Aclaremos algunas cosas. Creo que es momento de hacerlo. Hace unos días estuve tratando de convencer a unos amigos de que en realidad no me encontraba en Mérida sino en el D.F., pues ya alguna vez, en esta misma bitácora electrónica, había escrito sobre dos viajes falsos que había hecho al extranjero. Uno de ellos se descubrió, lo cual me pareció bien y sensato, pero otro no, lo cual me parece fantástico pues tomó una elaboración mucho más complicada, así como la complicidad de algunos amigos (Z.). Lamentablemente, para esta última tuve que faltar a la boda de una amiga. No sé precisamente por qué hago estas cosas.
Pero claro que sé. Supongo que me encanta la idea de crear mitos alrededor de mi persona, como alguna vez me lo hizo notar Alejandro Vázquez --una de las personas a quien traté, con bastante éxito, en mi opinión, de convencer de que me encuentro en el D.F. Ahora la trama se complica: me percato, poco a poco, de que mi situación se falsea un poco a la sombra de "An interruption", el postscript que Eggers introdujo en su novela You shall know our velocity, una especie de novella que introdujo en la segunda edición del mismo libro, bajo el nombre de Sacrament. En esas hojas, habla Hand, el personaje secundario de la novela, con la intención de desmentir los testimonios de Will, el protagonista. Siempre me pareció un ejercicio muy divertido, pero creo que lo que más me atrajo fue la idea de que alguien viajara a un lugar para encerrarse con la intención de postergar un trabajo, sólo para toparse, al llegar, con un terrible clima que lo obliga a trabajar en lo que planeaba postergar (aclarar la historia contada por Will, en este caso). También ahí, como ahora nos pasó, llueve continuamente --aunque debo decir que los dos días pasados el clima mejoró, podría ser mejor, pero al menos pudimos salir, M. y yo, a Mérida con Julián para beber por la noche con sus amigos y al otro día para comer mariscos y a comprar libros en la Dante (que, lamentablemente, casi no tiene nada).
La manera en que aquella lectura ha falseado mi narración: no planeaba escribir sobre las maneras en que me he divertido hasta ahora sino hasta más tarde, digamos por ahí del martes o miércoles próximo (regreso el jueves), pues así pasa en la novella relatada por Hand. La verdad es que cuando estoy con M. me resulta imposible aburrirme. Pero planeaba escribir como así fuera, como si inevitablemente la convivencia en interiores (que ya ha sido interrumpida en más de una ocasión) nos obligara a retirarnos a nuestros correspondientes rincones para leer nuestros libros --M. trajo algo de Lodge, a quien yo no he leído, y 2666, que le presté. Bajo el mismo espírito, confesaría que le arranqué las primeras cincuenta páginas y las últimas cincuenta a mi Moby Dick. Las primeras porque ya las leí y las últimas porque no pienso acabar el libro para entonces. Y pensaba escribir esto porque es uno de los gestos más literarios y práctico o curiosos que he leído de un personaje que disfruta leer (así lo hace Will en la novela de Eggers, con su biografía sobre Churchill, pues era el único libro que se llevaría en su viaje mundial de una semana de duración; no quería llevar demasiado bulto.)
Por supuesto, no le arranqué las hojas a mi libro. Y no es el único libro que traje. También viene La cartuja de Parma y ¡Tierra, tierra! Pero la verdad es que uno lee poco acá, a veces, más bien, por las noches, cuando ya no hay nada de qué platicar, ya no hay nada bueno en la tele, ya no hay ruidos que vienen del canadiense o ya no hay nada qué cocinar. Es buena la vida. Luego, a veces, poco narrable.
1 comment:
no estás en el df y nunca me convenciste
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