Preocupado por los sueños inquietos que tuvo y por su enfermedad (ésta ha abandonado, finalmente, su pecho y su estómago pero se moviliza hacia las extremidades de su cuerpo) Guillermo se levanta con un rayo de luz en la cara. No es el sol, es una linterna. No quiere darle el placer a Rodrigo de despertarse de golpe, a pesar de que es así, de golpe, como experimenta el rayo en los ojos -tras los párpados que, obstinadamente, mantiene cerrados.
Se levanta, finalmente, cuando Rodrigo insiste en que el día anterior fue Guillermo el idiota quien sugirió hacer ejercicio. Habían entrado tarde al cuarto, ya que se habían apagado las luces de la casa de campo. Rodrigo durmió pronto pero Guillermo se había quedado despierto más tiempo, leyendo a la luz de la linterna. El cuarto olía a humedad. Hacía frío. Guillermo se levanta, no de un brinco porque se golpearía la cabeza con las vigas que están sobre su cama -la superior, en la litera-, se viste con ropa deportiva y sale a encarar el día. Por un momento odia a su amigo pero se da cuenta de que en realidad odia la tonta decisión de hacer ejercicio. Su decisión, por supuesto. Este ejercicio no cambiará nada. No mejorará su vida. Su cuerpo se quebrará, al final.
Correr en el bosque. Correr con música en los oídos. Correr acompañado de un amigo por caminos que años atrás habían recorrido en bicicleta pero por los que ahora trotan. Más tarde se preguntarán en qué momento la vida dio esta vuelta, obligándolos a ejercitarse no por diversión sino como un mal necesario. La palabra salud tiene tanto peso en su interior como la frase temor a la muerte. Pero ahora no están pensando en esto. Están pensando -pero en realidad, Guillermo sólo puede hablar por sí mismo- en su cuerpo, sus secretos, la enfermedad que oculta bajo la ropa, los torrentes sanguíneos, las dificultades de la biología, de la anatomía, de esa "máquina maravillosa" (como alguna vez escuchó en un documental de National Geographic). Y ahora piensa en algo que discutían ayer, sobre los cuatro sabores que somos capaces de distinguir con las papilas gustativas. Amargo. Dulce. Ácido. Salado. Combinaciones sencillas. Estructuradas. Aceleran el paso. Guillermo siente cómo se le acelera el corazón y cómo comienza a experimentar biennestar --tal y como lo ha experimentado en otras ocasiones, cuando se le ha acelerado el corazón. Ante un libro, sí. En un concierto. Y diría más, pero es un caballero. Corren cuesta arriba y en la cima, con el lago a la distancia -pues hay un lago- Guillermo decide apagar su Ipod e informarle a Rodrigo: "Creo que hay un sabor más".
"¿De qué hablas?"
"De los cuatro sabores, de lo que hablábamos ayer".
"¿Sí? ¿Qué otro?"
"El sabor de la victoria".
Una pausa.
Se cagan de risa. Son un par de tetos. Emprenden el camino de vuelta a la casa.
4 comments:
Ay, Memo... Ja ja ja ja ja. Pero, a ver... Se dice que la derrota es amarga... Así las cosas, la victoria tendría que ser, sí, dulce... En fin. Cuando hablas de que corres y estás enfermo y demás uno pensaría que te sucede algo muy grave. Así que cúrate. Corre. Saborea la victoria.
Extraño mis sesiones de spinning y de pesas, algún día volveré, pero ya que se vacíe el gimnasio de personajes cuyo propósito de año nuevo fue hacer ejercicio durante un mes y luego olvidarlo.
David: "All characters are fictional".
Lorena: ¡Regresa! ¡Deja que esos turistas se vayan con sus chamorros aguados!
Amigo: Que gran fin, ser tetos es chido. Nuestro siguiente plan debería ser en Enebro.
¿Qué tal Megan?
Totalmente, los gym's a principio de año están llenos de oficinistas cretinos que intentan expiar sus culpas navideñas con planes absurdos y no-constantes para bajar esa capas de lípidos que han generado en demasía.
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