Hay un relato del Dr. Seuss que habla sobre los Sneetches, unas curiosas criaturas que gustan de ir a la playa pero de las cuales hay dos especies: las que poseen estrella y las que no. Como se han de imaginar, las que no poseen estrella desean poseerla y las que la poseen no se juntan con las que no. En el afán por poseer estrella, algunos de los Sneetches -cuenta la historia- decidieron pagarle un dólar a un gato que vendía la posibilidad de obtener estrella si entraban a una máquina de su invención. Los Sneetches sin estrella decidieron pagar el dólar y consiguieron su estrella y le dijeron a los Sneetches-con-estrella-originales que ahora eran iguales. Pero esto, como han de imaginarse, no gustó. Así que estos Sneetches se quitaron la estrella pagando un dólar al mismo gato que tenía, a su vez, una máquina quita estrella. Volvían a ser distintas, ¿ven? Y las Sneetches que recién habían obtenido sus estrellas decidieron que, quizá, después de todo, era mejor no poseer estrella. Se sometieron al tratamiento de nuevo, pagando el dólar correspondiente. Esto continuó durante un rato hasta que ya nadie podía distinguir quién poseía originalmente la estrella y quién no. Así, con el gato un poco más rico (y cuyos hijos, han de saber, se llamaban todos igual), los Sneetches encontraron armonía, igualdad y felicidad.
Esto lo sé no porque en mi infancia haya leído libros del Dr. Seuss sino porque en un parque de diversiones en Florida que acabo de visitar hay una atracción que gira en torno a esta historia, en Adventure Island. Es una atracción sencilla, un trenecito que lleva por aquí y por allá al tiempo que cuenta una historia del Dr. Seuss --toda la arquitectura del lugar, caricaturesca, está hecha de manera que uno tenga la impresión de estar en una de sus historias. Mientras esperaba en la cola para subirme, con algunos de mis primos pequeños y sus padres, pude leer la introducción de la historia, que estaba enmarcada en la pared y que uno podía ir leyendo conforme avanzaba en la fila. Una fila conformada por mexicanos, argentinos, muchos brasileños, algunos cuantos minusválidos, negros, asiáticos y un grupo de mujeres que usaban burka.
A veces conseguía olvidar, estando en los parques de diversiones de Orlando Florida, que Estados Unidos estaba en guerra. Si existía un lugar diseñado para que, por unos dólares, uno pudiera olvidar estas cosas y viviera en la ilusión de ser igual al resto de los que visitaban los parques, era ahí. Pero cuando me percaté de esto me di cuenta, con un poco de horror, de que estaba siendo ingeniosito. Imaginé que algún listillo visitaba estos parques y lo veía todo a través de teorías campechanas que sacó más o menos de la escuela de Francfort; comparaciones chistositas entre los trenes que llevan -como en ganado, se podría decir- de los estacionamientos a las entradas de los parques, y los trenes que llevaban la "fuerza de trabajo" a los campos de concentración del tercer Reich.
Me gustó la historia de los Sneetches.
El juego, sin embargo, era bastante aburrido.
Me gustó pasar tiempo con mi familia.
Lamenté pasar tiempo con mi cabeza, enfermita.
El lugar donde no olvidé que estaba en un país en guerra, durante las vacaciones pasadas de diciembre y año nuevo, fue en los aeropuertos. "Home Land Security" puede ponerle los nervios de punta a cualquiera. Por otro lado, no me veo capaz de llamarle "el gabacho" a Estados Unidos ni de sospechar que un mal inasible y enigmático vive en las grietas de su aparente simulacro.
Esto lo sé no porque en mi infancia haya leído libros del Dr. Seuss sino porque en un parque de diversiones en Florida que acabo de visitar hay una atracción que gira en torno a esta historia, en Adventure Island. Es una atracción sencilla, un trenecito que lleva por aquí y por allá al tiempo que cuenta una historia del Dr. Seuss --toda la arquitectura del lugar, caricaturesca, está hecha de manera que uno tenga la impresión de estar en una de sus historias. Mientras esperaba en la cola para subirme, con algunos de mis primos pequeños y sus padres, pude leer la introducción de la historia, que estaba enmarcada en la pared y que uno podía ir leyendo conforme avanzaba en la fila. Una fila conformada por mexicanos, argentinos, muchos brasileños, algunos cuantos minusválidos, negros, asiáticos y un grupo de mujeres que usaban burka.
A veces conseguía olvidar, estando en los parques de diversiones de Orlando Florida, que Estados Unidos estaba en guerra. Si existía un lugar diseñado para que, por unos dólares, uno pudiera olvidar estas cosas y viviera en la ilusión de ser igual al resto de los que visitaban los parques, era ahí. Pero cuando me percaté de esto me di cuenta, con un poco de horror, de que estaba siendo ingeniosito. Imaginé que algún listillo visitaba estos parques y lo veía todo a través de teorías campechanas que sacó más o menos de la escuela de Francfort; comparaciones chistositas entre los trenes que llevan -como en ganado, se podría decir- de los estacionamientos a las entradas de los parques, y los trenes que llevaban la "fuerza de trabajo" a los campos de concentración del tercer Reich.
Me gustó la historia de los Sneetches.
El juego, sin embargo, era bastante aburrido.
Me gustó pasar tiempo con mi familia.
Lamenté pasar tiempo con mi cabeza, enfermita.
El lugar donde no olvidé que estaba en un país en guerra, durante las vacaciones pasadas de diciembre y año nuevo, fue en los aeropuertos. "Home Land Security" puede ponerle los nervios de punta a cualquiera. Por otro lado, no me veo capaz de llamarle "el gabacho" a Estados Unidos ni de sospechar que un mal inasible y enigmático vive en las grietas de su aparente simulacro.
2 comments:
De todas las entradas de tu blog que he leído (y creo que han sido casi todas, desde que te conozco), ésta es, sin lugar a dudas, la que más me ha gustado. De pronto, más allá de la literatura y el amor por los libros, los zombies y las curiosidades y obsesiones variopintas, se asoma el compromiso con algo que, tú mismo te das cuenta, te rebasa, aunque trates de ponerte chistoso e intelectual y gustes de hacerte de la vista gorda. En fin, enhorabuena. Y a sacar la artillería pesada, digo yo. Vas de avanzada, Guillermo.
Ay, David. Pues gracias.
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