Monday, September 21, 2009

Reconocer las virtudes menos luminosas

En más de una ocasión he escuchado el curioso tropo de "francotirador" cuando alguien se refiere a un crítico, específicamente al tipo de crítico mordaz que rara vez dice qué le gusta para, la mayor parte del tiempo, decir qué es lo que no le gusta, y destruirlo con sus tiros certeros. Hace unas horas leía en la compilación Fuera de la literatura de Joseph Conrad (edición de Miguel Martínez-Lage), lo siguiente:

"Poseer el don de la palabra no es nada del otro mundo. Un hombre provisto de un arma de largo alcance no se convierte en cazador o en guerrero por la mera posesión de un arma de fuego; son necesarias muchas otras cualidades y se precisa de un determinado temperamento para que llegue a ser una cosa o la otra. A quien posea un arsenal de frases en el que una de cada cien mil tal vez acierte a dar en la lejana y huidiza diana del arte le pediría yo que en sus tratos con la humanidad fuese capaz de reconocer como debe sus virtudes menos luminosas. No le querría yo impaciente con las flaquezas y defectillos del ser humano, ni desdeñoso de sus errores. Tampoco querría que esperase demasiadas muestras de gratitud de ese mismo género humano cuyo destino, como ilustran los casos individuales, en su mano está representar como algo rídículo o como algo terrible. Quisera que contemplase con generosidad y capacidad de perdón las ideas y los prejuicios de los hombres, que de ninguna manera son resultado de la mala intención, sino que dependen de su educación, de su condición social, incluso de la profesión de cada uno".

Y acaso en ese último momento uno se percate de que Conrad cae en el mismo error de Sócrates, a saber, la creencia de que los hombres no actúan con intenciones malignas y que bastaría sacarles de su error para hacer de ellos algo mejor de lo que son. En cualquier caso, líneas antes, Conrad hace ver que señalar lo negativo en lugar de perdonarlo, sacarlo a la luz y mostrar que hay poco de valía, iluminar todo con la misma luz abrasadora, tiene poco sentido, poco más que erigirse como un gran juez capaz de juzgar, capaz de demoler, de tirar a distancia. ¿Qué propone el que destruye? Nada, sólo se alegra.

"Es como si el descubrimiento que han hecho muchos hombres en momentos muy distintos de la historia, es decir, que el mal abunda en el mundo, fuese una fuente de alegría orgullosa y malsana entre algunos de los escritores modernos. Esa manera de pensar no es la adecuada si se aspira a abordar con seriedad el arte de la ficción. Dota a su autor, a saber por qué, de una percepción cómoda y jubilosa de su propia superioridad".

2 comments:

David Miklos said...

A concentrarse, pues, en las virtudes menos luminosas.

Lorena said...

besos, Guillermo.