Monday, April 14, 2008

La llegada de la primavera

Llueve y el hombre que hoy se piensa a sí mismo como un hombre y no como un niño ni como un joven, lo cual es extraño pues normalmente cuando piensa en sí sólo lo hace nombrándose con su nombre propio o bien burlándose un poco, gastándose bromas a sí mismo, pero hoy, hoy no; al menos no se cree capaz de captar la ironía detrás de su llamarse a sí mismo "hombre" pero igual sospecha. El hombre, decíamos, regresa del trabajo en el Metrobús y afuera llueve pero de vez en cuando puede sentir una gota pequeña de agua fría caer sobre la mano con la que sostiene el último libro de cuentos de Quim Monzó, que recién termina. Se titula Mil cretinos. Mira a su rededor. El Metrobús no carga con tanta gente ese día. Hay una ventana mal cerrada. De ahí que entre, de vez en cuando, alguna gota de agua. Cierra el ejemplar y concluye que, como esperaba, aunque los últimos cuentos son buenos en realidad el que más le ha gustado es uno que está más o menos a la mitad y que funciona como núcleo del libro, La llegada de la primavera que trata sobre la vejez y lo que significa esto tanto para quienes envejecen como para quienes observan a los demás envejecer; sobre padres e hijos; sobre la debilidad de la carne. Considera que es el cuento más importante porque retoma fibras tocadas en otro cuento de Monzó, El señor Beneset y también, de algún modo, en La alabanza. Fibras que, por supuesto, afina. Este cuento, además, es de donde se desprende el título del volumen entero.
Se ha tardado en terminar el libro. Tiempo atrás -pero no tanto tiempo atrás, cosa de semanas- hubiera podido sentarse y leerlo de un jalón pero la vida finalmente le ha dado alcance o al menos eso se hace creer. Ahora que lo termina le gustaría prolongar la sensación de haber cumplido con algo. El hombre, aunque joven, aunque capaz de mirarse a sí mismo aún como un niño, se siente cansado.
Probablemente la verdadera razón por la que le gustó La llegada de la primavera sea, primero, la coincidencia de que lee el libro en primavera. De que, como en el cuento, su primavera no es precisamente alegre sino más bien fría y lluviosa. Pero lo que más disfruta es que le ha evocado recuerdos de niñez, especialmente el siguiente párrafo: "En las paredes de la habitación donde dormía él hay todavía restos de aquella pasta azul (¿la llamaban Blu-Tack?) que durante años las ferreterías vendían como el invento ideal para pegar agujeros de las chinchetas. Hasta que se comprobó que quizás no dejaba las paredes llenas de agujeros, pero todavía quedaban más deterioriadas, con grumos azulados que costaba Dios y ayuda quitar. Y si finalmente conseguía quitarlos, se llevaban pegados fragmentos de la última capa de pintura y la pared conservaba para siempre restos de aquel moco azulado".
Recuerda la habitación de un amigo al que ahora frecuenta poco. Los afiches, allí, se pegaban con una plastilina de ese tipo, aunque no azul sino amarilla. Recuerda que conforme pasaron los años no sólo quitó los pósters sino las calcomanías que pegaba a la cabecera de su cuarto -excepto una, testaruda, que era imposible y que era una especie de bumper sticker que llevaba la sentencia: ¡Stop! ¡No más Smog!
En una escuela norteamericana en la que estudió durante un breve lapso de tiempo, el hombre recuerda haber colocado pósters no con tachuelas sino con esa masa amarilla, de adhesivo reciclable. Uno podía saber dónde se habían colocado otros pósters y adivinaba desde antes de colocarlos que, como personas que ya no están ahí, dejarían esas marcas detrás, como las sombras que dejan los cuadros cuando se bajan de los muros, finalmente. Ha estado soñando mucho con terremotos. El libro se lo regalaron cuando cumplió años.

3 comments:

Mariana said...

aquí la primavera intenta despertar el cielo (y a sus habitantes), aún amodorrado(s) por el invierno. cabe mencionar que con poco éxito.

Douglas said...

buen texto

salud

De-Scartes said...

Vientos
mejoras dramático.