Mi auto se inundó de malas noticias apenas encendí la radio al salir hoy de casa, por la mañana. Me costó más de un trabajo descifrar que no se estaba hablando de la granizada de anoche (pasé tres horas en el tráfico) ni de las manifestaciones sino de las muertes y los ataques de los atentados de Israel a Líbano. Me costó trabajo porque el tono era el mismo con el que se recitaban los números, las estadísticas, las opiniones y malas noticias durante la semana pasada, la noche anterior, el mes entero y el último decenio. Todos deberíamos preocuparnos. Nuevas pruebas científicas demuestran que pasaremos un mal rato, como todo mundo sabe está a punto de estallar una nueva reserva de petróleo, está en boca de todos que los cuerpos ya llegan a los miles, las reservas ecológicas son debastadas, dicen, millones de niños mueren de hambre, afirman, las personas son un diez por ciento menos feliz que hace un minuto.
Apagué la radio. O le cambié a una estación de rock donde ponían una canción de Clap your hands and say yeah! No lo recuerdo pues me distraje con la idea de lo infelices que han de ser los comunicólogos y los reporteros, hombres prácticos condenados al escapismo. Oncólogos capaces de diagnosticar, pero no de dar buenas nuevas ni informes, con hechos duros, de que la cura vendrá pronto. Cada que veo a un reportero sonreír, sé que no están hablando en serio.
1 comment:
por eso es mejor un filósofo que llega y se sienta a pensar. y ya. o qué.
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