Por las entradas anteriores me percato de que uno podría creer que Tobias Wolff es un escritor para aquellos interesados en los funcionamientos internos de los mentirosos, sobre aquellos que se juzgan demasiado duro, sobre el modo en que la condición humana se desarrolla en microcosmos como los internados o el ejército. Esto bien podría ser el caso: Wolff en gran parte es interesante por sus "temas". A mí al menos me llaman la atención -pues soy capaz de crear un vínculo personal con lo que leo, de percibir al escritor que se esfuerza porque dicho vínculo se manifieste- pero la verdad es que también se trata de un escritor endemoniadamente bueno, con una imaginación sólida, un escritor que confía en sí mismo y en sus metáforas (como el modo en que describe aquél perro en "Hunters in the snow", un perro que ladra con las patas hacia delante y el trasero levantado, echándose atrás con cada ladrido, como un cañón que retrocede cuando dispara; o como el papel de la carta en "The Liar" que, al quemarse en el fregadero, se cierra sobre sí misma, como un puño ennegrecido). Pero es verdad que uno, a veces, tiene la impresión de que sólo está leyendo variaciones de una misma historia (en "Smokers" los estudiantes aspiran, como una sola mente, a ser calificados como el "Más sarcástico" en el anuario, y en "Two boys and a girl", un cuento escrito varios años más tarde, se lee: "Gilbert was deeply ironic. At the high school were he and Rafe had been classmates, the year book editors voted him The Most Cynical. That pleased him"). Esto, ¿es falta de originalidad? ¿El modo en que se conforma una obra? No lo sé.
Hablando de originalidad: hoy fui al MUAC, al mediodía (como palomas en catedral, el lugar estaba plagado de niños de primaria y secundaria anotando los títulos de las obras en sus cuadernos de hojas ralladas; unos padres le gritan a su hija, enfadados: "te lo estamos leyendo para que lo anotes", Dios, los ojos de odio con el que la vieron). Y aunque estaba interesado en ver la pieza de Miguel Ventura, Cantos cívicos, no pude porque, duh, ya la estaban quitando. ¿Y por qué estaba interesado en verla? Por morbo, porque un montón de gente habló mal de la pieza. Que si esto, que si lo otro. Que si sale el rostro de Azcárraga asociado con nazis. Que si hay que atacar la pieza porque no nos recuerda -porque ya se nos olvidó a todos- que hubo un holocausto. Que si no se explica, la gente no lo entiende. Y como no lo entienden, pues, hay confusiones. Y si hay confusiones, hay maldad. Y Azcárraga. (Para aclarar mi cabeza al respecto, entro a los podcast de Letras Libres y escucho a Cuahutémoc Medina hablar sobre la crítica de arte contemporáneo y la verdad es que me siento aliviado porque él dice que el arte contemporáneo no se trata de entender. Y María Minera le dice: Claro. Así que, fiuf, no hay bronca).
Hablando de originalidad: hoy fui al MUAC, al mediodía (como palomas en catedral, el lugar estaba plagado de niños de primaria y secundaria anotando los títulos de las obras en sus cuadernos de hojas ralladas; unos padres le gritan a su hija, enfadados: "te lo estamos leyendo para que lo anotes", Dios, los ojos de odio con el que la vieron). Y aunque estaba interesado en ver la pieza de Miguel Ventura, Cantos cívicos, no pude porque, duh, ya la estaban quitando. ¿Y por qué estaba interesado en verla? Por morbo, porque un montón de gente habló mal de la pieza. Que si esto, que si lo otro. Que si sale el rostro de Azcárraga asociado con nazis. Que si hay que atacar la pieza porque no nos recuerda -porque ya se nos olvidó a todos- que hubo un holocausto. Que si no se explica, la gente no lo entiende. Y como no lo entienden, pues, hay confusiones. Y si hay confusiones, hay maldad. Y Azcárraga. (Para aclarar mi cabeza al respecto, entro a los podcast de Letras Libres y escucho a Cuahutémoc Medina hablar sobre la crítica de arte contemporáneo y la verdad es que me siento aliviado porque él dice que el arte contemporáneo no se trata de entender. Y María Minera le dice: Claro. Así que, fiuf, no hay bronca).
Vi también que había un restaurante, una tienda de regalos y una exhibición que se titula Colosal, curada por José Luis Barrios. Colosal me hizo recordar a aquél amigo que se preguntaba por qué se seguía haciendo filosofía después de Kant, si Kant ya lo había dicho todo. Tengo otro amigo que dice eso pero de Aristóteles. Bueno, imaginemos que mi amigo, o mis amigos, fueran curadores de arte y pensaran lo mismo pero con Walter Benjamin, digamos. Y con Berger. Y con Weschler, añadamos. Ay, no sé. Está padre. Son fotos. Periodísticas. Montadas de modo que uno se percate de las afinidades ocultas entre ellas (en un grupo, todos ven al cielo, en otro, todas las imágenes muestran una polvareda, y así) y pues..., bueno, uno entiende entonces que reproducir algo muchas veces hace que pierda su fuerza, porque, pues, así es como pasa. Y la cosa es que también va muy de la mano con esa recomendación tan amable que viene en el folletito que te entregan a la entrada, con el plano del museo (para que no te pierdas) y en el cual se sugiere que uno "haga su propio recorrido" sin seguir una línea -pero, ay, la arquitectura del lugar no te lo permite. A menos que quieras estar dando vueltas. Vueltas tontas. También había otra exposición, Axolotl. No es sobre Elizondo. Es sobre el Rey de los axolotls. Creo que lo que más me gustó de haber ido hoy al Muac fue tener la certeza de que unas horas antes había verificado mi auto y ver cómo un axolotl me sonreía, como recompensa por mis esfuerzos.
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