"Ay, no", dijo el mariconcito sentado en la mesa contigua a la que ocupábamos en el café, al escuchar el ascendente repiqueteo del metal golpeando concreto, justo antes de que viéramos al gran danés corriendo y ladrando sobre la calle Ámsterdam, arrastrando con su correa una de las sillas de Cafemanía, ubicado una cuadra atrás. La silla rebotaba conforme avanzaba. El perro siguió ladrando, asustado, hasta que lo perdí de vista. Lo reconocí. Lo llamo, lo llamamos -los compañeros de la oficina y yo- "El perro de Koba", pues siempre lo trae un hombre que se parece a Stalin -son los bigotes, donde encontramos el parecido. Pero no fue Koba quien corrió detrás del perro sino un hombre calvo y de lentes. Corría lento, en clara desventaja. Se veía comprensiblemente preocupado. Esto es algo de lo que vi hoy. Otra cosa que vi hoy: por la mañana, en la madrugada, en realidad, un mensaje de una amiga en el que leí "No voy". El mensaje fue enviado con plena confianza: confianza en que no había problema y confianza en que yo entendería que lo que le seguía al "No voy" era "a correr contigo, como hicimos ayer". El mensaje fue enviado con dicha confianza pues, bueno, así es como funcionan los mensajes y las amistades. El mensaje me despertó y lo leí con agradecimiento. La verdad, a esa hora, tampoco quería correr. Yo no corro. No es algo que haga. Excepto que conviene hacerlo, he llegado a esa conclusión (más tarde leí un texto en el NYT sobre las maldades de pasarse todo el día sentado). De tal modo que he decidido hacer ejercicio. Ayer corrí, con dicha amiga. Me duelen, ahora, y desde que desperté, los muslos. Cosa curiosa: otra cosa que vi, hoy, fue la primera línea de La nieve roja, el cuento que le da título a la colección de relatos de Sigismund Krzyzanowski, que era lo que leía antes de que viera al perro asustado corriendo con una silla persiguiéndole, y que dice: "Para ser sumiso, hay que hacer ejercicio".
Wednesday, February 24, 2010
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¡Clap clap clap!
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