia con fines pedagógicos y ser parte del sistema educativo mexicano.
Muy divertido aquello de la ambigüedad semántica, por ejemplo: el mismo torero podría haberle dicho a su esposa que tenía un carácter muy versátil, y velar así un insulto. Sospecho que tampoco habrán risas y que siempre es ojete valerse de la ambigüedad.
Y, por cierto, ya había escuchado la anécdota: tal vez sea parte de algún manual pedagógico de urgencia.
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