"Hace una docena de años que cumplí veintiséis años de edad. Desde la época en que dejé la escuela hasta aquel momento había vivido un periodo de mucha soledad. Mis compañías eran principalmente libros o, a lo sumo, uno o dos vivientes con los que compartía la estampa del amor por los libros y la sobriedad. Me levantaba temprano, me acostaba a buena hora y tenía razón para pensar que las facultades que Dios me ha dado no se habían enmohecido por falta de empleo.
Por aquel tiempo fui a caer con algunas compañías de un orden distinto. Eran hombres de espíritu bullicioso, dispuestos a desvelarse, borrachos, pendencieros; no obstante, algo noble parecía haber en ellos. Nuestra relación giraba en torno del ingenio -o lo que después de medianoche pasa por ingenio- de manera jovial. Ciertamente yo poseía una ración más grande que mis compañeros de lo que se llama fantasía. Estimulado por su aplauso, me convertí en un bromista declarado. ¡Yo que entre todos los hombres soy el menos dotado para tal ocupación ya que, aparte de la enorme dificultad que siempre experimento para hallar palabras que expresen mi sentir, padezco un problema nervioso relacionado con el habla!
Lector, si has sido dotado con nervios como los míos, aspira a cualquier papel excepto el del ingenioso. [...]
Ser objeto de compasión para los amigos o de escarnio para los enemigos; ser sospechosos para los extraños; ser examinado con la vista por los tontos; ser considerado tonto cuando no se consigue ser ingenioso; ser aplaudido por ingenioso cuando uno sabe que ha sido tonto [...]; brindar placer y ser pagado con malicia [...] esos son los frutos de la bufonería y de la muerte".
En Confesiones de un borracho.
2 comments:
Oh no! Soy Lamb
Esto me hizo recordar a las películas de Woody Allen. En casi todas, algún personaje le dice al otro (en circunstancias distintas, desde chuscas hasta dramáticas): "You should never drink." Pero yo sí bebo, ahora, un vasito de Glenfiddich (single malted, claro), y brindo, ay, Memo: ¡Salud!
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