Originalmente éste iba a ser un correo electrónico dirigido a un amigo pero leer otros blogs me estimularon a escribir lo que yo puedo juzgar, sin demasiado distanciamiento, como una honestidad mediocre que me puede llegar a preocupar en los momentos en que sin estar escribiendo estoy narrando, pero no es esto de lo que quiero hablar. Va más por el lado de que voy en el camión leyendo Huesos en el desierto, que me prestó un compañero de la oficina, y leo y leo sobre los crímenes pero la verdad es que me pierdo en los datos, en la falta de historia y en palabras con un peso específico, en expresiones clínicas y desapegadas como "decúbito ventral" que por supuesto me refieren a catálogos ficticios, pero no sin menos peso, como el del extenso capítulo-novela que se encuentra en 2666, "Los crímenes". Me pierdo también en el camión, entre todas las personas. Pero no es camión, es el Metrobús, y alguien apuntaba en que ir en el Metrobús ciertamente no es como ir en el camión. Mucho menos como ir en el metro. Uno, en el Metrobús,no le dirigirá la palabra a otro pasajero a menos que se tope con el caso raro de una persona que está leyendo un libro que uno conoce (se sentirá abochornado por esto, no lo olvide) ni olerá las cajas de unicel que utilizaron los meseros que ahora descansan para transportar pescado del restaurante donde trabajan (como en el metro, para gran risa de ancianas y chicas morenas y rellenitas) sino que le mandará un mensaje irónico y chistoso al amigo que se quedó encerrado en la oficina, llamándolo "lacayo" -y pensando, todo el tiempo, no, resguardando en su interior la memoria enterrada del cuento Los crímenes, que sucede a altas horas en una oficina en El secreto del mal, también de Bolaño. Uno en el Metrobús, pues, sin nadie a quién hablarle, sentirá miedo. Hasta aquí, pues, mis azotes socioeconómicos.
Me pierdo, decía, entre la muchedumbre del Metrobús y observo entre página y página a una güerita que por azares del destino no pudo subirse en la parte de las mujeres sino en la parte de los hombres y mientras la veo atentamente preguntándome cómo es que no se ve incómoda y cómo es que no se le arriman -como en todas las historias que he escuchado- me sorprendo a mí mismo mirándola con atención y ella volteándose, sintiéndose incómoda por mi mirada.
Por supuesto, mi padre se compró un automóvil. No sólo un automóvil sino uno que me hará sentir incómodo cada vez que él se queje sobre la inseguridad en la ciudad y en el país pero sobretodo cuando estoy utilizando la curiosa anécdota como eso, una curiosa anécdota que presento a los demás como algo digno de contarse, un signo de los tiempos en los que vivimos. Contrastes, ironías, todo agotador. Así que busco en otro lado y donde busco es en mi adolescencia, aquella vez que en el Bull Dog, a punto de estar borracho, me perdí de la conversación de los amigos de entonces para poner mi atención en el mural del bar y leer en algún lugar, allá arriba, la frase "desierto de aburrimiento" que ahora me suena (en el correo que iba a mandar a mi amigo iba a añadir algunos detalles sobre aquella noche que son, veo, demasiado bochornosos como para escribirlos acá).
Mucha gente, mucho espacio. El tedio nos orilla. Comienzo a anotar con palabras cortas, menos apuradas, cuando no tengo absolutamente nada sensato que decir sobre una situación. Cuarenta días en el desierto está bien, una ciudad entera toda una vida no tanto.
6 comments:
Your blog is so clean and neat.
Acosador de güeritas y de lectores: no entendí el brinco del Metrobus al coche nuevo e inseguro de tu padre. Jitomatazos para ti, Ay, Memo©.
Pff, sale sobrando mi comentario, pero... grande, Guillermo. (Como si lo grande fuera bueno, aunque tú y yo sepamos que no es así, pero nos hemos acostumbrado a usar las palabras que la mayoría —de más estatura que nosotros— nos ha impuesto). Grande. O pequeño, pues.
¿No es de Saturnino Herrán ese pepenador? ¿O qué bzw de quién es?
¡Ah...! Goitia, right!
jejeje, jitomatazos!!
me gustó tu post memo!
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