Monday, August 14, 2006

Lamkó

Como sucede cuando iniciamos algo nuevo, inauguré una serie de ritos con la intención de mantenerlos en una renovada rutina. Levantarme temprano, tender mi cama y desayunar son algunos de estos ritos. También: leer al menos dos horas y sacar a pasear a mi perra antes de salir hacia la UNAM, donde hoy inicié la maestría en filosofía. Otra cosa: no usar el automóvil ni el metrobús para llegar a la UNAM, sino mi bicicleta. Este rito no es nuevo, desde la preparatoria hasta la universidad procuré desplazarme exclusivamente en bicicleta siempre que fuera a la universidad o a la preparatoria. Desde hace dos años que no tomaba clases, dejé de hacerlo. Pero oh, me siento joven de nuevo.
Obviamente, perdí toda condición física y no dejé de sudar durante toda la clase --la chica atractiva con acento español que se sentó a mi izquierda (dudo que fuera española, pero tenía acento español) se cambió pronto de posición. Supongo que olía mal.
Pero no es esto lo que quiero escribir sino que, cuando pedaleaba cuesta arriba desde mi casa hacia la universidad, en el camino me encontré con Lamkó, el escritor africano en quien me basé para escribir Un cuento africano. Me dio mucho gusto verlo. Tal vez sobretodo por la sorpresa de encontrarlo en la calle. Lo saludé, le recordé cómo fue que nos conocimos y le dije mi nombre, dos veces pues insistía en olvidarlo. Estrechó mi mano con debilidad y me sonrió mucho. Estaba, no sé por qué, muy agradecido de que me hubiera detenido para saludarlo, de haberlo recordado de las dos o tres clases que tomé con él en la EDE. Lamkó (olvido su primer nombre, pero recuerdo que a mi personaje lo llamé Lousi Lamkó) es autor de obras de teatro, entre las que se encuentran Como dardos y la novela El niño que vomitaba dinero. Es francófono. Sintió las rodillas débiles cuando vio cabezas empaladas afuera de una iglesia en Rwanda (esto nos lo contó y yo exploté esa anécdota, para una sola frase, en mi cuentito lumpen). Tiene la mirada triste, el pelo chino y corto, los labios gruesos y la voz muy baja. ¿Las manos? Suaves y gruesas.
Un cuento africano me permitió adentrarme en el universo de Coetzee, el escritor sudafricano, pues un par de libros que obtuve como premio fueron precisamente Hombre lento y me parece que Juventud: escenas de una vida provinciana. Después compré otros. No he terminado de leer ninguno. Pero siempre me llamó la atención que Coetzee inventara a una narradora ficticia, Elizabeth Costello, misma que aparece y reapaerece en sus últimos libros. Lamkó, debo decirlo, no es ficticio. Pero me encantaría que lo fuera. Ultimamente me he estado topando con demasiadas personas en quienes me baso para redactar mis tonterías. Probablemente dejarían de parecerme tonterías en la medida que no basara mis babosadas en la rica vida de nadie.

1 comment:

Adriana Degetau said...

Coetzee respeta a los animales y eso me cae bien