Wednesday, December 21, 2005

Assisi-Roma, cuarto día.

Anoche decidí que no había nada realmente a lo que tuviera que regresar en Roma, a no ser mi anónima y desocupada habitación de la Villa Tinorio, así que decidí tomar una habitación muy barata en un hotel que se llama Dei Priori, aquí en Asís. El hotel está en un edificio que, con sus constantes remodelaciones, ha conseguido estar en pie desde 1400. Los nacimientos iluminan la mayoría de las calles y hace mucho, mucho frío. Pero, por alguna razón, no me parece tanto como en Roma. Traigo mi único abrigo, ropa interior térmica (cinco mudas en total), y varias capas de playeras --un solo suéter. La mejor época para visitar, entiendo, es en verano así que no hay demasiados turistas. Debo decir que, también a diferencia de Roma, Assisi es un lugar muy alegre y espiritual.
Ayer, después de comer en la estación me subí a un camión que trajo a unas cuantas personas al pueblo. Se paró en tres ocasiones distintas antes de llegar a Assisi --al final sólo quedó una pareja de japoneses, o de chinos (no sé distinguirlos, es terrible pero cierto), y cuatro chicos sudamericanos. En realidad, un chico y tres niñas a quienes preferí no dirigirles la palabra. Como equipaje llevaban pequeñas maletas cuadradas, de esas que parece tienen todas las aeromozas y pilotos, esas que, por alguna razón, exasperan cuando las vemos rodar por los aeropuertos. Exactamente cómo rodarían las rueditas subiendo por la gran puerta medieval que da entrada al pueblo y a través de las calles empedradas, lo ignoro. Visité muchas iglesias, comprendí más o menos por qué se puede ser santo aquí y vi a Dios. No lleva barbas blancas ni batas largas, es más bien como una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. No es un Dios sangrante ni crucificado. Es más bien como una mente que engendra la palabra y persevera en la unión. Me compré una pequeña medallita con la imagen del santo.
Cuando conseguí la habitación subí de inmediato y abrí una ventana y dejé que el frío me pegara en la cara. Abajo, un grupo de frailes (franciscanos) tenían a varios muchachos sentados en un círculo. Distinguí entre ellos a los sudamericanos. Estaban jugando algo, era como encantados, no sé, el caso es que tenían que correr alrededor del círculo y volver a su lugar antes que otra persona lo ocupara. Parecía divertido y debí haber bajado, pero me sentía muy cansado. Y algo triste. No sé por qué. Extraño a Mariana. No había televisión en mi cuarto.
¿Qué estoy haciendo aquí?, me pregunté por la noche, acostado. "Estás buscando de qué escribir", me dije con una voz que no era la mía, "crees que el único tema que vale la pena no es el amor ni la muerte, sino el viaje o la persecución". Y después me callé un rato. Y me agregué: "Estás buscando a Dios". Pero Dios es aquel a quien la mente sólo conoce en la ignorancia, me dije, la tiniebla que permanece en el alma después de toda luz, un amor que en cuanto más se posee más se esconde, el único que vive del pensamiento de sí mismo. Y dormí tranquilo.
Hoy el sol entró como un grito y vi un cardenal rojo en la ventana. Casi no me la creía. De las treinta y cuatro habitaciones, de los cuatro pisos del pequeño hotelucho, el cardenal había decidido posarse en mi ventana. Tal vez lo mandaron poner ex-profeso. Cuando estaba listo para salir, supe que la única razón o explicación de mi viaje y que se está comiendo todos mis ahorros y que probablemente me enemiste con mi familia durante varios meses, es que una amiga me dijo que no tenía un espíritu aventurero.
En el tren de vuelta a Roma, decidí que mañana tomaré un tren a París. Toma como día y medio, es más barato que el avión y me alejará de una vez por todas de esta jodida ciudad. Aunque tal vez debería tomarlo por la noche, así dormiría al menos la mitad del trayecto. Tendré que cambiar mi boleto de avión para el regreso a México. A nadie le importa, en estos cuatro días nadie me ha escrito preguntando por mí.
O bueno, sí, un amigo me dejó un mensaje aquí. Creo que fue Julián. Opina que debo ir a Nápoles a visitar al Dr. Pasavento. Según yo el Dr. Pasavento estaba en la Patagonia. No lo sé. Yo iré a París y visitaré, entre otras cosas, la Rue Vanue.

3 comments:

david-. said...

Sin duda, el texto más inspirado (o algo así) que te he leído, amigo. Recomiendo que no hagas viajes solo. Pero estás siendo sobre-duro.

Anonymous said...

No es Vanue sino Vaneau (que se lee Va-No)

Va no. No vayas a Nápoles,ya no.


V-M (Matas,no Julián ni Julianín)

lafiebredelmono said...

es mejor viajar solo. se viaja tambien por el interior de uno mismo.