En esta actualización sólo diré una mentira. Estaba leyendo en la bitácora electrónica de Iván Thays (atiborrada de noticias literarias) una sardónica nota sobre J.K. Rowling, a quien nunca he leído. En ella, se relataba cómo fue que esta señora estuvo a punto de no subirse a un vuelo que iba de Nueva York a Londres pues no quería mandar con el equipaje el ejemplar del manuscrito del último libro de su conocido personaje, alegando que "Buena parte del texto fue escrito a mano y no había ninguna copia de lo que escribí durante mi estadía en Estados Unidos. Afortunadamente ellos me dejaron llevarlo, atado con elásticos".
Yo sólo he perdido manuscritos en dos ocasiones, una definitiva, otra temporal. No hace mucho mi computadora se volvió loca. Y pensé que lo había perdido todo. Mi novela, mis novelas iniciadas, mis cuentos, mis fotografías de Refu. Todo. Pero después de un retiro en un sanatorio suizo, de fármacos y terapias de alto impacto, mi computadora retomó su sano juicio y pude recuperar todos mis documentos --excepto aquella novela que llevaba ya como quinientas páginas. Esto fue una especie de alivio, pues no veía para cuándo terminaría aquello o si sería algo bueno que lo terminara (toda estaba armada de la siguiente manera: "Esta es la primera línea de la novela. Esta es la segunda línea de la novela. Esta es la tercera frase de la novela y le sigue la cuarta. A esta línea, la cuarta, la seguirá la quinta. En esta quinta línea ya ven más o menos a dónde voy con todo esto. Sexta línea. Séptima.") Aunque probablemente podría reproducir las quininentas o más cuartillas, creo que esa pérdida ha sido uno de los eventos más liberadores de mi vida --algo así como al personaje de Chabon, el Prfs. Tripp, quien pierde el manuscrito no guardado de su novela de más de mil páginas. "I just couldn't stop", se lamentaba.
Así que pienso en mi amigo Julián Zárate, que quemó su diario. Pienso en la segunda parte de Almas muertas, incineradas. En el obseso de Rulfo y sus dos libros. En todos los libros no escritos que Vila Matas se lamentó de no introducir a su Bartleby y compañía. Podría seguir por ahí, pero preferiría no hacerlo. Así que para finalizar sólo recordaré a Chautebriand, quien llevaba el manuscrito de su Atala y de su recién terminado viaje a América envuelto en sus camisas cuando, de vuelta a Europa, se adjuntó al ejército bretón de los Príncipes. El peso de estos manuscritos, añadido al de sus camisas, su capote, su cantimplora de hojalata, su frasco recubierto de mimbre y su Homero, lo hacían escupir sangre:
"La Providencia vino en mi ayuda", escribió más tarde, "una noche, tras haberme acostado en un pajar, no encontré mis camisas en la mochila cuando desperté; había dejado los papelotes. Bendije a Dios: este contratiempo, asegurando mi gloria, me salvó la vida, pues las sesenta libras de peso que portaban mis hombros habrían acabado por causarme mal de pecho".
¿No les recuerda esto a Will, el personaje creado por Eggers para su You shall know our velocity? Quitó las primeras y últimas páginas de su biografía de Churchill, preparándose para su viaje alrededor del mundo, pues abultaban demasiado su mochila. Me pregunto si no nos sentiríamos todos, la humanidad, increíblemente liberados cuando las bibliotecas y los archivos electrónicos ardan.
4 comments:
sabes estuve pensando por qué me incomodaba leer tu blog y llegué a la conclusión de que es por el formato, considerarías cambiar los colores?
Cuenta Alejandro que cuando uno le ofrecía a Inzi llevar su portafolios o prestarle ayuda con sus papeles, se negaba: "Llevo inéditos".
Saludos.
y comenzar de nuevo... siempre comenzar de nuevo.
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