Thursday, January 24, 2008

Hablar sobre libros

We cannot read the same works for ever.
William Hazlitt, On The Pleasure of Hating.

We know only four boring people. The rest of our friends we find very interesting. However, most of the friends we find interesting find us boring: the most interesting find us the most boring. The few who are somewhere in the middle, with whom there is reciprocal interest, we distrust: at any moment, we feel, they may become too interesting for us, or we too interesting for them.
Lydia Davis, "Boring Friends" de Samuel Johnson is Indignant

Leía el otro día esta entrevista que le hicieron a Guillermo Fadanelli. Me gustó que dijera lo siguiente: "-Para mí la literatura es una extensión de la amistad, y por suerte hay una larga lista de autores que considero mis amigos, aunque no todos los libros que han escrito me interesan: Philip Roth, Thomas Bernhard, Jorge Ibargüengoitia, Rubem Fonseca, Roberto Arlt, Fernando Vallejo, entre muchos otros". Me gustó por la sensatez con la que lo dijo. Especialmente porque esa analogía que se hace comúnmente entre los libros y los amigos, los autores que no están, se me dificulta. No había vuelta de hoja, pensaba; siempre pensé que preferiría un amigo a un buen libro. Por mucho tiempo se me hizo algo de viejo cascarrabias, esto: prefiero libros a platicar contigo. Algo que probablemente diría un hombre sesudo, auto suficiente. Alguien que, aunque me gustaría ser, decididamente no soy. Alguien como Salinger, digamos.


Recordé, a su vez, este artículo, de Brenda Lozano, que había leído hace tiempo. Especialmente por las siguientes líneas: "Ganas de tomar el teléfono, y no El guardián entre el centeno, a la mitad de la noche, para salir por un trago con Holden Caulfield. Ganas de que Elisabeth Costello toque a nuestra puerta y no en una de las novelas de Coetzee. Ganas de cometer alguna infracción con el auto para llamarle a Joseph K., quien amablemente podría acompañarnos al ministerio público, aligerando con sus anécdotas el camino. Ganas de ladrarle a un niño en el parque, a Carlitos de Las batallas en el desierto para desconcentrar sus pensamientos amorosos. Con hambruna, consultar a Toru Watanabe para pedir sushi y no salivar leyendo Tokio Blues. Hablar de desamor con Arturo Bandini, preguntarse, entre copas, si el último amor todavía nos quiere, y, conversando entre risas, olvidar que Bandini es de Fante. Llevar en la agenda estos teléfonos, llevar otros por si hacen falta. Mezclar por igual los números de los amigos y de uno que otro personaje ficticio".
Pero, a ver. Dos pasos atrás. Platico con Rodrigo el otro día y estamos recordando el examen profesional de Miguel Ángel Marcos, años atrás. Ni Rodrigo ni yo recordábamos haber visto al otro durante el examen. Yo llegué tarde. "Yo también", dijo Rodrigo. Probablemente íbamos juntos, pero ya no lo recordábamos. Lo que no olvido es que la tesis de Miguel giraba en torno a la amistad, específicamente sobre una paradoja que notaba en la virtud, tal y como la exponía Aristóteles: la mejor amistad se da entre iguales. Era de esperarse, además, que la mejor amistad se diera entre los mejores hombres. Pero los mejores hombres -creo que iba más o menos así- son los más virtuosos, los más autosuficientes. Los que menos necesitan amigos. A su vez, se hacía hincapié en el hecho de que el mejor momento para hacer amistades, amistades buenas, es en la madurez. Cuando, de nuevo, uno ya no necesita tanto de los demás. Hace años que no veo a Miguel. Sin duda, es uno de mis mejores amigos. Y también, una de las personas más virtuosas que conozco. Creo que no había solución a la paradoja, tal y como la planteaba Miguel. A su vez, me parecía una especie de pseudoproblema. Pensé en todo esto a partir de las siguientes líneas de Hazlitt:
There is a class of persons who have a particular satisfaction in falsifying your expectations of pleasure in their society, who make appointments for no other ostensible purpose than not to keep them; who think their ill-behaviour gives them an air of superiority over you, instead of placing them at your mercy; and who, in fact, in all their overtures of condescending kindness towards you, treat you exactly as if there was no such person in the world. Friendship is with them a monodrama, in which they play the principal and sole part [...] The egotism would in such instances be offensive and intolerable, if its very excess did not render it entertaining. (Hazlitt, en On the spirit of obligations).
Estos autómatas, capaces de llevar esta inconciencia de todo excepto ellos mismos, ¿son los mismos que los hombres virtuosos que son autosuficientes? No, por supuesto. Pero, ay, ¿dónde están los hombres virtuosos? Me temo que esos hombres a los que uno admira tanto realmente no existen. Existe gente como Salinger, eso sí. Y como Pynchon. Hombres realmente modernos, en sus, lo que se dice, torres de marfil.
Por lo mientras, en mi habitación, a donde entro todas las noches y últimamente todas las tardes y mañanas, están mis libros. Algunos de ellos son libros magníficos. Pero libros al fin. Y supongo que ahora lo que voy a hacer, amigos -pues esto lo he escrito para mis amigos, los que conservo y los que he tenido- es darles un pequeño consejo. Hoy encontré una cura. Digamos que ustedes se encuentran en la situación en la que se ven obligados a dejar de frecuentar o ser frecuentados por un amigo de verdad. El tiempo pasa, ya lo saben. Las cosas, a su vez, suceden. La analogía libro-amigo les vendrá a bien. Escribe, una vez más, Hazlitt:
The most amusing or instructive companion is at best like a favourite volume, that we wish after a time to lay upon the shelf; but as our friends are not willing to be laid there, this produces a misunderstanding and ill-blood between us.
Algún día releeré a Bolaño, que me pareció bueno, cuando lo leí. Pero no pronto. Teman, digo yo, al hombre de un solo libro.

1 comment:

Anonymous said...

Decía Montaigne respecto a la educación de los niños, que había que evitar que estos se encerraran en los libros, so peligro de que sus ansias de aprendizaje los brutalizara y los volviera socialmente impotentes.

Y Motaigne siempre tenía razón, en casi todo.


Saludo.